Ya os comenté hace unos días, tras aquel episodio dantesco llamado rueda de prensa con el que la ministra Mato nos dejó boquiabiertos de puro espanto, que dedicaría el artículo de hoy a daros información sobre el virus del ébola.
Pero lo he pensado mejor, porque a estas alturas estaréis más que saturados de información sobre prevención (gracias, Mariló Montero, por enseñarnos a todos cómo quitarnos los guantes en directo, lección impagable. Espero con ansia el libro…), contagio, síntomas y un largo etcétera que ya es un poco cansino. Así que vamos a entretenernos con algo más ameno y hablemos de virus en general, desde un punto de vista meramente científico.
No se sabe (joder, sueno como un ministro…) a ciencia cierta cuál es su origen. No son considerados organismos vivos, porque no son capaces de perpetuarse sin parasitar a otros seres vivos, de los que se sirven de su maquinaria de replicación genética para perpetuarse. Se piensa que proceden de aquel caldo primigenio del que ya hablé hace tiempo aquí, siendo alguna especie de “eslabón perdido” entre las partículas de ácidos nucléicos en suspensión (ADN o ARN) y su conformación final en sistemas celulares (vamos, que se han quedado a medio camino de ser células completas, para que nos entendamos).
Resumiendo: un virus necesita una célula a la que parasitar. Dicho esto, es lógico pensar que el fin último de un virus no es ser letal, mucho menos provocar enfermedad en su hospedador, porque lo necesita. ¿Por qué son algunos tan letales entonces? Los virus tienen por lo general su hospedador “preferido”, con el que han co-evolucionado y que se ha acostumbrado a tener al virus dando la lata, sin recibir ningún tipo de daño o efecto negativo. El problema viene cuando el virus “salta” de un hospedador a otro, como es el caso del ébola o por dar otro ejemplo muy extendido, el virus del SIDA.
Es lo que se conoce como zoonosis: un virus de origen animal pasa a infectar al hombre. Y aquí es cuando viene el problema (y en muchos casos, el efecto letal de la infección). Porque nuestro sistema inmune es “virgen” a ese virus, y no está preparado para luchar. Y el virus sólo hace lo que sabe: perpetuarse. El cómo entre, y cómo se perpetúe, determina que sea más o menos benévolo para el ser humano y lo podamos tolerar.
En cuanto a las vías de contagio, pues cada virus es un mundo. Eso sí, son bastante constantes y no cambian tan aleatoriamente como uno puede pensar. Me explico: un virus que infecta por vías respiratorias, siempre infecta por vías respiratorias, no puede de repente sin más pasar a infectar por contacto con la piel, o viceversa. Eso no es tan fácil y no suele ocurrir. En el caso que nos ocupa estos días, pues no existe riesgo de que de repente el virus vaya a salir volando por una ventana del Carlos III y uno lo respire y se infecte. No. No rotundo.
Espero que te hayas familiarizado un poco con el modus operandi de estas “criaturas” (por llamarlas de algún modo) y que el artículo de hoy te haya servido para serenar tus nervios ante los últimos acontecimientos que, lamentablemente, nos está tocando vivir.