Sol que quema la bufanda vespertina y deslumbra los ojos acostumbrados a la oscuridad del domingo invernal. Pasos que dirigen el alma hacia el ligero calor de la tarde fría del espíritu. Un calor suave pero constante, intenso, que se mezcla con el gélido rumor de la metrópoli. Las nubes han desaparecido del cielo, pero permanecen en nosotros. La luz atraviesa nuestra neblina zigzagueando. Esquivamos las formas que encontramos en el camino con penosa habilidad. La ceguera de quien no puede levantar la mirada del suelo porque no ve más allá de sus zapatos. El sol brilla, pero nosotros no.
Vagabundeando las calles a ciegas mientras buscamos un refugio en el cosmos que nos sintonice con el atardecer. Buscamos un sol que anhelamos mantener arriba del firmamento . Tenemos un sol que deseamos pero no podemos disfrutar. No queremos ver estrellas fugaces. Queremos soles perennes. Aturdidos por la luz, los pensamientos colisionan en el acelerador de partículas. Las fuerzas centrífugas del día que se pierde confluyen en nosotros, volando en infinidad de fragmentos cuánticos, irrecuperables. Intentamos cazarlos, pero escapan ante nuestros ojos en órbita trascendental, para perderse en el desasosiego. Entramos en el primer bar que aparece en la galaxia. Somos partículas intrínsecamente azarosas.
Me sirven la cerveza y me quedo observando el vacío infinito. Vislumbro una luz cegadora. Nebulosa amarillenta, que empapa el espacio de mi cuaderno de notas. El líquido fluye por el agujero de gusano de la garganta. La teoría del todo se confunde con la del caos. Un sistema estable tiende a lo largo del tiempo a un punto, u órbita. Un sistema caótico permanece confinado en su espacio entre el taburete y la barra. Entre el todo y la nada. Tiempo y espacio se detienen en el instante en que la tinta empapa la celulosa cósmica. Agujero negro que nos engulle hacia el fondo de nosotros mismos. Estamos aquí y al otro lado. Se pliega el Universo. Delante y detrás de la barra. Delante y detrás de nuestro caos.
La ilustración que acompaña a este artículo es de Raquel G. Ibáñez.