No existe el cine surrealista.
No existe el cine de humor.
Y si existe, a toda vista,
lo de los Marx es mejor.
No es toda su filmografía
lo que goza de esplendor,
pero esta pieza de valía
argumenta todo fervor.
Los hermanos pobres
en la risa prosperaron.
Enseñando sus mandobles
el guión perfeccionaron.
Al pulir tiempos en gira,
lo rodaron con buen tacto,
y cualquiera que lo admira
encuentra su ritmo exacto.
La comedia del absurdo
no puede ser superada.
Acercarse queda burdo,
la historia ya está trazada.
No importa tanto el guión,
siquiera sus personajes,
la clave es la medición
de degustar sus mensajes.
Así un bigote pintado
pasó a la historia del mundo.
Era de hablar afilado
y en contrariedad fecundo.