Busco la inspiración y encuentro palabras huecas teñidas de sarcasmo. Las ideas escapan entre neuronas volatilizadas. Leo periódicos y no encuentro historias. Enciendo el televisor y el mundo se presenta codificado, pétreo, gris. Un velo de irrealidad cubre la existencia. La radio me cuenta historias de fantasmas y telepredicadores y decido dar un salto.
En un instante de inspiración, decido encender el portátil. Todos mis perfiles se posicionan frente a mi. Me convierto en voyeur. Leo vuestras historias, sugerencias, recomendaciones y advertencias. Observo imágenes, noticias y personas que se eternizan en el timeline. Me detengo en comentarios y actualizaciones de estado. Navego por imágenes sacadas de contexto. Usuarios, grupos y páginas que me hacen reír y llorar.
Pasan los minutos y sigo perdido en la maraña digital. Sincronizo cuentas, multiplico impactos, me repito a mí mismo en distintas esferas, foros y redes.El eterno retorno de lo idéntico.
Una alarma suena e inicio la desconexión. No soy Julian Assange pero guardo secretos. Sé por qué estamos aquí pero no os lo voy a decir. Elimino durante horas mi rastro y desaparezco con mi copa de vino por la terraza. Vuelvo a ser invisible.
¿Y ahora qué? Ahora sólo me queda la vida real.
La ilustración que acompaña a este artículo es de Raquel G. Ibáñez.