[Tragos amargos] Escombros

No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.

-Mario Benedetti-

Tragos amargos 2016 Ilustración de Daniel Crespo

Despierto con los primeros rayos de sol. Una luz blanca como la nieve fresca inunda la habitación, iluminando sutilmente las partículas de polvo del viejo caserón. Es una luz templada, con la tonalidad fría de los amaneceres nórdicos. En pocos segundos, un velo de esperanza cubre la estancia, ocultando las sombras tras el muro de la indiferencia que se levanta frente a la ventana. La noche ha transcurrido entre nubarrones que anunciaban tormenta, pero el tintineo de la lámpara del amanecer ha ahuyentado en el último instante los fantasmas nocturnos, abrillantando el suelo sobre el que caminar por la vida un domingo más.

Las cortinas rasgadas se mecen con la brisa fresca de los primeros días de septiembre, cuando el verano va despidiéndose y ya se divisa en el horizonte el gris otoñal: mes de lluvia, viento y tragos amargos. Es una danza tranquila y sutil, un vals de entretiempo con piano de fondo. Un bamboleo que transmite sosiego en medio de la incertidumbre habitual. Es en otoño cuando los resbalones en adoquines resbaladizos me llevan a refugiarme en las tabernas de los pasos perdidos, donde la humedad impregna la pluma de tristeza y el viejo cuaderno de notas enjuga las lágrimas, que caen como hojas muertas sobre el papel, ensuciando la existencia..

Esta mañana es distinta, aún conserva la esperanza del calor estival, que inflama el alma y afloja los nervios. Un calor que alimenta el optimismo y vigoriza el cuerpo, aún sudoroso por los ajetreos vacacionales y el esparcimiento ocasional. Mientras en otoño corremos sin rumbo por el bosque que conduce al abismo lleno de piedras, hoy el paisaje vital se presenta ante mí como un desierto cubierto de oasis en los que saciar mi sed de vida. Oasis imaginarios, alucinaciones pasajeras pero reconfortantes, como una película de cine de verano.  Sé que tras las palmeras se esconde la crudeza de una existencia árida, en la que los escorpiones se esconden bajo las arenas movedizas. No me importa. Hoy es mi día.

Me levanto de un salto, dispuesto a comerme el domingo con el ansia de quien se ha mantenido en ayuno demasiado tiempo. Nunca es tarde. Al pisar el suelo, en mi primer paso hacia la felicidad, tropiezo con la primera piedra que encuentro en el camino. Me doy de bruces contra el suelo de baldosas resbaladizas. Al levantar la vista, y aún conmocionado por el golpe de realidad, no veo más que ruinas. Aturdido, observo el montón de escombros que me rodea: es la vida. Junto a la cama en la que soñaba un mañana distinto empiezan a emerger los fantasmas que la luz matinal había ahuyentado. Una nube oscura comienza a cubrir el sol del nuevo amanecer. Ya no es posible destapar el cielo. La estancia se oscurece súbitamente, como un jarro de agua fría. De nuevo la penumbra. Llegan los días grises. Recojo mi viejo cuaderno del suelo y comienzo a escribir entre los cascotes: amenaza tormenta.

La ilustración que acompaña a este artículo es de Daniel Crespo.

bluebird Comunicación
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