Hay marcas que siempre han estado ahí, más allá de la moda o del momento se han convertido en la mirada nostálgica de lo que un día fuimos, de lo que, de alguna manera, querimos seguir siendo. Como si calzarse unas zapatillas nos transportara, de nuevo, hacia ese mágico lugar llamado infancia, donde todo era posible.
En mi casa el verano no comenzaba hasta que mi madre me compraba las zapatillas Victoria de rigor en la tienda de Alfonso que, sorprendentemente, aún sigue abierta en la calle Altamirano. Era toda una responsabilidad elegir color. Era el que me iba a acompañar durante tres meses.
Sí, estábamos en España, en los años 80, mi familia era humilde y todavía no había llegado Zara a “democratizar” la moda. Había un calzado para todo el verano. Punto. Y las Victoria tenían mucho de esa humildad. Recuerdo una verbena de San Antonio, montada en la olla con mi madrina. El feriante gastaba bromas con el micrófono y, de pronto, se fijó en nosotras y dijo: «Ahí están, la madre y la hija, la hija y la madre, la hija con las zapatillas de los 20 duros». Sí, se refería a las mías, que aquel año eran rojas.
Como ahora, porque, afortunadamente, hay cosas que nunca cambian. Ahora siguen siendo rojas. Y blancas. Tengo más de un par. Vivimos en la época post Zara y los veranos no son tan hermosos como antes. Perdimos los rituales y las ferias salvajes por el camino, pero, al menos, podemos mirarnos los pies para seguir siendo los mismos.
La marca Victoria, que nació en nuestro país en 1915, fue rescatada del olvido hace unos años por obra y gracia de esa modernidad de barba y flequillo. Los niños que fuimos —jugando a ser indies, o hipsters, o lo que sea, y viendo que nos hacíamos demasiado mayores—, quisimos volver a bailar —esta vez, en festivales— con aquellas «zapatillas de los 20 duros» con los que dábamos vueltas en las verbenas sobre nosotros mismos. Ni sabíamos lo que era un travelling circular ni falta nos hacía.

Fue en la localidad riojana de Cervera del Río Alhama donde se empezó a fabricar este calzado con hermoso nombre de mujer. Allí, su fundador, Gregorio Jiménez, se casó con Victoria, su novia de toda la vida, y tuvo la idea de crear unas zapatillas para ella.
Primero fueron únicamente alpargatas de yute. En los años 60 introdujeron la producción de zapatillas de loneta y… ¡Qué éxito! Hoy en día, y pese al paso del tiempo, siguen produciendo su modelo más mítico tal y como se hacía entonces. Al margen, cada temporada los diseñadores crean nuevas colecciones acordes con las últimas tendencias, haciendo que Victoria se reinvente sin renunciar a su esencia.
Y todo ello, sin salir de Calahorra que es donde, actualmente, está ubicada su sede principal. Porque sí, parece que además de devolvernos a nuestra infancia esta empresa está empeñada en dar una lección, necesaria, al mundo de la moda. No en vano, sus fábricas están certificadas por una entidad externa que garantiza un código de conducta y responsabilidad social; asegurando que las zapatillas están realizadas en un entorno donde se respetan los derechos de los trabajadores.
Asimismo, sus zapatillas están hechas sin productos tóxicos, todos los materiales utilizados se pueden reciclar y ser reutilizados para diversos fines y sus tejidos están realizados con algodón 100% natural, cultivado y elaborado en España.
Ojalá todas las «zapatillas de 20 duros» fueran así. Ojalá pudiéramos volver, sólo una vez, a uno de aquellos maravillosos veranos.
Me las pediría rojas. Seguro.