«La historia de la escritura de la mujer en España es una historia de silencio»

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Esta semana, el día 16, se celebró el Día de la Lectura en Andalucía. La localidad de Pozoblanco tuvo el privilegio de que fuese Elena Medel la que rememorase esta jornada especial con un encuentro en la Casa de la Viga, que se inundó de poesía, especialmente de la de esas mujeres que, aunque aparentemente olvidadas, permanecen en sus palabras.

Así, la escritora y editora cordobesa leyó un poema de la poeta Ángela Figuera titulado ‘Mujeres del Mercado’, que no me queda más remedio que reproducir, ahora vais a entender porqué:

“Son de cal y salmuera. Viejas ya desde siempre.
Armadura oxidada con relleno de escombros.
Tienen duros los ojos como fría cellisca.
Los cabellos marchitos como hierba pisada.
Y un vinagre maligno les recorre las venas.

Van temprano a la compra. Huronean los puestos.
Casi escarban. Eligen los tomates chafados.
Las naranjas mohosas. Maceradas verduras
que ya huelen a estiércol. Compran sangre cocida
en cilindros oscuros como quesos de lodo
y esos bofes que muestran, sonrosados y túmidos,
una obscena apariencia.

Al pagar, un suspiro les separa los labios
explorando morosas en el vientre mugriento
de un enorme y raído monedero sin asas
con un miedo feroz a topar de improviso
en su fondo la última cochambrosa moneda.

Siempre llevan un hijo todo greñas y mocos,
que les cuelga y arrastra de la falda pringosa
chupeteando una monda de manzana o de plátano.
Lo manejan a gritos, a empellones. Se alejan
maltratando el esparto de la sucia alpargata.

Van a un patio con moscas. Con chiquillos y perros.
Con vecinas que riñen. A un fogón pestilente.
A un barreño de ropa por lavar. A un marido
con olor a aguardiente y a sudor y a colilla.

Que mastica en silencio. Que blasfema y escupe.
Que tal vez por la noche, en la fétida alcoba,
sin caricias ni halagos, con brutal impaciencia
de animal instintivo, les castigue la entraña
con el peso agobiante de otro mísero fruto.
Otro largo cansancio

 Oh, no. Yo no pretendo pedir explicaciones. 
Pero hay cielos tan puros. Existe la belleza”.

También leyó Elena algunos de sus poemas, recogidos en ‘Un día negro en una casa de mentira’, un volumen que recoge toda su obra poética y que dio pie a que comenzase esta entrevista tras un encuentro en el que la mujer tomó, por fin, la palabra.

Hay un poema de José Emilio Pacheco que dice “O lo que es peor: poetas oficiales, / amargos pobladores de un sarcófago / llamado obras completas”…

En mi caso, la explicación es muy sencilla. Yo me encontré con que tenía dos libros de poemas y dos cuadernos de poemas que la gente no podía leer porque no estaban publicados o porque estaban publicados pero estaban agotados y, por desgracia, ningún editor quería sacarlo uno a uno, sino que al final la única propuesta que tenía del editor era recopilarlos. Entonces me pareció pronto, pero me pareció que era la única manera de que mis libros tuvieran vida otra vez. Al final no deja de ser una oportunidad para los lectores, ¿no? Yo como lectora agradezco tener en un solo volumen la poesía de los poetas que me interesan y si hay algún lector al que yo le interese, quizá le guste tener a mano todo lo que he escrito.

Durante el encuentro que nos has ofrecido has dicho una cosa muy hermosa que, además, se repite a menudo entre los escritores: «Escribía porque lo necesitaba”…

En la escritura siempre hay un impulso, una necesidad, y esa necesidad se va transformando con los años… No es lo mismo sentarte a escribir teniendo 13 ó 14 años habiendo descubierto recientemente la vida y la escritura que sentarte a escribir ahora con 30 años, que soy joven todavía, pero ya tengo unas experiencias detrás… Sobre todo, soy más o menos consciente de que lo que voy a escribir a lo mejor se publica, entonces no es lo mismo, porque ahí hay una conciencia de estar elaborando algo literario.

Aunque siempre obedecen a un impulso, las necesidades son diferentes, porque van variando según las circunstancias, según las experiencias, según las edades… Pero ese impulso siempre está ahí y se mantiene, aunque se vaya transformando.

Y esta cosa romántica: ¿Con ese impulso se nace o ese impulso se hace?

No lo sé. Para mí la escritura es una consecuencia de la lectura. Seguramente hay gente que escriba buenos libros sin leer, pero es que yo no lo concibo. Me cuesta creer que haya gente que renuncie al placer de leerse un buen libro. Me cuesta asumir que alguien pueda negarse el placer de leer un buen libro. Para mí es lo más feliz que puedo imaginar: De pronto terminar un mal día de trabajo y sentarme en el sofá con un libro maravilloso que me salve la vida.

Es precioso eso. Dime un libro que te haya salvado la vida.

‘Poeta en Nueva York’, de Federico García Lorca. Todas las veces en las que vuelvo a él me salva. Otro es ‘Habitaciones’, de Luis Aragón; ‘Belleza cruel’, de Ángela Figuera; y ‘Ariel’, de Sylvia Plath. Esos cuatro libros para mí, por ceñirme a la poesía, son cuatro libros que yo tengo y que, mudanza tras mudanza, van conmigo de casa en casa.

Hay un libro para cada lector, hay un libro para cada momento. Me parece además que la literatura es muy generosa con los lectores. Hay poetas a los que yo he leído contando en ese momento el poema que yo necesitaba sin buscarlo. Es que yo de repente me encontraba con un libro, con un autor, y cuando  llevaba un rato leyendo descubría un poema que describía a la perfección lo que me estaba pasando en ese momento, ¿no? La literatura tiene esos actos de generosidad con nosotros.

Y hace que no nos sintamos tan solos.

Claro. Puedes estar solo, pero en ese momento te está acompañando el poeta o el narrador o la poeta o la narradora que está contigo, con todos sus personajes.

A mí me ha pasado con el poema de Ángela Figuera que has leído…

Ángela Figuera me parece el perfecto ejemplo de cómo el canon termina arrinconando a algunas poetas. En su época era una escritora respetadísima que la crítica ponía a la altura de Celaya y Otero y, sin embargo, hoy quedan Celaya y Otero y no creo que Ángela Figuera no quede por falta calidad, ya has escuchado el poema que he leído…

Brutal.

Es una poeta impresionante y no es un poema de su mejor libro, es un poema anterior a ‘Belleza cruel’, que es la cumbre de su escritura. Hablo mucho de ella igual que hablo mucho, por ejemplo, de Alfonsa de la Torre. Hay algunas autoras que para mí son casi una cuestión personal.

Cuando me dieron el premio Loewe en la rueda de prensa, Jaime Siles, el poeta y profesor de universidad, hizo una presentación hermosísima de mi libro, pero hubo una cosa que me llamó la atención. Hablando de ‘Chatterton’ se refirió a la intención de construir una poética de lo social desde la belleza y desde una escritura no feísta, como reclamaba  Ángela Figuera en ese último verso, “existe la belleza”… Y él habló de los poetas sociales alemanes, de Bertolt Brecht… Asumo mi ignorancia, había leído a Bertolt Brecht, pero empezó a nombrar a una serie de escritores que a mí no me sonaban de nada. Hubo un  momento en que pensé que yo eso lo había aprendido de Ángela Figuera, de Concha Zardoya, de Aurora de Albornoz… O sea, de todas estas autoras de los 50 que hicieron poesía social, durísima además, con una voluntad estética que logra una combinación que en muchos casos los hombres no consiguen. Es que mis referencias son esas, no son los poetas alemanes sociales, que serán espléndidos, pero no forman parte de mí tradición, sino estas poetas que ya el subconsciente ha expulsado de la historia de la literatura.

Elena Medel

Estás preparando una antología sobre estas autoras en La Bella Varsovia que seguramente saldrá en febrero. ¿Es una manera de homenajear, de agradecer, de querer compartir aquello que tú has descubierto?

Lo he empezado a subir a Internet para que si, llegado el momento, alguien no quiere o no puede comprar el libro, pueda investigar por su cuenta. El libro va a ser una edición ampliada con cinco poemas de cada autora de lo que ya he empezado a subir a Internet en Cien de cien, porque serán 100 autoras. Para mí está siendo una fiesta, porque estoy descubriendo autoras de gran calidad. A mí me hace muy feliz colgar en ese blog y publicar en ese libro la obra de 100 poetas que por una cosa u otra no han trascendido, pero que,  desde luego, no es por la calidad. Probablemente ha sido por la época en la que les ha tocado vivir, a veces por ellas mismas que eran sus peores enemigas. Hay autoras que dejaron de escribir para cuidar de sus hijos, de su marido y abandonaron por completo la escritura o como la narradora Felicidad Blanc, que dejó de escribir porque pensó que le iba a traer más problemas que alegrías…

Felicidad Blanc es el gran descubrimiento de ‘El desencanto’.

Es el personaje con el que se ceban más y es la que tiene una mayor inteligencia, porque es la que está bregando con toda la situación de sus tres hijos. Ella como cuentista era muy buena, pero dejó de escribir y como ella tantas. Hay un montón de narradoras, de poetas que dejaron de escribir o que estuvieron 20 ó 30 años sin publicar y, por tanto, se quedaron descolgadas. La historia de la escritura de la mujer en España es una historia de silencio, de paréntesis y de mudez.

Si no hubiera sido así… ¿Qué habría podido ser?

Cuando tú vas a una librería o a una biblioteca a buscar una antología de los 50 o te encuentras con el grupo del 50 que era como el más canónico, que son todos hombres, o alguna ampliada que, si el antólogo era generoso, incluye a los grupos marginales por estética, pero nunca se incluía a ninguna mujer. O sea, es muy complicado ver a María Victoria Atencia, a Julia Uceda, que tienen esa edad… Yo pienso en una antología del 50 que se hiciera con autoras que hubieran seguido publicando, que hubieran seguido teniendo reconocimiento y habría sido otra cosa completamente distinta. Pienso en autoras como María Elvira Lacaci o Susana March… Un montón de autoras que se quedaron por distintas circunstancias. Es una historia fascinante.

Y hoy, ¿cómo ves la poesía hoy?

Es un momento en el que me interesa muchísimo lo que se está haciendo y lo que se puede llegar a hacer. Se está empezando a abrir un diálogo con Latinoamérica, gracias a las redes sociales, que no existía cuando yo empecé a escribir. Yo sé lo que están escribiendo ahora los poetas en otros países. De hecho, en mi editorial he publicado a un mexicano, a una peruana y este año sale una argentina y un peruano, además de una antología de poetas mexicanos y otra de cubanos. O sea, que yo sé lo que están haciendo ahora escritores de otros países  que tienen mi edad  y eso es muy enriquecedor.

En cuanto a escritura, que es lo que realmente importa, yo creo que es un momento generosísimo para quien esté leyendo poesía, es un momento muy interesante, porque hay un diálogo fascinante entre distintas estéticas, entre distintas generaciones.

Y además hay gente muy, muy, joven que está leyendo poesía

Eso es algo a lo que se está llegando a través de las redes sociales y de la canción de autor, por ejemplo. A mí lo que me interesa saber es si esos lectores tan jóvenes se quedan ahí o siguen leyendo. Si se quedan ahí, genial de todas formas porque han leído. Pero ojalá que sigan leyendo y sigan teniendo curiosidad por lo que se escribe.

Tras esta charla, abuso un poco más de la generosidad de Elena Medel, pidiéndole un poema. Elige este de Paloma Palao, que aparece en ‘Resurrección de la memoria’ (Ámbito Literario, Barcelona, 1978):

«En
la larga desolación, de que la luna
se tienda sobre mi corazón, aunque yo no lo quiera,
de que el pez
se agarre a mi voz, sin que yo pueda
mover una sola de mis intenciones,
atada
para siempre
a una mesa, a la mesa
de un cuarto vacío; en esta larga desolación
me permito
alguna locura, de cuando en vez,
luna quieta,
que se agarra a mi ventana, que quiere
abrir mi corazón, mi puerta, la llaga
de luz que se ambiciona; la agobiante
asfixia
de entreabrir
esa puerta y ver a alguien, alguien
que no soy yo —pero que finge serlo—
atada a una mesa, en un cuarto vacío,
mientras me ponen una inyección para sobrevivir,
mientras la luna se pasea
por el fondo verde de mi corazón
y
mientras alguien, alguien que no soy yo, entreabre
esa puerta que da
a
una habitación,
a
un cuarto oscuro, oscuridad
que se niega a comprender, mientras
la luna
corre
por entre la oscuridad de aquel cuarto
vacío,
de aquel cuarto, entreabierto, con estantes
llenos de luz —llagas abiertas— que se consuman
en un sacrificio —que no ha sido pedido—,
en ese cuarto, donde alguien,
—que no es aquella que no soy yo—,
finge dolerse, de una llaga
que no da luz, ni se ambiciona».

Y a mí me parece que no hay mejor manera de acabar esta entrevista que con la mujer, otra vez, y como siempre, tomando la palabra.

Fotografías: África Villén ©

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