Había películas ochenteras
con fantasmas de puntillas.
En España eran más horteras
y le daban a las pastillas.
La música sintetizada
sonaba en las discotecas.
Si querías ir bien peinada
competías con pinacotecas.
Ya pasados esos años
no se olvidan sus deidades.
Las resacas son travesaños
entre días de piedades.
Pero esos muertos sonoros
no nos dejan olvidar,
y sus indelebles lloros
nos tienden a influenciar.
Elena Anaya es la inerte
que mataron sus pasados,
pero la historia convierte,
ella no tuvo pecados.
Madre e hijo no controlan sus acciones
cuando buscan lugar común.
La agorafobia no se arregla en canciones,
¿será en botas frotadas con betún?
Si todos los ídolos murieron
va siendo hora de continuar.
Que no sean los que cayeron
los que nos vayan a traumar.