Crecemos con una idea equivocada sobre nuestros cuerpos. No vemos desnudos. Ni marcas en la piel. Tan solo esa fantasía, a veces dolorosa, que nos vende la publicidad. Nuestras únicas referencias sobre el cuerpo femenino, más allá de la imaginación de un creativo, son nuestras madres y hermanas. Y la mayoría, cómo no, se quejan de que están gordas, de que tienen celulitis, cicatrices o piel de naranja.
Las niñas que fuimos seguramente no entendían nada. Cómo esas mujeres, tan profundamente hermosas, podían despreciar así su carne, su piel, sus huesos, esa maravilla de la naturaleza. Pero la infancia no dura para siempre y la adolescencia nos dio de bruces con una realidad: Lo habían conseguido. Nosotras también odiábamos nuestros cuerpos.
Han tenido que pasar muchos años para que consiguiéramos aceptarlo. Para que sepamos escuchar la historia que tiene que contarnos la cicatriz que nos cruza el muslo izquierdo cuando nos miramos en el espejo. Por fin, sin asco. Para admirar el poder de nuestros pechos, siempre demasiado grandes, demasiado pequeños. Siempre tan nuestros. Para deleitarnos con las pequeñas marcas que gritan rebeldía.
Por eso, celebro iniciativas como la del proyecto Lonely Girls, que vio la luz recientemente. La marca de ropa interior neozelandesa Lonely ha lanzado una campaña con mujeres que posan en lencería sin retoques de Photoshop. Son ellas. Y su belleza. Nosotras. Perfectamente imperfectas.
Fotografía: Elena Ocho ©