Vapuleó a la canturreadísima ‘True Detective’. Será por algo. La culminación a cinco temporadas de éxito y sangre obtuvo su premio, su noche dorada en los pasados Emmy. ‘Breaking Bad‘ arrasa en cualquier tiempo y modo del verbo, basándose en una fórmula mucho más complicada que la de la propia mentanfetamina azul. Cada capítulo de ‘Breaking Bad’ es una piedra menos en el acantilado. Es la pequeña parte de un suelo que se resquebraja a nuestros pies dejándonos caer al vacío. No es una historia que confluye hacia un final, sino un final irremediable que se abre paso a golpes y balazos en el cráneo sin posibilidad alguna de retorno. Un destino inefable sin posibilidad alguna de acabar bien. Y eso nos pone.
Porque el secreto del magnético éxito de ‘Breaking Bad’ reside en el amor inconfesable que sentimos por lo antiheróico. Ni Walter White es un modelo idílico de conducta, ni mucho menos Jesse Pinkman. Y hoy, en pleno auge de lo diferente en el mundo cinematográfico, los héroes han dejado de serlo para dejar paso a las peores versiones de sí mismos. Basta con echar un vistazo al Batman de Nolan, tan diametralmente opuesto a cualquier héroe que hayamos conocido nunca, más atormentado que pleno, más infeliz que satisfecho, y de una enjundia moral tan notoria que convierte todas sus acciones en por qués. Ahora ya no hay que capturar al malo, hay que preguntarse por qué lo estamos haciendo. Tal vez el Hulk de Ang Lee ya abrió camino en la era de los héroes atormentados, planteándose ciertas cuestiones que, por entonces, no interesaban. Pero ese es otro tema.
Uno de los más espectaculares contrastes de ‘Breaking Bad’ es la presencia tan clara de lo oculto. Esta característica tiene su propia humanización en la figura de Gus Fring, uno de los más fascinantes personajes del elenco que hace suyo aquello de que “la mejor forma de ocultar algo es ponerlo a la vista de todos”. Muchos ya sabrán por qué. Sería relativamente sencillo desmenuzar ‘Breaking Bad’ escena por escena para terminar dándonos cuenta de que, en realidad, todo estaba ahí, delante de nuestros ojos en todo momento, pero estábamos entretenidos en cosas menos importantes y no nos dimos cuenta de absolutamente nada, lo que no deja de ser el principal atractivo y seña de identidad de ciertas series de televisión, pero explotado y amaestrado aquí con un mimo desmesurado, rozando la maestría. No hay un detalle que se acabe no entendiendo, todo queda claro en un final que nos hará llevarnos en varias ocasiones las manos a la cabeza y nos hará sentir estúpidos, ciegos incluso.
Otro de los principales valores del drama de Walter White es, además, una característica muy valiosa y preciada: la ausencia de un maniqueísmo apreciable. Nadie, nunca, reconocerá que Skyler White es su personaje favorito de la serie, pues se ha ganado un odio tan visceral que apenas nos hemos percatado de que ninguno de sus actos es de maldad pura, al margen de uno en concreto que no revelaremos, pero ustedes pueden imaginarse. Pero ¿por qué somos capaces de odiar a Skyler al mismo tiempo que adoramos a Walter, cuando el que ha demostrado una frialdad y una conversión maligna y perfectamente reprochable es el segundo de ellos? ¿Qué clase de frívolo amor podemos sentir por un cerebro del mal en lugar de por una mujer cuyas reacciones serían las que, seguramente, todos compartiríamos? Simple y llanamente, el morbo del antihéroe, que ya hemos dicho. El viaje que llevamos compartiendo con Walter White al centro mismo de su locura es más fuerte que un lazo lógico que nos ate a la cordura de cualquiera que intente interponerse en su camino. Adoramos al antihéroe que es Walter, porque simplemente nosotros tomaríamos el camino de la prudencia, el escepticismo, el camino de Skyler, el que le hizo ganarse el odio de todos y cada uno de los que prefieren ver a un héroe valiente muerto que cobarde vivo. Skyler White reacciona de forma lógica ante los extraños designios de un marido al que acaban de diagnosticar un cáncer de pulmón inoperable, pero nosotros no podemos tolerar que entorpezca la transformación, la metamorfosis de Walter White, su conversión al lado oscuro. Es repudiable. No lo asumimos. Porque uno no puede simplemente pasar por alto el velado regusto kafkiano que rodea a la creación de Vince Gilligan.
La metamorfosis es una idea tan presente a lo largo de cada uno de los 62 capítulos de ‘Breaking Bad’ que casi podríamos considerarlo muy seriamente el leitmotiv principal de la serie. La transformación de cada uno de los personajes es tan sutil y a la vez tan radicalmente visible que puede apreciarse en el detalle, pequeño y gigante, de los contestadores automáticos de Jesse y Walter, cuyo tono de voz varía en función de su estado de ánimo durante las primeras temporadas. La progresiva conversión de Walter White de honrado y prácticamente ingenuo padre de familia, profesor y ciudadano ejemplar a capo y genio del crimen organizado es tan arrolladora e imparable que prácticamente asistimos a una muerte interior de la persona, del Walter original. Metamorfosis. Kafkiano. Brillante. Pinkman, por el contrario, no deja nunca en realidad de ser el mismo, pero a distintos niveles, sufridor constante de durísimos batacazos emocionales que en ningún momento merman, no obstante, la honorabilidad de la que hace gala en muchas ocasiones, a pesar de no dejar de ser quien aprieta el gatillo en incontables situaciones. Su metamorfosis es radicalmente distinta a la de Mr. White, pero no por ello menos importante. Juntos han formado una de las parejas más incomprensiblemente compactas de la historia de la televisión. Y eso tiene premio.
‘Breaking Bad’ es, en resumen, una verdadera bomba de relojería. Y resulta francamente complicado mantener bajo control una historia en la que todo tiene un por qué, y cada acción una correspondiente reacción. Es complicado mantener bajo control una bomba tan volátil. Una serie que cuando parece ir lenta sólo te está engañando. Una serie que no fluye lenta, se cocina lento hasta que estalla en una catarsis de un glorioso que asusta. Una serie que aprieta, ahoga y salpica todo al estrellarse. Una serie que no cierra la puerta al salir. Seguramente pase mucho tiempo hasta que volvamos a ver algo como ‘Breaking Bad’ en la pequeña pantalla. Mientras tanto, sólo nos queda esperar y, sobre todo ser muy, pero que muy buenos. Y si no llega, siempre nos quedará Alburquerque.