Leer a Rafael Romero en ‘Epifanía doméstica de la nostalgia pura’ (Tregolam, 2019) es descubrir el asombro poético de la narrativa. Se trata de una selección de textos de sus primeros años como escritor, una suerte de «antología personal» en una época en la que halló la nostalgia en un espacio tan íntimo como es «la casa materna». Este próximo mes de julio viajará a su Guatemala natal para presentarlo en la Feria Internacional del Libro.
¿De dónde viene un título tan sugerente como ‘Epifanía doméstica de la nostalgia pura’?
En realidad, el título corresponde a un blog que mantuve hace ya algunos años en donde compartía textos breves; en especial, poesía y prosa poética. Siéndote sincero, surgió como una suerte de verso, la unión de ciertas palabras con un sonido particular y un significado poético que aludía al «descubrimiento de la nostalgia en un entorno íntimo y propio, como es la casa materna», a ese momento exacto en el que la nostalgia se manifiesta. Años más tarde, lejos de esa casa materna, como actualmente es mi situación, ese verso cobró y sigue cobrando un significado más visceral, más absoluto.
Tengo entendido que en esta obra rescatas, de alguna manera, tus narraciones de los primeros años. ¿Cómo se enfrenta uno a sus primeros escritos cuando el tiempo ha pasado? ¿Es como leer a otro?
Sí, todos los relatos o narraciones de este libro corresponden a una época inicial para mí. Estamos hablando de finales de los 90 y principios de los 2000. En mi caso, volver a revisarlos y a releerlos ha sido una experiencia enriquecedora porque me permitió sentir que no lo había hecho tan mal, por un lado; pero también notar que con el paso de los años he perdido versatilidad e impulso, lo cual no es que me agrade, pero lo veo comprensible porque la racionalidad y la disciplina de ahora, no las tenía en ese entonces. En términos generales, no es tanto como leer a otro, sino más bien darte cuenta de que tu manera de afrontar la escritura ya no es la misma; sigues siendo el mismo, pero no lo mismo.
Relatos posadolescentes los llamas, ¿en qué sentido?
Supongo que será porque lo asocio a un hecho meramente cronológico. La escritura de estos relatos arrancó justo en los años de transición entre la adolescencia y la juventud. En esas historias que empecé a escribir a partir de ahí y que fui acumulando durante los años siguientes, están volcados, digamos, los sentimientos y tribulaciones de esa época, que por supuesto han ido cambiando y modificándose desde mi juventud hasta la fecha, pero que considero trascendentales. Cuando llegué a España, mi manera de escribir cambió y fue como un parte aguas. Así que decidí bautizarlos así, como para ir definiendo etapas.
Ahora sí, ¿qué es ‘Epifanía doméstica de la nostalgia pura’?
Se trata de una selección de textos incluidos en mis dos primeros libros de relatos publicados (‘Génesis y encierro’ y ‘Entelequias’) más algunos más que conformaba un libro inédito (‘Kermesse’); es decir, una especie de antología personal o recopilación, una reunión de textos que corresponden a una época concreta y que es bastante significativa para mí, como he explicado antes. Mi intención no es otra más que conserven cierta vigencia y que no se pierdan en el olvido.
Algunos de los relatos que recoges en el libro fueron publicados aquí, en Murray Magazine, ¿es importante sacar la literatura de donde ha estado siempre?
Sí, es cierto, y aprovecho para reiterar mi agradecimiento. Creo que todo espacio para la difusión literaria es vital, especialmente para autores y autoras poco conocidos. En ese sentido, Murray Magazine ha significado siempre una puerta abierta para mí desde que me avoqué a vosotros. Y, por supuesto, la literatura debe sobrepasar también el territorio del libro y circular por todos los espacios posibles, desde los portales online hasta los muros en la calle.
En algún sitio he leído que aquí quieres dejar constancia de una época en la que escribías sin pensar más que en escribir (y entretenerte). ¿Para qué escribes ahora?
Es totalmente cierto. De hecho, es algo que he dicho en repetidas ocasiones porque es parte de mi muy personal filosofía en relación con la escritura: lo lúdico, el entretenimiento. Ese momento de sustracción con lo que te rodea y de ver qué surge de la imaginación, de los elementos que has ido dándole vueltas en la cabeza. Empecé a hacerlo buscando precisamente eso. Por eso mismo hablaba antes de la versatilidad, del impulso y, añadiría, del no pensar tanto en lo que va a pasar después con lo que escribo. A día de hoy sigo manteniendo el mismo hábito, con la diferencia de que, gracias a los años, a las lecturas, al aprendizaje, a la experiencia, me he ido volviendo más cuidadoso, más disciplinado y más exigente con lo que escribo.
¿Desde cuándo escribes, Rafael? ¿Y por qué?
Empecé a los 16 o 17 años, más o menos, a raíz de una tarea para la clase de Didáctica del Idioma Español y gracias también a la influencia de mis primeras lecturas rebuscando entre los libros de mi padre. En realidad, surgió de manera natural y ni siquiera cuando me percaté de que ya había escrito algunos textos, no pensé en nada más que en lo a gusto que me sentía haciéndolo. Y continué así, sin expectativas, hasta que reconozco que se volvió una especie de obsesión. Pensándolo bien, creo que respondió también al hecho de que a esa edad tenía muchos sentimientos a flor de piel y lo que encontré en la escritura fue un escape, una manera de hablar de esos sentimientos conmigo mismo.
¿Es posible parar (de escribir)?
Muy buena pregunta. Supongo que sí, porque conozco que muchos escritores que lo han hecho aunque la verdad ahora no sé si realmente han dejado de escribir o simplemente de publicar. En mi caso, las veces que más me ha costado escribir y prácticamente he dejado de hacerlo es cuando no me he encontrado bien a nivel emocional. Cuando me siento bien, no sé si feliz o tranquilo sean las palabras adecuadas, es cuando más escribo y más me nace hacerlo.
«La poesía es la esencia, la médula, el génesis de todo. Le fui cogiendo una especie de respeto-miedo, puesto que me parece un género mayor, así que, por el momento, seguiré intentándolo con la narrativa».
¿Qué fue antes, la poesía o la narrativa?
Mis primeros textos fueron intentonas de poemas y me empeciné con ellos durante meses. Así que, aunque no me parezca justo ni adecuado decirlo, podría decir que empecé con la poesía. Al cabo de esos meses, empecé a intentarlo con la narrativa. Uno de esos primeros textos es Saturnal, que apareció en primer libro y también ahora aquí en ‘Epifanía doméstica’… Es un texto sencillo y hasta inocente, pero le tengo cariño porque me sirve más o menos de punto de partida. Luego vinieron muchos más y la verdad es que con el tiempo fui descubriendo que me sentía más cómodo escribiendo o intentando escribir narrativa. A la poesía le fui cogiendo una especie de respeto-miedo, puesto que me parece un género mayor, así que, por el momento, seguiré intentándolo con la narrativa.
Sin embargo —«embrión de búho», «un mundo virgen en la cabeza» o «mi anhelo de intruso parasitario»— hay mucha voz poética en tu prosa…
En realidad, para mí, la poesía es la esencia, la médula, el génesis de todo. Prescindir de ella en un texto narrativo (relato, cuento o novela), es un error. En mi caso, siempre busco lograr un equilibro en la composición del texto; es decir, que mantenga la mecánica «racional» de estructurar las acciones y narrarlas con cierta lógica, pero que también contenga las peculiaridades subjetivas a la hora de redactar, es decir, del lenguaje. Así que, cuando puedo y siento que pueden encajar, pues trato de incluir elementos poéticos, imágenes, metáforas y demás recursos retórico de manera que el texto gane en calidad estética. No quiero decir con esto que siempre lo logre, pero al menos sé que estoy consciente de que es un aspecto fundamental y de que siempre está dentro de mis intenciones.
«Me han ido marcando todos los libros en los que, de alguna u otra manera, he sentido o vivido cierta identificación con situaciones y personajes. En realidad, eso es lo que busco, identificarme, sentirme parte de, vivir lo que no puedo vivir en mi cotidianidad; por lo tanto, puedo decir que siempre me marcan y me marcarán en mayor o menor medida».
¿Qué libros te han cambiado la vida?
Te podría mencionar tres, aunque son varios, que considero vitales e iniciáticos, si se me permite el término: ‘Obra poética completa’, de César Vallejo; ‘El tiempo principia en Xibalbá’, de Luis de Lión; y ‘Pequeña sinfonía del Nuevo Mundo’, de Luis Cardoza y Aragón. Con ellos empezó todo. Fueron mis primeros acercamientos «serios» a la lectura de «literatura» y sin duda me cambiaron la vida. A través de ellos, supe y descubrí mi amor por la literatura, por la ficción y por la creación literaria; por los libros, vamos. Y a partir de ahí, te podría decir que me han ido marcando todos los libros en los que, de alguna u otra manera, he sentido o vivido cierta identificación con situaciones y personajes. En realidad, eso es lo que busco, identificarme, sentirme parte de, vivir lo que no puedo vivir en mi cotidianidad; por lo tanto, puedo decir que siempre me marcan y me marcarán en mayor o menor medida.
¿Qué estás leyendo ahora?
Acabo de terminar ‘Soy yo, Édichka’, de Eduard Limónov, y estoy con ‘Pornographia’, de Jean Baptiste del Amo, con fotos de Antoine D’Agata, que más que leerlo lo estoy consumiendo como se consume un postre que no quieres que se termine, y también ‘La flecha del tiempo’, de Martin Amis, que me recomendó una buena amiga. Pero si tu pregunta va más hacia lo general, te puedo decir que en los últimos años me he dedicado a leer básicamente novela yankee (gótico sureño, realismo sucio y rollos marginales, en especial), francesa e inglesa.
¿Y escribiendo?
Llevo arrastrando desde el año antepasado varios proyectos: una novela experimental, una especie de diario novelado y un libro de relatos. Mi idea es que, al menos uno de los tres, pueda tener la suficiente calidad para ser publicado en España. Ese, ahora mismo, es mi objetivo. Aunque es verdad que tampoco tengo prisa, nunca la he tenido. Siempre he creído que cuando algo tiene que llegar, llega. Mientras tanto, yo me sigo «entreteniendo» con mi escritura y que pase lo que tenga que pasar.