Disculpen que pase sin llamar. Son las normas de la casa de la cerveza. Los amigos de Murray Magazine han tenido la terrible idea de invitarme a este combate público. No sé si es peor para ustedes o para mí. Primero me presento, que la Transparencia cotiza al alza en el mercado de valores de este país oscuro. Soy el individuo que se sienta a su lado en la barra de un bar el domingo. Sí, ese, el que ha llegado solo y escribe en un cuaderno negro. A veces, cruzamos la mirada con condescendencia. Otras, esquivamos el punto de colisión visual con la precisión de un equilibrista ebrio. Somos así. Usted y yo.
¿Y qué escribirá? Pues todo y nada. En invierno, me gusta patinar sobre adoquines grises. Las líneas del cuaderno se humedecen y la tinta se enfría rápidamente. Las palabras se esconden en las páginas como tramoyistas de una triste comedia. En primavera, me gusta subirme al árbol más bajo del parque. Me dan miedo las alturas, sobre todo las de miras. Me detengo en observar colores. Los observo con atención, para pintarlos mientras le esquivo la mirada en la primera terraza del año. En verano, pues también me queda arena de playa en los zapatos. El calor derrite el espíritu y los trazos vibran en la celulosa de las hojas desnudas. Líneas que se funden en un horizonte chamuscado por el viento caliente de los días felices. Ilusión óptica del desierto de letras. En otoño, las hojas de mi cuaderno se caen junto a la barra. El barro se pega a las botas embadurnando mi pensamiento. Son palabras cambiantes, imprevisibles como el tiempo. Son los días raros. Pero siempre es domingo. Todo el año.
Éste no es país para domingos. Y justo hoy es el día después del amor ¿Por qué lo llaman San Valentín cuando quieren decir resaca? ¿No me miraron a los ojos? Ayer; vino y rosas. Hoy; mi felicidad en cunetas. Nada que celebrar. Pateo las calles buscando el golpe definitivo que me robe el lunes. ¿No os he dicho que los domingos paso sin llamar? También a la oficina. Entro y rompo cosas.
Pero aquí estoy con todos ustedes. Sorbiendo los últimos tragos de un domingo que volvió a pasar con más pena que gloria. Pero volveré. No se crean que un equilibrista ebrio no vuelve a la cuerda floja. Nos volveremos a cruzar la mirada. Y entonces, ya nos habremos presentado.
La ilustración que acompaña a este artículo es de Raquel G. Ibáñez.