Una noche de furia

Lunes, 13 de junio de 2016. Es tarde y los primeros petardos del maldito San Juan, que ya estallan pese a que faltan diez días, han dejado de sonar. En compañía de mi gato, un vaso de gazpacho y salmón a la plancha enciendo el televisor. Piqué ha marcado el único gol de la selección en su debut en la Eurocopa, ciertos programas deportivos pueden ser divertidos de ver. Pero no los sintonizo, sino que dejo de fondo ‘Aquí no hay quien viva’ y centro toda mi atención en Twitter: el debate ha comenzado. Lo televisan, pero es más divertido seguirlo a través de las redes.

Escucho algún grito de Amador («¡¡Almay!! Soy un borderline que te cagas», etc…) mientras los tuits con el hastag #debate13J empiezan a circular como la pólvora. Resulta mucho más gratificante seguir el debate de Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias a través de los usuarios de la red social que tener que escuchar sus dimes y diretes en televisión. Ni punto de comparación: la magia de los rayos catódicos hace tiempo que desapareció en aras de la sobreexplotación de los egos de unos internautas que se apropian de un cierto cuñadismo —adjetivo con una nueva connotación que precisamente ha surgido en Internet— para hacer gala de él mientras al mismo tiempo lo critican. Es la hoguera de las vanidades en pleno siglo XXI. Y yo lo disfruto, leyendo cada tuit, cada meme que aparece en la pantalla de mi móvil a medida que el debate se desarrolla y cada representante político mete la pata. Algunos más que otros.

Las dos horas pasan volando y termina el debate. Todavía queda toda la noche para que miles de tuiteros analicen el debate, defiendan a uno y critiquen a otro, hagan sus cábalas para las elecciones… Pero a mí ya no me importa. Siento un fuerte vacío, como cuando termino de leer una gran novela o una película que me llega de manera profunda. En la televisión aparece una vidente lanzando cartas y pregonando muerte a todo el incauto que se atreve a llamar por teléfono. Y yo sigo sentando, acariciando a Zeus —mi gato—, mientras siento que dentro de mí crece una furia y un hastío como el de Michael Douglas en ‘Un día de furia’. Las risas son buena compañía pero que no consiguen hacer desaparecer los problemas: siempre están ahí, al acecho.

Por dónde empezar. No descubrimos nada nuevo al ver que el debate ha sido más de lo mismo pero por cuadruplicado. Más importante que sobre lo que se ha hablado —por otro lado, como he dicho, lo de siempre— sí que importa resaltar lo que no se ha dicho en el debate. ¿La cultura? Unas meigas. ¿Violencia de género? Rivera se hace el sordo y el resto se calla. Resulta lamentable comprobar una vez tras otra cómo somos gobernados por gente incompetente e incapaz de gestionar un país que se desmorona ante sus narices sin que ello les importe. Porque, no lo olvidemos: por muchos números positivos que puedan mostrar los centenares de estudios, la calidad de vida de las personas —que son quienes al final conforman la sociedad y la sustentan— ha empeorado de una manera tan evidente que da vergüenza ajena ver cómo algunos hablan sin tapujos de «mejoría de la gente». Idos a cagar, sátrapas.

La noche sigue avanzando, ya es pasada la medianoche y sigo dándole vueltas a la mierda de casta política que tenemos. En la calle suenan algunos petardos más que empujan mi mala hostia hasta la primera fila. Empiezo a murmurar en voz baja, a insultar como una fiera y a plantearme de nuevo, seriamente, qué utilidad tiene ir a votar si todas las opciones son inútiles —el voto en blanco es la única solución—; mis dudas regresan, mi enfado continúa su ascenso al infinito y en Twitter siguen apareciendo memes que hacen reír de rabia. Odio divertido, la nueva arma de la población.

Hago zapping y en todos los canales decenas de expertos analizan cada palabra, cada gesto y mirada de los candidatos durante el debate. De nuevo, como en las redes hacían los tuiteros, unos defienden a los suyos y viceversa. Más de lo mismo. Conversaciones de barra de bar camufladas de riguroso análisis político. Patochadas. Mamandurrias. Ahí están para soltar sus cuatro mierdas interesadas y cobrar. Otros más metidos en el sistema, ese que tan bien engranado está y que permite que nos la metan doblada con la supuesta renovación y que no es más que un traje nuevo hecho con el mismo tipo de tela.

Pero la gente, la mayoría al menos, se lo cree.

Y España ha ganado, las cosas ya son menos terribles. Además ha marcado Piqué, volvemos a querer a los catalanes. Todos juntos, felices, apoyando a la Roja y con el agujero del culo bien rojo también; pero no por el fútbol, sino porque los poderosos van a volver a jodernos sin vaselina y ni siquiera lo vemos venir. Y da igual el partido que gane las elecciones, porque esto siempre ha sido cosa de los de arriba y los de abajo.

Y tienen nuevos planes para nosotros. Me temo que esta noche de furia será la primera de muchas.

bluebird Comunicación
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1 Comentario

  1. Yo también me temo que no será la única noche furiosa.
    Aunque procuré no ver ni el fútbol (ya no me gusta ver cómo «sufren» con los colores patrios esos millonarios) ni el debate (para eso tenía series atrasadas que ver) al final me pillan por todos los lados.
    Hasta el programa Zapeando que me sacaba de vez en cuando alguna sonrisa, lo tuve que zapear…

    El hartazgo es multitudinario, lo que luego pase en las urnas es otro cantar.
    Estupenda entrada.

    Saludos

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