Si la piedra ya no te duele, entonces no te quejes del callo.
Recién llegado a Madrid trabajaba con un grupo de personas a las que para resaltar la conciencia o, mejor dicho, la falta de conciencia, de cómo estamos y cómo avanzamos, nos invitaron a meternos una piedra en el zapato y andar. El resultado fue que la mayoría, cojeásemos o no por las molestias de la piedra, acabábamos aceptando que era así, vivíamos con el dolor o con la molestia que no nos impedía andar y nos acostumbrábamos a ello.
En la vida, cuando algo nos molesta y no hacemos nada al respecto, nos acostumbramos a esa “molestia”, situación, persona o cosa que nos impide dar lo mejor de nosotros mismos. Incluso a veces, expresamos que nos gustaría cambiar, hacer algo diferente, y sin embargo no nos atrevemos a salir de nuestra zona de confort, o en este caso desconfort.
Es curioso cómo somos los seres humanos. Por un lado, casi todo el mundo expresa que quiere más y, por otro lado, la mayoría no se toma la molestia de reducir o eliminar lo que les molesta. Eliminar esa piedra en su zapato, que aunque no le impide avanzar, tampoco le permite andar cómodo, fluyendo, o correr.
A veces, no se trata de cambiar de casa, de trabajo o de pareja, sino que se trata de cambiar uno mismo. Y no hablo de cambiar para complacer a otros, que es una de las excusas que nos ponemos: ¿Por qué he de cambiar yo y no él o ella? ¿Por qué he de irme yo de aquí y no ella o él? ¿Por qué he de cambiar yo de puesto y no la otra persona? Con ello sólo logramos echar balones fuera. Parece más cómodo desear que otros cambien, o incluso cambiarnos de lugar para evitar, que tomar conciencia de aquellas cosas, hábitos o personas a las que nos hemos acostumbrado y que sentimos que nos restan energía, nos restan también efectividad, nos quitan tiempo, etc. Y no hacemos nada al respecto. Esas son las piedras a las que me refiero, esa es la falta de conciencia que nos impide sacar de nosotros lo mejor. Es como el avestruz que mete la cabeza bajo tierra para no saber del mundo. O el coche que tenemos con una avería, pero aún anda, como esperando que nos deje apeados en la carretera para forzarnos a repararlo. Como el desamor que se sufre con alguien, esperando a que cambie o surja otro que lo reemplace. ¿Por qué no paramos, tomamos conciencia de esa piedra en el zapato y nos paramos a quitarla?
Estamos en otoño, la antesala del nuevo año y me gustaría enviar un mensaje de concienciación. Me gustaría invitar a todos los lectores de Murray Magazine a parar un momento y reflexionar: ¿cuál es la piedra que llevas en el zapato y a la que ya te has acostumbrado? ¿Qué vas hacer, primero para detectarla, si ya casi no la notas? Y luego, ¿qué harás para eliminarla y comenzar a fluir?
La imagen que acompaña a este artículo es de Andrés Nieto Porras ©