[Tragos amargos] El último trago

amargos

Dedicado a Sara, el trago más amargo de 2015.

El último trago siempre es el más amargo. Lo apuramos con el ansia de los vencidos, dejando en el paladar el regusto ácido de 365 días grises. Días de atmósfera cargada de tristeza en los que siempre acabamos con la libreta manchada de melancolía y la pluma sólo nos deja marcar en tinta las líneas fronterizas que nos separan del resto de seres humanos. En nuestro checkpoint, sólo dejamos pasar a la ‘green zone’ a los suicidas. Sólo tienen visado de entrada quienes quieran inmolarse con nosotros en soledad. Sin testigos. Sin cotillones.

El último trago arrastra con él todas las impurezas adheridas a la garganta a lo largo de un año que volvió a pasar con pena y sin gloria. Un año que siempre querremos olvidar, pero que quedará como todos guardado en la caja registradora de la vida. El torrente etílico de tristeza desciende hasta el estómago para encogerlo un día más. También el último. Desde el primero, los sinsabores siempre son indigestos. Se agarran al cuerpo debilitado por la pesadumbre y lo retuercen hasta exprimir la última gota de vitalidad, aquella que empezamos a perder el día que nacimos con el acta de defunción bajo el brazo.

Cuando echo la vista atrás, sólo veo vasos vacíos. Copas sucias que intentaron sin éxito servir de consuelo en la adversidad. Tragos que intentaron anestesiar el dolor en nuestras operaciones diarias a corazón abierto. En la mesa de operaciones de la vida, siempre saltan los puntos de sutura y nuestra vitalidad escapa a borbotones en una hemorragia sin freno que nos conduce a la morgue de botellas vacías. En nuestro último refugio del año, los cascos de botella se amontonan en el suelo pegajoso de sueños irrealizados. Sueños que quedaron pendientes de pago en nuestra cuenta un año más. En la taberna de la vida, la fiesta de fin de año es una noche de cristales rotos. Una noche de represalias. Represalias autoinfligidas por haber vuelto a dejar cuentas pendientes. Noche de auditoría interna, en la que sacamos a la luz todos nuestros trapos sucios.

En el fondo del vaso, también queda el recuerdo de quienes marcharon para no volver, dejando tras de sí un desasosiego que se pega al taburete y te impide levantar el culo y huir a la carrera en busca de una utópica salvación. Atrapados en nuestras cuatro paredes, todos estamos condenados. No hay escapatoria cuando tú mismo bloqueaste todas las salidas de emergencia.

Ella se marchó este año por la puerta de atrás, una noche de marzo. Sin hacer ruido. Nunca lo hizo. El último trago se me atraganta al pensar en su último brinco, aquel que la llevaba a la eternidad, y a mí a seguir apurando hoy la copa de la tristeza de su recuerdo.

No hemos venido aquí a hacer amigos, sino a cortarnos las venas.

Un año más, nos quedamos sin uvas de la suerte.

Amargo 2016.

La ilustración que acompaña a este artículo es de Raquel G. Ibáñez.

bluebird Comunicación
bluebird Comunicación
bluebird Comunicación
bluebird Comunicación

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.