Gloria Fuertes nació en Madrid
a los dos días de edad,
pues fue muy laborioso el parto de mi madre
que si se descuida muere por vivirme.
A los tres años ya sabía leer
y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada,
alta y algo enferma.
A los nueve me pilló un carro
y a los catorce me pilló la guerra;
a los quince se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía.
Así se presentaba ella en uno de sus múltiples poemas autobiográficos, el primero de los cuales publicó a los 17 años «con toda la sinceridad y lógica inmadurez». Tal cual lo relataba, que, sin saber explicar el porqué, continuó cantando o contando su vida en poemas que informaban sobre sus estados anímicos, económicos, sentimentales-emocionales…
Decía que en los primeros años de la posguerra, «al palparnos vivos a pesar y todavía» —¡qué belleza!—, necesitaba gritar, como superviviente, que todavía estaba aquí, que se llamaba así, que sentía de aquella manera.
Fue surrealista, sin haber leído a ningún surrealista; después “postista”, pero, en realidad, iba para modista, o para niñera, su madre se encargó de ello, aunque Gloria no quería servir a nadie, si acaso a todos. Empezó a escribir como hablaba y así nació su propio estilo, su personal lenguaje. Necesitaba decir lo que sentía, decirlo sin preocuparse de cómo decirlo. Quería comunicar el fondo sin importarle la forma. «Tenía prisa».
Estudió en el Instituto de Educación Profesional de la Mujer, matriculada también por su madre que estaba «harta de sus mosqueantes aficiones, impropias de la hija de un obrero, tales como atletismo, deportes y poesía». Y, en 1937, entró en una fábrica de contable. «Pasé en 1939 de la oficina de hacer cuentas a una redacción para hacer cuentos».
Volvió a estudiar unos años después, en 1955, hizo biblioteconomía e inglés y llegó una de sus épocas más felices. «Mi jefe era el libro, ¡yo era libre!». Luego enseñó poesía española en la Universidad de Buchnell y, por fin, en 1975, se autobecó para trabajar solamente en lo suyo: escribir y vivir de lo escrito.
Hombre-vida, amor-paz, muerte-Dios, injusticias-guerras, niño-futuro, soledad-tristeza, desamor-angustia, humor-amor y amor otra vez. Estos son sus temas. «Primero siento, después pienso, en ese sentir-pensar se engendra el poema». Poemas maravillosos, que están vivos, que sacuden y provocan, aunque el punto y final se escriba tras dos únicos versos. O cuatro:
Que me llamen lo que quieran
que a mí no me importa nada
mientras que a mí no me llamen
la finada.