Cinco libros para leer con una sola mano

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Los prejuicios que provienen de esa tradición cristiana que a veces nos ahoga todavía impiden a muchos darse cuenta de algo que, cuando lo descubres, es una auténtica revelación. O liberación. En el porno hay poesía. Y las musas se esconden en la saliva que se resbala por unos muslos ardiendo o en las marcas de unos dedos sobre nalgas sudorosas que todavía palpitan. En el porno hay poesía…  Y mucha y buena literatura.

Por supuesto, no me estoy refiriendo a esos títulos que se han puesto de moda en los últimos tiempos haciendo sonrojar a los verdaderos amantes del género. Esa ñoñería mal escrita que, quiero pensar, sólo ha funcionado a golpe de marketing y no porque a los lectores les falten más de 100 neuronas o tengan el sex(t)o sentido atrofiado. No hace falta revelar el título. Todos sabemos de qué estoy hablando. Tampoco apunto al fenómeno Sasha Grey, una de las mejores actrices porno de todos los tiempos, que debutó en la literatura con ‘La sociedad Juliette’. Sinceramente, querida Sasha, para escribir como Chuck Palahniuk hay que ser Chuck Palahniuk. Eso es todo.

Me refiero a esos otros libros, a esos que, de pronto, y dejándote llevar, bendita imaginación, te descubres leyéndolos con una sola mano. Letras que te desatan las pulsiones, te empapan de fantasías y te hacen sentir obsceno y, por lo tanto, vivo.

Empecemos por el principio:

‘Las edades de Lulú’, de Almudena Grandes. Digo por el principio, porque es el típico libro del que escuchas hablar en el patio del colegio y puede estar disponible en la biblioteca de la casa de tus padres. ¡Ay! Cuántos tiernos adolescentes no habrán dejado de serlo después de conocer la historia de Lulú, una niña, después joven y más tarde mujer que se adentra en la oscuridad de una serie de prácticas sexuales que harían palidecer al soso de Christian Grey y harán enrojecerse de placer a todos los demás.

‘El amante de Lady Chaterlay’, de David H. Lawrence. Publicada por primera vez en 1928, removió los cimientos de la alta burguesía de la época haciendo de su protagonista, Connie, una mujer sin tabúes, fuerte, poderosa, que descubre la felicidad el día que decide llenar su vida irremediablemente vacía de saliva, semen y sangre con el beneplácito de su marido. Adúltera, animal… Mujer.

‘Historia del ojo’, de Georges Bataille. El deseo, el pecado, lo prohibido, el placer y la muerte se follan unos a otros en esta obra surrealista y filosófica que transgrede todo lo políticamente correcto en lo que a sexualidad se refiere. Los personajes de la jovencísima Simone y su compañero se plantean dónde está el límite del raciocinio a través de prácticas sexuales sádicas, extremas, que desembocarán en el dolor. O quizá es que en el dolor es donde realmente aguarda el placer. Juzguen ustedes mismos.

‘Delta de Venus’, de Anaïs Nin. Hasta su publicación, en 1940, la literatura erótica, o, mejor dicho, pornográfica, escrita por mujeres era inexistente, al menos de manera pública. Y aparecieron estos 15 relatos, en los que se exalta la feminidad. La hembra es el sexo, y viceversa, en unas páginas en las que la perversión se alía con la lírica. Y con la carne.

‘120 días de Sodoma’, del Marqués de Sade. Es la obra cumbre del maestro de la literatura pornográfica. En ella, un grupo de personas se encierra durante 120 días en un castillo para poner en práctica todo tipo de perversiones sexuales, rompiendo tabúes a golpe de gemido. Y a la mierda las convenciones sociales.

No en vano, me empeño en afirmar que en la literatura y en el sexo son los dos únicos lugares en los que somos realmente libres, en los que todos podemos jugar a ser poetas, porque las musas, ya se sabe, se esconden en la saliva que se resbala por unos muslos ardiendo o en las marcas de unos dedos sobre nalgas sudorosas que todavía palpitan. Sí, en el porno hay poesía.

La imagen es ‘Sainte-Thérèse‘, del pintor Félicien Rops. 

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