Sancho Panza no acompañó a Don Quijote desde su primera aventura. No fue sino cuando éste volvió (por primera vez) malherido a su hogar y se recuperó de sus heridas que convenció a un labrador «de poca sal en la mollera» para que le acompañase. Éste dejó a su mujer y a sus hijos y, deseoso de conseguir una ínsula, se montó a lomos de su borrico siguiendo al loco manchego. Ahí es cuando las aventuras comienzan de verdad para el hidalgo, se enfrenta los molinos, tienen lugar las conversaciones ácidas entre ambos, cuando el libro, la leyenda, comienza de verdad. Sancho Panza no es el primer secundario, pero quizá sí sea el que creó escuela.
Haciendo un resumen rápido, no es de extrañar: La dinámica entre ambos personajes es ejemplar: Don Quijote va tomando la cordura de Sancho y Sancho va tomando la locura del Quijote. La historia sigue girando en torno al caballero, pero el escudero es el muro contra el que se lanzan todas las ideas, preguntas, propuestas y razonamientos del libro. Sancho añade una trama a la novela que la llena de vida, da un respiro al lector de las locuras del protagonista, está llena de ilusión y de aventuras. Tiene identidad propia. Es todo lo que debería ser un buen secundario: un apoyo, una ayuda, pero también alguien con quien sufrir, a quien tener cariño, por quien temer y a quien amar.
Hay pocos elementos más útiles para una narración que el acompañante. Un personaje con motivaciones propias, con lazos de cualquier tipo con el protagonista, que lo acompaña y que, en realidad, es una prolongación del público, al que se le explican los sucesos que no comprende o que narra la acción desde un punto de vista más o menos objetivo. El cine heredó esta figura de la literatura (como otras muchas) y la verdad es que en los últimos años el acólito ha pasado por ciertos cambios, algunos a mejor, algunos a peor.
Hay pocos elementos más útiles para una narración que el acompañante. Un personaje con motivaciones propias, que acompaña al protagonista y que, en realidad, es una prolongación del público
Tomemos por ejemplo el caso de John Watson. Desde su creación en ‘Estudio en escarlata’, el primer caso de Sherlock Holmes, creado por Arthur Conan Doyle, ha pasado 27 veces por la pantalla. Mientras el papel del investigador más famoso de Inglaterra caía en manos de gente como Peter Cushing, Christopher Lee o Benedict Cumberbatch, el papel de acompañante fue en muchas ocasiones olvidado o interpretado por actores menores, a pesar de que el buen doctor se encontraba en todos los relatos de Conan Doyle.
Desde 2010 el papel está siendo interpretado por Martin Freeman en la adaptación creada por Steven Moffat (con la ayuda de Mark Gatiss) para la BBC y, probablemente, sea una de las mejores interpretaciones de la pequeña pantalla en la actualidad. Freeman ya nos tiene acostumbrados a iluminar la pantalla en series como ‘Fargo’ o la primera versión de ‘The Office’, pero lo cierto es que su interpretación del doctor es una de las mejores que nos podemos encontrar en el panorama televisivo actual. Tanto que, en muchas ocasiones, el actor supera a su propio personaje.
En esta versión actualizada, el doctor Watson ya no es un combatiente retirado de las guerras en África, sino Afganistán. Ya no escribe para revistas, sino para su blog, y ya no es un mero espectador / narrador de las aventuras de su compañero. Watson se ha convertido en un personaje con identidad propia, ambiciones y deseos. Que se enfada, que protesta, que canta las cuarenta al detective y que a lo largo de la tercera y cuarta temporada tiene su propio arco. Que sea una trama mal llevada que termina con una de las resoluciones más facilones de la historia de las series es otra historia.
Watson desarrolla una personalidad, una entidad propia a lo largo de la serie. A pesar de volver siempre al punto de partida, es un personaje, no un aparato de la trama, un narrador omnisciente. Es mucho más de lo que era en un principio. Pasa de aparato narrativo a personaje tridimensional.
Podríamos exponer como un caso opuesto al doctor Watson a Samsagaz Gamyi, jardinero coprotagonista de la aventura de Frodo Bolsón en ‘El señor de los anillos’. Inocente y bonachón, Sam es uno de los Hobbits más encantadores que encontraremos más allá de la comarca. Siempre de buen humor y dispuesto a ayudar a su amo, el papel de este personaje es crucial en la destrucción del anillo único. Es un personaje que padeció ciertos cambios de la novela a su adaptación a la pantalla, pasando de ser un vasallo, un ayudante en el libro, a un amigo de verdad en la película.
A lo largo de las tres películas, el joven Sam apenas cambia. No sufre traumas profundos que no supere con tesón y buen ánimo. Cuando al final hace el esfuerzo más grande de todos —cargar al propio frodo hasta las puertas del Monte del destino—, lo hace con la misma fijación con la que salió de la Comarca: Es su tarea, lo que tiene que hacer. Sam es un aparato de la trama, pero también es un personaje que aunque no cambie, no se hace pesado, ni cargante, precisamente por su fidelidad y bondad.
Aunque existen bastantes casos de personajes secundarios que pasan de apoyos y ayudas (tanto a la narración como a los protagonistas) a auténticos incordios, el caso más claro es el de Rachel Taylor. Obligada a actuar durante la infancia con una madre adicta a los focos, la pequeña sólo encontró refugio en su hermana adoptiva, Jessica, que al llegar a la adolescencia desarrolló poderes sobrehumanos. Trish forma parte del elenco principal de ‘Jessica Jones’, y tiene en la serie creada por Melissa Rosenberg un papel casi tangencial. Es la hermana de la protagonista, se preocupa por ella y le salva constantemente de sus aprietos durante los primeros capítulos. Compagina su programa de radio con investigar la identidad de Kilgrave, el antagonista.
Sin embargo, al llegar la mitad de la temporada, Rosenberg y Brian Michael Bendis —creador de los personajes para el cómic original— decidieron poner a la presentadora en una serie de aprietos absurdos. Trish se convierte en un pollo descabezado que a veces hace caso a Jessica, a veces no. Con su propia trama que no va a ninguna parte y mintiendo y traicionando a Jessica. Todo el potencial previo que podría existir previamente queda descartado para más adelante, quizá una segunda temporada. Se convierte en una herramienta para Jessica, alguien a quien utilizar para salir de situaciones peliagudas y cuya historia personal apenas llena.
Y es una pena, porque donde había un hueco único para las series Marvel / Netflix de hacer autocrítica sobre el maltrato que padecen las estrellas infantiles, ahora hay una carrera contrarreloj contra un villano que, por muy interesante que sea, hace que se dejen en el aire temas mucho más interesantes y, lo que es más importante, la evolución de personaje. Porque un personaje con una base apasionante que se olvida en favor de la acción es casi tan terrible como un personaje que no evoluciona ni cambia a lo largo de cientos de películas. Como ocurre en ‘Star Wars’.
Los robots creados por George Lucas a partir de dos secundarios de ‘La torre escondida’, de Akira Kurosawa, son los catalizadores de la acción en ‘Una nueva esperanza’, llevan el mensaje de la princesa Leia hasta Obi Wan Kenobi y a partir de ahí se convierten en miembros indispensables de la resistencia. Y a pesar de que R2D2 es un miembro importante del grupo que controla la navegación de la nave de Luke y que lo fue todavía más en las precuelas, no existen grandes motivos por los que sean arrastrados de un lado de la galaxia a otro, apareciendo en las ocho películas de la saga (en ‘Rogue One’ hacen un breve cameo cómico que incluso rompe con el tono militar de la película).
Ambos autómatas viajan del punto A al B, al C, empujados por los tripulantes del Halcón Milenario o por los miembros de la resistencia sin colaborar lo más mínimo en la lucha contra el Imperio. Son personajes que incluso pueden llegar a resultar cargantes (especialmente C3PO, dorado, repipi y miedoso) y que a lo largo de la saga tan sólo han servido para una única tarea en la primera película. Lo mismo está ocurriendo con BB8 en ‘The Force Awakens’, un robot que tan sólo sirve en la película para hacer coincidir a Rei y Finn con la resistencia.
El único androide con una cierta personalidad, actitud y deseos propios que hemos visto por ahora es el doblado por Alan Tudyk en ‘Rogue One’: K2SO. Gracias a sus comentarios sarcásticos y actitud pasota se ganó el merecidísimo premio de ser el único personaje por el que sentimos empatía cuando llega el final de la película. Sin embargo, nos volvemos a encontrar con un discípulo sin cerebro ni actitud, sin voluntad de ser nada más allá de lo que le es ordenado. No es un compañero de fatigas, ni siquiera un aprendiz. Es alguien (algo) que pulula por ahí. Pero, ¿qué es necesario para que un robot se convierta en algo más que un robot? A veces basta con una gema del infinito.
Nos volvemos a encontrar con un discípulo sin cerebro ni actitud, sin voluntad de ser nada más allá de lo que le es ordenado
Jarvis hizo su aparición en ‘Iron Man’ pasando totalmente desapercibido. Se trataba de una voz impersonal creada por Tony Stark que apenas contaba con unas cuantas líneas en las que advertía al magnate de los peligros de ciertas actitudes —ponerse cohetes en los pies y manos pensando que así podría volar, por ejemplo—. Poco a poco, a lo largo de las películas, fue adquiriendo más líneas de diálogo. Todos sabíamos quién era la voz omnipresente que conversaba con Stark en su traje. El fiel mayordomo electrónico nos informaba de cuánta batería le quedaba a la armadura, cuánto quedaba para chocar contra el suelo…
Para cuando llegó ‘La era de Ultrón’, Jarvis ya era un personaje querido y conocido por el público. Por eso, su muerte en el primer tercio de la película resultó suficiente para crear discordia en el grupo de héroes y desembocó en la destrucción de Sokovia —que acabó en la Guerra Civil… Ya sabéis la historia—. Jarvis desaparece durante buena parte del metraje para hacer una entrada triunfal en el último tercio convertido en algo nuevo: Visión. El miembro más nuevo de la familia de Vengadores —interpretado por Paul Bettany, que ya daba voz a Jarvis— no es humano, no es máquina ni es alienígena. Es todo a la vez.
Se trata de la inteligencia artificial de Jarvis combinada con una piedra del infinito, uno de los objetos más poderosos del universo, y ciencia humana. El compañero fiel de Tony Stark en todas sus aventuras desaparece por completo para convertirse en un ente en sí mismo, con su curiosidad, sus inquietudes y, gracias a dios, su amor por los humanos. El acompañante se convierte en héroe. Pero no siempre es obligatorio que los Sidekicks se conviertan en otra cosa. Algunos simplemente tienen que ayudar al protagonista en el momento adecuado para ganarse un hueco en nuestro corazón. Véase Timon y Pumba.
Quizá mi nostalgia noventera está hablando por mi, pero creo firmemente que Timón y Pumba son los mejores compañeros de aventuras que Disney ha creado en toda su historia. No sólo son una pareja icónica que ha provocado multitud de debates a lo largo de sus más de 20 años de existencia, también son personajes que ayudan, defienden, rescatan y, sobre todo, apoyan al protagonista. Y su motivación es lo mejor: son sus amigos.
El suricato y el cerdo son personajes que son simples, porque son independientes de la trama. No tienen nada que ver con el ciclo de la vida ni la magnificencia de Mufasa. Son animales anarquistas. Tienen una identidad propia, una forma de ser diferente a la conocida por Simba y por nosotros, espectadores. En este caso, Simba se convierte en el Sancho Panza de Timón y Pumba. Ellos son las cabezas del grupo. Tropezar con Simba e incluirlo en su vida (no formar ellos parte de su trama directamente) los convierte en protagonistas absolutos de la película durante apenas diez minutos. Pero qué diez minutos.
Una de las canciones más icónicas de Disney de los 90, una pareja que vive en libertad, lejos de los problemas de Simba con los que nos identificabamos todos —los adultos consciente, los niños inconscientemente—, que se alimentan de bichos de apariencia deliciosa y que son felices. Para cuando al final la acción vuelve a recaer sobre Simba, ya se han convertido en algo más que personajes secundarios. Son amigos del protagonista. Timón y Pumba son quizá el ejemplo perfecto de sidekick en animación. Y lo serían de toda la ficción si no fuera por Nick Frost.
Ya desde el primer capítulo de ‘Spaced’ se nota la complicidad existente entre Nick Frost y Simon Pegg. Si bien el segundo era el protagonista de la serie, acompañado por la muy infravalorada Jessica Hynes, Nick Frost funcionaba como el mejor camarada, el máximo exponente de amigo hasta la muerte. La colaboración entre Frost, Pegg y Edgar Wright continuó con la trilogía del Cornetto, que abarca (obviamente) tres películas: ‘Shawn of the Dead’, ‘Hot Fuzz’ y ‘The World’s End’.
Cada una de ellas está protagonizada por un Pegg que se supera a sí mismo en cada entrega, pero que no sería nada sin su compañero de toda la vida, Nick Frost. A veces, funcionando como complemento, a veces teniendo su propia historia pero siempre sirviendo de apoyo para la actuación espectacular de Pegg. Nick Frost no se come la pantalla, y no es porque su personaje no se lo permite o porque sus capacidades interpretativas no lleguen. Es simplemente porque no le da la gana. Porque está cómodo siendo el Sancho Panza de Simon Pegg. Porque no necesita más. Porque sabe que él no es la estrella, está ahí para servir, y pocos lo hacen mejor que él.
En definitiva, este artículo no trata sobre actores y actrices secundarios. Trata sobre algo mucho más importante que deberíamos tener en cuenta en el cine: la representación de la amistad. Los personajes analizados en este artículo no son sólo grandes actores y actrices, no son sólo personajes carismáticos. Son amigos. Para cuando acaba el Quijote de la Mancha, Sancho está ahí a los pies de la cama de su amigo, llorando. Deseando haber compartido más tiempo con su amigo. Y el espectador quiere lo mismo. Porque hay pocas cosas que satisfacen más al espectador que ver a dos amigos sintiéndose cerca el uno del otro.
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