[Tragos amargos] Laberintos de cartón

Caído Dédalo en desgracia, fue encerrado, junto a su hijo Ícaro, en el mismo laberinto. Pero Dédalo construyó para sí y para su hijo unas alas de cera con las que, salvando los muros de la extraña prisión, se remontaron sobre el Mediterráneo. Ícaro, desobedeciendo los consejos de su padre, voló tan cerca del sol que los rayos derritieron la cera de las alas, y cayó en el mar.

-Higinio-

Tragos amargos 2016 Ilustración de Daniel Crespo

En primer lugar, van a permitir que me disculpe. Quizás les haya decepcionado mi ausencia en la cita dominical que tengo con todos ustedes tras la barra de Murray Magazine. Ya se encargó de regañarme el tabernero cazafantasmas. Véanlo por el lado bueno: ¿Qué son los tragos amargos sino decepciones?

Esta sección nació un domingo decepcionante como todos en los que charlamos ustedes y yo. Atrapados a mitad del túnel. A oscuras. No éramos capaces de ver el lunes ni de volver atrás a recuperar las horas perdidas. Los tragos amargos siempre los damos en tierra de nadie, en nuestro propio campo de minas. Nuestros domingos siempre han sido de coitus interruptus y adoquines resbaladizos ¿Cómo no iba a resbalar yo una vez más? Siempre caigo de bruces frente a ustedes. ¿No se habían dado cuenta? La decepción no podía ser una excepción.

Reconozco que el último me fui de nuestra taberna sin avisar, antes de que entabláramos conversación. Por la puerta de atrás, como los parroquianos viejos, que usan el lavabo de empleados para defecar a gusto. Otras veces me he despedido, pero esta vez no tocaba. Era una de esas en las que escapas borracho cuando piensas que nadie te ve.

Te ven, pero dejan que marches, porque saben que la penúltima siempre es la peor de todas. Me largué un poco a regañadientes, pero a paso ligero, para no arrepentirme. Cuando te arrepientes, suben las acciones de tu resaca, así que, por una vez, intenté cotizar a la baja en nuestro mercado de valores contradictorios. Me escabullí entre las rendijas de un montón de cajas de cartón sin abrir. Cajas que pensé que me protegían de vuestras miradas, pero que también me impedían ver más allá de ellas. Existencia opaca.

Salí al exterior de nuestra taberna y no reconocí el paisaje. La paleta de color de la vida por delante era gris ceniza. Sin hoja de ruta, me encontré perdido entre muebles rotos, objetos inútiles, papeles descoloridos y burocracia. Era incapaz de encontrar el camino a casa inmerso en ese mar de dudas y desasosiego ¿Cómo podía ser? Intentaba escapar de ustedes y me encontré de repente en terreno ignoto.

En ese páramo vital desconocido frente a mí, mis ojos se nublaban por la incertidumbre ¿Sería capaz de encontrar una salida? Había fallado a nuestra cita, pero me había adentrado en un complicado laberinto de paredes difusas. Difusas porque no lograba encontrar ninguna vía de escape. Muros de piedra con la misma marca de cantero. Sin referencias visuales estamos a merced del instinto de supervivencia. Volvía una y otra vez al mismo punto de partida. Recorrí las mismas estancias sin descanso,  intentando identificar pequeños detalles diferenciales en la maraña caótica pero uniforme que me acorralaba. Atrapado en la telaraña del minotauro imaginario, era imposible la escapatoria.

Seguí vagando sin rumbo ni brújula. En esos momentos,  tu mente se adentra en la levedad del ser contemporáneo. Una existencia kafkiana por la angustia irrefrenable del sinsentido. Incapaz de encontrar un hilo que seguir, el laberinto cerraba sus muros sobre mí, incapaz de sostener las vigas que me mantenían en pie. Perdido entre las sombras y las dudas, uno de los caminos aleatorios que tomé me llevó hasta un lugar por el que no había transitado hasta entonces. Allí me encontré a una persona desconocida para mí.

Estaba barriendo la calle con parsimonia. Al cruzar las miradas, nos hemos saludado. Vestía unos vaqueros oscurecidos por la intemperie y una camisa gris desgastada, pero pulcra. Su expresión denotaba energía y fuerza de voluntad, a pesar de que sus ojos parecían cansados por la monotonía y la angustia. Sus facciones dibujaban huellas en el granito de la calle. Llevaba toda la mañana limpiando. Cinco montones simétricos de hojas, desperdicios y suciedad completaban el escenario vacío de la bocacalle en la que nos encontramos. No iba a parar hasta que estuviera completamente limpio. Dormiría allí esa noche, quizás las del resto de su vida. Se presentó. Al fin y al cabo, ese era su hogar. Su único hogar. Habitaba dentro del laberinto. Irremediablemente, pensé en mi estupidez burguesa, que me había hecho dar vueltas sin rumbo dentro de una espiral que yo mismo había trazado sobre mi vida. En ese instante, vi la luz al final del túnel. Estaba justo detrás de Antonio.

Me dirigí hacia el camino de baldosas amarillas. Un montón de cajas volvió a caer sobre mi cabeza. Aturdido, recobré el conocimiento. Volvía a estar flotando en el mar de cartones vacíos, pero algo había cambiado. Ese mar era mi hogar. Me incorporé y comencé a andar sobre las aguas. Era el mar de la tranquilidad. Por primera vez, me adentré en sus profundidades sin salvavidas, pero sin miedo. Gracias, Antonio.  

La ilustración que acompaña a este artículo es de Daniel Crespo.

bluebird Comunicación
bluebird Comunicación
bluebird Comunicación
bluebird Comunicación

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.