Hola, me llamo Pilar y confieso que he leído.
Confieso que he leído libros que me han dejado sin aliento, confieso que he leído libros que me han hecho llorar de risa, confieso que he leído libros que me han dado ganas de ponerme a escribir (estos son los mejores), confieso que he leído libros mediocres, confieso que he leído libros por obligación (académica o sentimental. Sí, hubo un tiempo en que era bastante tonta, qué le vamos a hacer), confieso que he leído libros que he olvidado en el preciso instante de llegar al punto y final, hasta confieso que he leído libros que me han cambiado la vida. De verdad, no es una manera de hablar.
Pero hoy me apetece sacarme los colores y hablar de esos libros que me ha dado vergüenza, que me sigue dando vergüenza haber leído. Mucha, mucha vergüenza. No soy perfecta y uno de mis defectos más terribles es que tengo un puntito esnob insoportable. Y aquí estoy, compartiendo mis miserias literarias con vosotros. Ya veis, haría casi cualquier cosa por nuestro querido Bill.
Juro solemnemente que no voy a justificarme. No voy a entrar ni en porqués ni en cómos ni en cuándos. Simplemente voy a compartirlos con vosotros. Y si existe un dios (otro que no se apellide Murray, por favor me perdone).
‘Regreso al hogar’, de Danielle Steele
He dicho que no voy a justificarme, pero lo voy a hacer. Cuando repites mil veces eso de “ni caso, seguro que es de los que lee a escondidas libros de Danielle Steele”, no te queda más remedio que ponerte en la piel de los que leen a escondidas libros de Danielle Steele. ¿La experiencia? Para olvidar. Cuando se habla con desprecio de “las novelas románticas” se deben referir a ésta. Fijo.
‘Verónika decide morir’, de Paulo Coelho
Lo siento por sus seguidores que llenan mi muro de Facebook de psicología barata y filosofía de postal, pero… ¿En serio? Ese mensaje facilón y manido, esa prosa elemental… ¿Por qué este señor ha vendido más de 50 millones de libros en todo el mundo? Por favor, que alguien me lo explique. Terrible. Y, para muestra, un botón: “Morir mañana es tan bueno como morir cualquier otro día”. Ahí queda eso.
‘Perdona si te llamo amor’, de Federico Moccia
Este libro cumple la regla no escrita de las malas películas, que siempre tienen un momento brillante. En este caso, un pequeño diálogo que, no sé si por un claro complejo de Peter Pan en proceso de reconvertirse en Wendy, se quedó conmigo:
“—¿Sabes la diferencia entre una mujer y una niña?
—No.
—Ninguna. A menudo ambas intentan ser la otra”.
Quitando esto, que probablemente sea una tontería, me pregunto, como antes, cómo este autor puede vender tantísimos libros. Quizá sea por esa manía tan nuestra de confundir sencillez con simpleza. No lo sé. Malo, muy malo.
‘El bebedor de lágrimas’, de Ray Loriga
Vaya por delante mi admiración más absoluta a la escritura de Ray Loriga, que roza la obsesión y el amor enfermizo. Ray Loriga es, para mí, el genio de la literatura española de los últimos tiempos. Su primera novela, ‘Héroes’, es uno de esos lugares a los que vuelvo una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez y cada redescubrimiento es como renacer, es recuperar la fe en el arte, en el talento.
Dicho esto, no sé en qué momento Ray (MI Ray) tuvo la genial idea de escribir esta novela adolescente (¡ojo¡, no lo digo como algo despectivo, hay novelas adolescentes absolutamente maravillosas) de fantasmas, asesinatos… Es mediocre, mucho, y cuando hizo su aparición en libros prometía ser saga. No hace falta, Ray. No la necesitamos.
Seguimos necesitando tus letras, pero las otras, las de ‘Héroes’, las de ‘El hombre que inventó Manhattan’, las de ‘Tokio ya no nos quiere’…
‘Pasiones romanas’, de Maria de la Pau Janer
Creo que este es mi “favorito” y con él confirmé que el Premio Planeta había dejado de tener cualquier prestigio que en algún momento pudiera haber tenido en mi biblioteca. Terrible sensiblería con, para colmo, ínfulas filosóficas que no hay por dónde agarrar.
Y sí, también me leí ‘La sombra del viento’ y ‘Los hombres que no amaban a las mujeres’, pero ya no puedo más. Voy a refrescarme, me arden las mejillas.
Fotografía: Simon Cocks ©