Bien, excursionistas, arriba, despertad y no olvidéis los descansos porque hoy hace mucho frío. Hace frío todos los días. ¿Qué te creías que estabas, en Miami?
Bien, excursionistas, hoy es 2 de febrero y no me ha quedado más remedio que comenzar así este artículo que no pretende ser más que un humilde homenaje a una película, a una gran película, ‘Atrapado en el tiempo’, el filme que elevó a nuestro Bill Murray al olimpo de los dioses de la comedia. ¿De la comedia? Sólo a simple vista.
¿Y si no hay un mañana? ¡Hoy no lo ha habido!
Porque en esta cinta, en la que Bill se queda atrapado en un febrero que no avanza y que descubre, mañana tras mañana, que está amaneciendo en el mismo día —ese 2 de febrero en el que todos esperamos que la marmota anuncie una primavera temprana— muchos han visto una lección de vida, con ínfulas filosóficas y hasta teológicas.
Tal vez el verdadero Dios usa trucos. Tal vez no sea omnipotente sino que lleva aquí tanto tiempo que lo sabe todo.
Yo me conformo con ver a Phil —quien comparte nombre con la marmota más famosa de Pensilvania—, un tipo frustrado, ambicioso y arrogante que piensa que su carrera profesional se ha estancado y que merece mucho más. Es meteorólogo de una emisora de televisión y el 2 de febrero, como hoy, acude a cubrir la predicción de su tocaya. Una tormenta de nieve le impide volver a casa y, a la mañana siguiente, descubre con asombro que ha vuelto a amanecer el 2 de febrero con la misma música en el despertador. Día tras día. Día tras día. Día tras día… Y así durante 40 años, según desveló su director, Harold Ramis.
¿No son un poco así nuestras vidas? ¿No hemos tenido todos la terrible sensación, alguna vez, de que nuestras vidas no avanzan? ¿De que estamos estancados en un eterno día que se repite sin parar desde el momento en el que suena el despertador? Al menos, eso es lo que desprende Bill fotograma a fotograma. Quizá porque su vida personal se reflejó demasiado en esta película. Dicen las malas lenguas que, durante el rodaje, no pasaba por su mejor momento y que, incluso, le costó su amistad con Harold Ramis, al que discutió planos, escenas, vestuario y hasta el trasfondo de la cinta. Y bendito sea. Por ejemplo, se empeñó, sin tener ni idea de solfeo, de marcarse este temazo, que sus incondicionales nos guardamos para siempre.
Lo peor de esta película es darte cuenta de que quizá tú también vives un eterno 2 de febrero. Lo mejor es que darte cuenta de que quizá tú también puedes ponerle remedio y, como le decía Pilar del Río a José Saramago, ganar la primavera.
El invierno es sólo otro paso del ciclo de la vida.
Por cierto, fue aquí donde descubrimos, ya sin asombro, que Bill Murray era un dios, antes de toparnos con la certeza de que es Dios.