Ferpectamente

asterix-obelixQue tu jefe te lleve con su mujer de cena a casa de su «cuñao» debería molestarte. Estamos en una sociedad jerarquizada, donde hay gente que manda y gente que obedece. Aun así hay límites que no deberían superarse.

A mí no me pasó, pero sé de alguien a quien sí y puede ser la mejor anécdota jamás contada.

La cuestión es que sois cuatro: Tú, tu jefe, la mujer de tu jefe que va a ver a su hermana, y como eres un poco mamón te llevas a tu mejor amigo, al cual también está sometido a una jerarquía solidaria: la del hoy por ti…

Y una vez allí empieza a correr el vino. Todos beben, tú no. Debes mantenerte sobrio porque si tu jefe bebe tú controlas. Copa tras copa el cuñao de tu jefe no hace más que tocarle los cojones. ¿Llegarán a los puños? ¿Se romperá la evidente tensión sexual no resuelta entre esos dos leones marinos? O por el contrario… ¿Tendremos que unirnos en una orgía de rencor familiar?

Peor. Tu jefe se viene arriba, se infla como un pavo real y dice:

«Te vienes a mi casa que te voy a hacer un estofado con los laureles del César»

A tomar por culo. Sacas la diplomacia. A ver, a ver, que hemos bebido. El cuñao de tu jefe se relame. No le sueltas un garrotazo porque tu yo interior te dice que va a ser peor. Los dos machos alfa se menean delante de sus hembras. Aquello se va de madre. Finalmente, para rematar la faena, tu colega, tu amigo, tu alma máter, tu compañero de fatigas, el hombre que te salva el culo nueve de cada diez veces suelta:

FERPECTAMENTE.

Y ya está. En un abrir y cerrar de ojos estás en Roma, planeando cómo asaltar el palacio real en busca de unos laureles para hacer un estofado, mientras te cagas en la pax romana, en la estructura de estado, en las capas sociales y en los filósofos que hablan del superego como el motor de la sociedad.

Pero… ¿pudo Asterix hacer otra cosa? ¿Acaso pudo negarse? Es un abnegado soldado. Sí, es más listo, eficaz y valiente que la media pero al fin al cabo no deja de ser un miembro más del estrato social que compone la base de una pirámide donde hay un jefe con portadores incompetentes, un druida y unos cuantos paletos ultrapoderosos y ultrapaletos.

Porque puede ser que Asterix vaya de eso. De la lucha de clases al fin y al cabo. En tu círculo y en el círculo de tu círculo. Porque tu mundo además, está metido en un mundo donde hay un imperio opresor.

Un espejismo de libertad ganado por la fuerza debida a una poción mágica. Una fórmula dopante que sólo un venerable druida conoce. Nadie plantea nunca la posibilidad de que Panoramix la espiche, se ven inmortales ante el enemigo.

Recapacitemos. Demos una vuelta al asunto. ¿Y si Asterix no es el protagonista de sus historias? La realidad objetiva es que para el galo y sus amigos el enemigo es eterno, es el opresor paciente, que no debería tener prisa. Deberían saber con certeza que su futuro depende de la salud de un octogenario. “No future”. Y no hay nadie que pueda ayudarles. Gandalf, estás solo con tus hobbits. Y aun así se les ve felices dentro de su pequeño y empalizado universo. ¿Por qué? Dice la tradición que los galos son valientes (o incautos) y sólo temen una cosa: Que el cielo caiga sobre sus cabezas. Es decir, les rempampinflan todos los problemas del mundo, ellos sólo miran el día a día.

Por tanto, replanteemos la pregunta: ¿De qué van todas estas historias?

El hecho de que Julio César quiera acabar con ellos es una cuestión personal. Lo lógico sería esperar tranquilamente a ver al viejo morir; ser paciente. Y luego aplastarlos. No se sabe muy bien por qué esa obsesión por terminar ese trabajo antes de tiempo. Dicen los historiadores que era una manía de los enfermos de Asperger de ver cosas terminadas, como por ejemplo el mapa de la Galia bajo el águila del SPQR. ¿O era prisa por completar el puzzle de su vida? No olvidemos que siempre hay cuchillos en la oscuridad que nos amenazan.

Sea como sea, la realidad es que no tiene paciencia, no decide esperar a ver morir a un druida viejo de viejo. Él es un coyote hambriento en un desierto. Un Ahab lisiado en un océano. El Gollum. La venganza y la necesidad. Un César quiere lo que no puede tener y lo necesita, lo ansía.  Asi que idea modos inverosímiles de conseguir lo imposible. Desde mandar a un sicólogo que los vuelva locos, a un neocon que los meta de cabeza en un capitalismo basado en la burbuja del menhir. Provocar un boom inmobiliario que ni el Pocero… Planes muy locos que sabemos no tendrán un final feliz para él y disfrutamos con ello. En nuestro universo ideal el calor calienta. A cada acción le corresponde una reacción. Y los buenos siempre ganan.

Pero no seamos dramáticos. A pesar de ser un César obsesionado con un puñado de galos tiene otros temas. Las fronteras del imperio son extensas. Desde el Éufrates al Atlántico, pasando por el Atlas y terminando en los Cárpatos. Es decir un pedazo de tierra acojonantemente grande. Y se las apaña bien, ya sea por poderío militar, por marionetas locales o simplemente porque no hay nadie que le haga competencia, tiene el control de todo, y ello requiere dedicación. Y el César sobre todo es dedicado, le gusta su trabajo. Sabe que es muy bueno en su trabajo. No se pasa de ser un simple patricio a dictador sin ser muy bueno, muy profesional. Dicen que se veía como un ser superior incluso para sí mismo. Que hablaba del César en tercera persona. Era él para él, perteneciente a esa rara especie de personas que solo aparecen cada cien años.

Hay algo común entre esas personas únicas: todos tienen un infierno. El deseo es infinito y no se puede derrotar al infinito. Alejandro luchó y perdió contra elefantes en tierras perdidas cuando quería ir más allá. Hitler y Napoleón no pudieron al frío en su afán conquistador. Por eso, por su afán de alcanzar la plenitud, el gran César está destinado a sufrir un viaje como el de Dante por todos los anillos hasta el infierno. Y los galos están ahí para ello. Si César va a Egipto, allí aparecen los galos. Si César va a Hispania, allí aparecen los galos. Si César decide quedarse en casa para pasar un tiempo con la familia, allí aparecen los galos.

En un viaje para someter una revueltilla de los belgas, con todo su ejército alineado, se subió a una colina y viendo la disposición de su ejército todopoderoso recitó su famoso: Vini, vidi, vinci.

Y en esas, cuando nadie esperaba gran resistencia, dos galos, uno de tamaño reducido con un ego extraordinario y otro con un tamaño desproporcionado (debido a un leve problema hormonal) y una inteligencia reducida, aparecen al pie de la montaña. César, hace el clásico «facepalm» y lamenta: Vini, vidi y no vinci.

Tras este episodio, se vuelve majara. Y decide afrontar sus miedos del peor modo posible. Nadie en Roma esperaba que César no tuviera controlada su pequeña obsesión. Y es que todas las historias de obsesión-venganza de la literatura acaban igual. El personaje dramático decide afrontar su problema tirándose al agujero del volcán. A las fauces de la ballena. Decide apostar con los galos su posesión más preciada: Roma.

Una mañana, se presenta con todo su ejército y un pequeño escriba a las puertas del pequeño pueblecito de Armórica. Tiene sus laureles de repuesto en la cabeza (¿donde habré metido los otros?), la barbilla bien alta y la decisión tomada:

Galos, debéis ser dioses. Y no puedo luchar contra los dioses. Si pasáis las 12 pruebas, Roma será vuestra.

Y Roma fue suya, por supuesto… (O no, Bruto mediante).

Asi que te planteas, qué hizo Goscinny. ¿Una historia de galos guasones hiperdopados que corrían aventuras? O realmente describió el viaje del César desde su cénit a su fin desde el punto de vista de sus demonios.

Pues no. No seamos paranoides.

Goscinny y Uderzo, su dibujante, lo que hicieron es darle al mundo historias de clases. Clases que se revelen ante el opresor, porque Julio no es un ser a quien estimar. César es dios con plenos poderes en la tierra. Es el líder de un imperio. Con carreteras. Con sanidad. Con filosofía. Y con ejércitos destructivos.

Probablemente, en el mundo real, la península de Armórica habría sido arrasada. Los galos bretones muertos bajo péplum y la cabeza del druida clavada en una pica.

Pero en los sueños, los galos inmortales, festejan con vino y música estridente, un estofado un poco soso, hecho con los Laureles del César.

Ferpectamente.

 

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