Hoy me he decidido a poner fin a uno de los grandes engaños de la historia de la humanidad, del que se han servido madres y padres impunemente generación tras generación. Ríete tú del timo de la estampita o de las autopsias a los muñecos que decían ser alienígenas capturados en Roswell. ¿Que de qué hablo? Ni más ni menos, que de las lentejas. ¡Chaaaan-chaaaan-chaaaaaaaaaan! (Pausa dramática).
Todo se precipitó a principios de semana, cuando una amiga publicó, a modo de lamento compartido en su muro de Facebook, que su niña pequeña se había convertido en un géiser humano tras terminar de comerse su plato de lentejas, y le había puesto el suelo fino… Pobre niña, pensé, y actué en su defensa: «La culpa es tuya por obligarla a comer lentejas» —dije yo. Respuesta: «Las tiene que comer, porque tienen mucho hierro».
Respiré. Respiré. Ooooohmmmmm. De golpe, años y años de almuerzos frustrados vinieron a mi mente, como una película chunga de serie B pasando ante mis ojos. La voz de mi madre repitiendo esas mismas palabras. Mi abuela haciéndome tortilla de patatas a escondidas… Porque sí, amigos, amigas, aquí donde me veis, con este cuerpo de metro ochenta tallado en delicado mármol y mis facciones esculpidas a cincel, yo… tenía déficit de hierro de pequeño. Difícil de creer, pero así es.
¿Y qué significa eso? Que me tenía que cebar a lentejas, porque «tienen mucho hierro». A ver cómo te lo digo, delicadamente… MEN-TI-RAAAAAAAAA. Bien, queda claro, espero. Amigo, amiga, basta ya de perpetuar semejante falacia. Las lentejas tienen otras muchas propiedades y son un alimento muy sano y completo, pero no tienen mucho hierro. Hay a quien les encantan (mi señora esposa, por ejemplo, es muy fan). Pero no tienen mucho hierro. Tienen hierro, sí, pero con matices. Muchos matices, pero no mucho hierro.
Algo similar pasa, por ejemplo, con las espinacas. A finales de la I Guerra Mundial hubo una epidemia importante de anemia ferropénica. Se encargó un estudio de alimentos ricos en hierro para informar a la población, con tan mala fortuna que se dieron por válidos unos estudios publicados por el doctor Emil Von Wolff en 1870, en los que un error en la posición de un decimal llevó a la falsa creencia de que las espinacas contenían 10 veces más hierro que su valor real (que es aproximadamente de 1,7 mg/100 g). De ese error, surgió el personaje de Popeye (pregunta de Trivial). El error se descubrió en los años 30, pero se mantuvo en secreto hasta mediados de los 80. Por mucho que he intentado indagar en la historia, no he podido encontrar el origen del bulo en torno a las lentejas, pero sospecho que tuvo que ser algo parecido.
Sin embargo, en el título elegido para el artículo hablo de una verdad a medias. ¿Por qué? Repito que las lentejas tienen muchísimas propiedades beneficiosas, muy ricas en fibra y minerales por ejemplo, al igual que el resto de legumbres. Por supuesto que contienen hierro, pero no en más cantidad que los garbanzos o las habichuelas. Todas las legumbres, incluidas las lentejas, contienen entre 6 y 8 miligramos de hierro, no más. Unos 100 gramos de berberechos, contienen 27 mg de hierro.
El hierro que contienen las lentejas, además, prácticamente no puede ser asimilado por nuestro organismo, a diferencia por ejemplo del hierro de origen animal, conocido como hierro hemo, porque procede de la hemoglobina y mioglobina presentes en tejidos animales, que sí es fácilmente asimilable. Esto se debe a la presencia de otros compuestos en las lentejas, como fosfatos y carbonatos, que hacen que su absorción por parte de nuestro organismo sea prácticamente nula. Resumiendo: el hierro de las lentejas transita por tu intestino como Pedro por su casa, y se va tan tranquilo como llegó. No sé si me explico…
Alimentos ricos en vitamina C, por otro lado, ayudan a su absorción. Eso, sin embargo, es un dato menos difundido que el mito del alto contenido en hierro. Un ejemplo similar lo tenemos en los alimentos enriquecidos con calcio, que tan de moda están, sin tener en cuenta que sin la presencia de vitamina D, ese calcio tampoco se puede absorber.
En resumen: lentejas, SÍ, mentiras, NO por favor. Y al que no le gusten las lentejas, pues berberechos, ¡cojones ya!.