Por fin tengo un momento para escribir la crónica de uno de los libros que más ilusión me hacía del Club de Lectura Feminista de la Tribu. A veces, ya se sabe, cuantas más cosas se quieren decir de un tema, más cuesta ordenar los pensamientos y decirlas como toca. La comida de Navidad y los turrones también podrían tener algo que ver con el retraso.
Hace unos cuantos viernes llovía a cántaros. Llegué a la Librería Malpaso con los calcetines empapados y los pies helados, pero me daba igual, tocaba hablar de ‘A Virginia le gustaba Vita‘, de Pilar Bellver y, por lo tanto, tocaba hablar de Virginia Woolf, una figura que más me obsesiona cuanto más mayor soy.
Todo empezó cuando leí ‘La señora Dalloway’ hace unos años, antes de cumplir 18. Una vez tuve un profesor que dijo que los clásicos lo son no porque cada frase sea buena, sino porque, de vez en cuando, puedes encontrar alguna que sea sublime. Y no creo que en esa primera lectura entendiera todo lo que Woolf decía —y no sé si jamás lo haré, ya que por miedo a dañar el amor incondicional que tengo por el libro no me he atrevido a leerlo nunca más—, pero sí que me quedé con frases e ideas que no me han abandonado desde entonces.
Y también me ha acompañado la figura de Virginia Woolf hasta el Club de Lectura Feminista de la Tribu de hoy. Nada más entrar, Bernat, el librero, nos cuenta que hay una buena y una mala noticia.
—Hombre, la buena primero, ¿no?
Esto no lo he dicho yo, que soy de las que siempre quieren la mala primero.
Resulta que el club de lectura se alarga, de momento, hasta junio. No podía haber recibido mejor noticia, creo que no hubiese aguantado que acabase en enero. La mala es que Maria Antònia, la coordinadora de nuestro grupo, está enferma y no puede venir «pero confía plenamente en vosotras y sabe que podréis mantener el debate encendido».
Al principio sufrimos un poco, porque con la lluvia parece que seremos pocos y siempre intimida esto de tener que tomar la iniciativa, más si es para expresar opiniones. Pero enseguida llegan más y más miembros del grupo y la confianza hace que nos soltemos.
Las opiniones son diversas, algunas dicen que ha sido el mejor libro del club de lectura, de momento, y otras creen que no vale tanto la pena. Es el primer libro que leemos donde sale una relación homosexual (como mínimo abiertamente, ya si os acordáis, en ‘Las chicas‘, nunca se pone nombre a los sentimientos de Evie por Susan). Alguien menciona una escena en la cual Vita le dice a Virginia que le gustaría que escaparan juntas en coche le recuerda a un fragmento de la película Carol, una de las pocas conocidas donde la trama principal es la historia de amor entre dos mujeres.
Alguien comenta que el primer contacto que tuvo con Virginia Woolf fue al leer ‘Orlando’, novela que el hijo de Vita Sackville-West calificó de «la más larga y encantadora carta de amor de la literatura». Yo aprovecho para comentar que lo quiero leer pero, por desgracia, tengo la traducción de Jorge Luis Borges, que es duramente criticada por Pilar Bellver.
Resulta que el buen hombre encontró de lo más normal traducir la palabra inglesa mind como inteligencia cuando se refería a un hombre y como espíritu al hablar de una mujer. ¿Qué os parece? Y esto sin tener en cuenta que suprimió fragmentos enteros porque, en su opinión, sobraban. En fin, traduttore traditore, que dicen, pero Borges la lió mucho y yo, como castigo, ya no leeré ninguna de sus traducciones.
Pronto empezamos a hablar de la figura de Woolf en si. Como Bellver nos da una imagen tan distinta de la que hemos estado leyendo y viendo durante años. Probablemente perpetuada por Quentin Bell, su sobrino, el cual escribió una extensa biografía de la autora —que empecé a leer pero no recuerdo demasiado—, tenemos una imagen de una Virginia Woolf frágil, loca y que puede explotar en cualquier momento, que es desmentida por Pilar Bellver y, según cuenta el libro, también por Irene Chikiar Bauer, que publicó el año pasado ‘Virginia Woolf: la vida por escrito’, un libro que me da vergüenza admitir que aún no tengo. Las dos autoras coinciden en transmitir una imagen muy alejada de la que puede tener el público que se haya quedado con la escritora estrambótica y lunática de la película ‘Las horas’, que es como casi todo el mundo imagina a Woolf, y la presentan como una mujer que, pese a haber sufrido depresión en el pasado y ser vista por todos como un objeto frágil, era fuerte y no estaba, ni de lejos, loca.
A partir de esto, sale el tema del suicidio. Y resulta muy interesante, porque una de las chicas del club, lectora ávida de Stefan Zweig, hace que nos demos cuenta de la diferencia entre cómo se trató el suicidio de éste comparado con el de Woolf. El hombre que se quita la vida es el genio incomprendido, mientras ellas están locas. Vemos esto con Hemingway, Larra o Werther, el personaje de novela de Goethe. Este último despertó tanta admiración entre los jóvenes contemporáneos que, durante un tiempo, se habló de el efecto Werther, y se decía que muchos intelectuales se habían suicidado después de leer el libro. Aunque esto resulta ser más un mito que una realidad, hace que nos demos cuenta de hasta que punto se puede idealizar esta imagen de hombre que es tan inteligente y sensible que no puede resistir las consecuencias de la estupidez o irracionalidad humana y, en un último acto de valentía, pone fin a su vida. Al otro lado están ellas: Sylvia Plath, que puso la cabeza en el horno, y Woolf, que se llenó los bolsillos de piedras y se tiró a un río. Como si en lugar de decisiones, fuesen arrebatos de desequilibradas mentales.
Volviendo al libro, que es el tema que toca tratar, muchas coincidimos en decir que la historia que Virginia cuenta a Vita sobre su breve romance con una actriz española es una de las mejores partes del libro. Me atrevo a decir que lo que me molesta un poco de esta obra es que, puestos a leer cartas, preferiría leer las originales y no una interpretación de Bellver. Entiendo que ella junta en un par de cartas una historia que, probablemente, sucedió en un intercambio de más de un centenar de misivas, pero aún así, leer una carta que imita las de Viginia Woolf, a mí que, probablemente, la tengo algo idealizada, no me apasionó.
Es un libro que despierta opiniones muy distintas. A algunas les ha gustado más la segunda parte (si lo habéis leído, sabréis que la primera parte está compuesta por cartas ficticias entre Virginia y Vita, mientras la segunda es una conversación entre una escritora/estudiosa de Woolf y su sobrina adolescente). Otras, como yo, hemos pensado que aunque lo que dice está muy bien y es educativo, la segunda parte no tiene ni pies ni cabeza porque describe una situación de aceptación y normalización de la homosexualidad que no existe.
Los últimos diez minutos son una mezcla de temas distintos. Siempre nos pasa que, cuando vemos que ya es hora de acabar y quedan aún tantos tópicos interesantes a debatir, saltamos de uno a otro un poco caóticamente. Hablamos de cómo vivimos en una sociedad donde se teme a hablar de las emociones, alguien comenta que la gente se cree con el derecho a opinar sobre un embarazo sin que la mujer embarazada haya pedido su parecer, y también sale el tema de la política don’t ask, don’t tell que reinaba en el ejército de los Estados Unidos (y que tal vez aún sigue viva).
Para ir cerrando un poco, tomando la función de Maria Antònia, llegamos a la conclusión que el libro, como mínimo, consigue hacer más accesible la figura de una autora que, para muchos, resulta distante y difícil; que Bellver ha conseguido transmitir el amor y la pasión a través de las cartas, así como dar una voz propia a ambas mujeres.
Finalmente, me resta decir que, aunque me he enterado mientras escribía esta crónica y, por lo tanto, no lo pude mencionar en el Club de Lectura, he descubierto que se está produciendo una película sobre la historia de amor entre las dos autoras, que se estrenará este 2017 bajo el título ‘Vita and Virginia’. Cruzamos los dedos para que esté al nivel de tal historia.
Para finales de enero hemos quedado en leer ‘Tea Rooms’, de Luisa Carnés, autora de la generación del 27, por si queréis seguirnos, presencialmente u online. Pues venga, ¡a leer se ha dicho!