El universo Matrix ya es una realidad

Buen domingo, mis ávidos lectores. Hoy los más frikis del reino están de enhorabuena, porque ya se puede decir que el universo Matrix es una realidad, aunque sea a nivel microscópico. Y es que científicos del MIT (Masachusets Institute of Technology) han desarrollado un lenguaje informático capaz de reprogramar el ADN de microorganismos para modificar su comportamiento a nuestro antojo. Sí, tal como suena: podemos crear poblaciones microbianas que respondan a ciertos estímulos como nosotros les digamos.

La primera versión de este nuevo lenguaje se ha creado para bacterias, aunque se espera que en el futuro cercano pueda evolucionar hacia versiones más complejas y se pueda aplicar a poblaciones de microbios eucariotas, como levaduras, o incluso dar el salto a células de mamíferos para su aplicación en investigación científica dedicada al desarrollo de nuevos fármacos, o bien sustancias para su aplicación en cultivos agrícolas.

El director del proyecto, el profesor Christopher Voigt del departamento de ingeniería biológica del MIT, y sus colaboradores de la Universidad de Boston han publicado la primera versión del lenguaje en el número de abril de la prestigiosa revista Science. En palabras de sus creadores : «Es un lenguaje que permite programar una bacteria como si se tratase de un ordenador: escribes las funciones y el texto y, automáticamente, se compila en una secuencia de ADN, que puedes introducir en la bacteria, y el circuito que comienza a funcionar dentro de la célula».

Siendo francos (¡uy, qué repelús me ha dado de repente!), el tema es un poco más complejo, pero la frase del profesor Voigt viene a resumir muy bien cómo funciona para que todos nos entendamos. Por lo pronto, el circuito que han creado es bastante simple: las bacterias son capaces de responder a tres tipos de estímulos y han programado varias respuestas diferentes para cada estímulo.

Esta nueva herramienta está llamada a revolucionar la ingeniería genética, ya que en principio no requiere ningún tipo de conocimiento absoluto de la complejidad del circuito ni de cómo va a funcionar dentro del microorganismo receptor. Uno, simplemente, programa la nueva función que necesita que la bacteria adquiera, se traduce en una secuencia de ADN con toda la información necesaria para que el circuito funcione, y… ¡Voilà!

Pero como ya he dicho, la técnica es mucho más compleja de lo que parece. Para que nos entendamos, es como si te estuviese contando que existe un pequeño objeto metálico, que insertas en una ranura dentro de un aparato móvil con cuatro ruedas y que, si la giras, y de repente pisas un pedal, el aparato anda. Suena sencillo, y de hecho es sencillo para el usuario, ¿verdad? Pues ahora ve y le dices a tu cuñao que te explique cómo funciona un motor de combustión interna…

Hasta el momento, sólo se han programado funciones muy básicas que responden a estímulos muy simples. De hecho, aunque con un alto porcentaje de éxito, el lenguaje no es infalible: de 60 circuitos programados, sólo 45 han funcionado y han generado la función deseada en el microorganismo receptor. Otro gran reto que los científicos tienen ahora ante sí es el tiempo que se tarda en generar cada circuito, ya que, de hecho, el más complejo de todos los creados implica una secuencia de ADN de 12.000 nucleótidos y lleva años de trabajo.

Trivial semanal: Un nucleótido es una unidad básica de ADN, aunque, si no sabías esto, deberías retomar el graduado escolar o como lechugas se llame ahora con tanta Ley Wert y Lomce y porquerías que cada vez nos vuelven más locos y, peor aún, más cenutrios.

En cuanto a las aplicaciones que este tipo de hallazgo puede tener a medio o largo plazo (todavía es una tecnología en pañales), son muchas y muy prometedoras: desde la generación de bacterias que uno pueda ingerir (modo probiótico, como el Actimel para… ya sabéis… ejem…) y ayudar a personas con intolerancias alimentarias, como, por ejemplo, digerir lactosa, hasta implicaciones en agricultura como generar especies bacterianas que puedan vivir en simbiosis en las raíces de las plantas y sean capaces de generar un insecticida al ser atacadas por algún tipo de plaga.

En definitiva, esto supone un pequeño pasito hacia algo que va a ser  –y permitidme la expresión para que entendáis el nivel de repercusión científica que va a suponer esto–, un pelotazo científico muy gordo. Pero gordo nivel Falete y Paquirrín subidos en una scooter. Así de gordo.  

bluebird Comunicación
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