“y pasó tanta gente por delante
que nadie me vio”.
Lo fácil es llamarle genio, pero para mí Antonio Vega siempre ha sido la fragilidad, la suya y la mía. Cuántas veces no me habré hecho mil pedazos mientras esperaba nada. Y eso es lo que hace especial a un autor: tener la capacidad de componer de manera que siempre que escuches una de sus canciones sea la primera. Hasta el ahogo. Porque Antonio Vega también añusga la enésima vez. Especialmente hoy, que vuelve a ser 12 de mayo sin él. Seis años después. Y, sin embargo, tan cerca.
Recuerdo el día que me topé, sin saberlo, con ese letrero, Plazuela de Antonio Vega. Lo hermosa que me pareció Madrid. Porque fue allí, en sus calles donde se forjó, donde se hizo y así, de alguna manera, me hizo, aunque a veces siga soñando con otro lugar. Con algo parecido al sitio de mi recreo.
«Tu misión es llevar la vida contigo», decía Antonio Vega. Demasiada responsabilidad para las almas demasiado brillantes y sensibles. Entonces aparece la música (o la poesía si es que no es lo mismo) para salvarte. Porque la vida, a veces, se hace grande. Gigante.
Y pesa demasiado, tanto que sólo queda escapar. Quizá por eso uno de los pasatiempos favoritos de Antonio era mirar estrellas de madrugada con un telescopio. Hace seis años que no le hace falta. Que, por fin, está en una de ellas. En la más frágil.
Fotografía: El Humilde Fotero del Pánico ©