Me prendé de la poesía de Benjamín Prado con apenas tres versos —»y Lou Reed también dice / que si cierras la puerta / tal vez la noche dure para siempre»— que, con el tiempo, se han convertido en muchos más. Poeta, novelista y ensayista, es capaz de entremezclar los géneros en obras que hablan, como no podía ser de otra manera, de todos nosotros.
Has contado muchas veces que tu carrera poética se inició cuando te encontraste con Rafael Alberti y os hicistéis amigos. Podría decirte eso de “así cualquiera”… No, en serio, cuéntame cómo fue ese encuentro y de qué manera te convirtió en escritor.
Yo ya me había montado en el coche, pero eso fue la gasolina. Y, además, llegó en el momento oportuno, cuando yo empezaba a imaginar la posibilidad de dedicarme a escribir; de la manera en que suceden las cosas mágicas, por pura casualidad; y en el sitio perfecto para empezar una amistad duradera, un bar. Rafael Alberti es uno de los poetas más grandes del su tiempo y, además, era un mito ambulante, de modo que su figura me deslumbró y me dio todas las ganas del mundo de intentar ser como él.
¿El escritor, el poeta, nace o se hace?
Imagino que las dos cosas. Hay que tener la predisposición necesaria y luego trabajar, trabajar y trabajar. No leer mucho, sino leerlo todo. No cansarse nunca de corregir, porque siempre puede haber una versión mejor. No fiarse de uno mismo. No repetirse. No dejar nunca de buscar. Leer con ojos limpios y para aprender, no para compararse, ni mucho menos para desacreditar lo que escriban los demás. En resumen: sobre todo, se hace.
Hay una pregunta que por más que me la hago no consigo contestármela: ¿qué demonios es la poesía?
Lo que cambia tu percepción de las cosas: después de leer que Valéry define el sonido del mar como “ese tumulto análogo al silencio”, uno ya pasea de otra forma por las playas.
Has tocado todos los palos: novela, ensayo, poesía… ¿Hay alguno en el que te sientas más cómodo, en el que seas más tú?
Sinceramente, no. Tal vez porque no me interesan tanto los géneros de uno en uno como su mezcla. Mis novelas quieren tener algunos de los mecanismos de la poesía, sobre todo en lo que se refiere a la concreción, la simbología; el más por menos, podríamos decir. Mis poemas tienen algo narrativo y una gota de canción. Por otra parte, nadie es una sola persona, de manera que puedo ser yo mismo en diferentes versiones, y la literatura es un modo muy divertido de serlo.
El personaje de tu última novela, ‘Ajuste de cuentas’, Juan Urbano, vende prácticamente su alma al diablo. ¿Todos tenemos un precio?
Es el personaje que protagonizará la serie de diez novelas que empecé con ‘Mala gente que camina’, seguí con ‘Operación Gladio’ y ha continuado con ‘Ajuste de cuentas’. Él, más que un precio tiene una deuda, como casi todas las víctimas de este capitalismo feroz que nos ha secuestrado, con la particularidad de que a final de mes tenemos que pagarle a los secuestradores el alquiler, la luz, el agua, el gas y los impuestos del zulo. La Historia con hache mayúscula considera a los ciudadanos algo minúsculo; las historias que cuentan las novelas los transforman en protagonistas, usan a algunos de ellos como ejemplo de la influencia que tienen los hechos, las decisiones políticas o económicas en las personas reales. El nombre de Juan Urbano es un homenaje al Juan Panadero de los poemas urgentes, como él los llamaba, de Rafael Alberti: es decir, que trata de ser un arquetipo, poder representar a cualquiera; no trata de parecerse a su autor, sino a los lectores.
La novela no es casual, ¿verdad? Quiero decir, si este santo país no estuviera como está, ¿la habrías escrito de la misma manera?
Si te refieres a ‘Ajuste de cuentas’, casi fue una imposición: un personaje que intenta ser cualquiera de nosotros no podía ser ajeno a las preocupaciones y el sufrimiento que esta crisis feroz está causando a muchísima gente. Creo que, entre otras muchas cosas, en la novela se aprecia ese retroceso hacia la desigualdad que caracteriza nuestro tiempo, una época en la que el sueldo mínimo en España es de 645 euros y hay directivos que cobran siete millones y medio al año; o en la que ni una ni dos grandes empresas, sino muchas más, despiden a cientos de trabajadores y a los que quedan les bajan el sueldo, mientras su cúpula directiva se lo triplica.
Dicen que hay dos tipos de escritores: los que escriben sobre sí mismos y los que dicen que no. ¿Ves certera esta afirmación?
Yo trato de escribir sobre todos nosotros, por eso titulé así un libro de poemas. Ese punto de partida también lo aprendí de Alberti y de sus más o menos iguales: Pablo Neruda, Paul Eluard, Louis Aragon, etcétera.
Eres muy activo en redes sociales. Hoy en día, ¿los grandes nuevos descubrimientos literarios están en ellas o hay que seguir yendo a encontrarlos a las editoriales tradicionales?
El talento no se puede enjaular. Cuando alguien tiene algo que decir, encuentra un lugar en el que decirlo. Internet ofrece lo que nunca había existido hasta ahora: visibilidad universal. Y eso, con sus problemas, está muy bien. Los soportes importan por otras causas, pero no mejoran ni empeoran un verso, por ejemplo: ‘Poeta en Nueva York’, de Lorca, no va a dejar de ser un prodigio porque lo leas en un móvil. Dicho eso, cualquier escritor aspira al libro.
Y, por último, pregunta obligada en MurrayMag: ¿Cómo le dedicarías uno de tus libros a Bill Murray?
¡Arriba, excursionista!