[Tragos amargos] Carne picada

tragos amargos

Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros.

-George Orwell-

La granja ocupa nuestro espacio vital. Orbitamos alrededor de ella con milimétrica precisión, siguiendo las líneas invisibles de atracción hacia su centro de gravedad y control. Es un ente autónomo dentro del engranaje de la vida. Situada en el corazón de nuestro ecosistema, de ella depende su sostenibilidad y funcionamiento. Es su corazón y talón de aquiles. Si la granja deja de producir, es un órgano inservible. Termostato del sistema de opresión, regula la temperatura del orden social. Su estructura de aprovisionamiento es el cordón umbilical que alimenta y nutre a la élite. Su granero. Su cárcel.

En el interior, todos conocemos nuestro destino. Está grabado a fuego desde que llegamos a este mundo. Mundo de estructuras de dominación en el que la granja es el epicentro. Lo conocemos con la precisión de quien nos raciona el sustento. Encerrados en el establo de la miseria, aguantamos la respiración ante el hedor de la podredumbre humana, que se concentra en lugares como éste, donde la ética es la del matarife. Lugares diseñados para el dominio del hombre por el hombre. Todo está medido al milímetro siguiendo los parámetros de la explotación . No se malgasta nada cuando el fin es exprimir al máximo. Exprimir para satisfacer estómagos agradecidos. Sin tregua, las reses sólo podemos encontrar el camino hacia el abrevadero, con el último fin de sobrevivir un día más en la jaula. Un día más engordando nuestras miserias y adelgazando la esperanza. Solo vislumbramos tras los muros un futuro anoréxico en un mundo bulímico.

En la granja, el carnicero es el capataz. La primera actividad que realiza es la selección de la pieza a vender, procurando que tenga el mejor aspecto posible y poder sacarle el máximo provecho. En la explotación cárnica, no somos más que un montón de carne en venta al mejor postor. Carne heterogénea, que pasada a cuchillo o triturada siempre queda igual: comestible, manipulable. Carne dispuesta a ser engullida en formato low cost o gourmet. Poco importa cuando sólo cambia embalaje y envoltorio. Carne barata, porque nuestro precio siempre se mantiene por debajo de nuestro valor. Esa es la ventaja competitiva: nuestra desvalorización en el mercado de la vida.

La trituradora de sueños funciona a pleno rendimiento en la carnicería. Día y noche. No se detiene nunca alimentada por el caudal incesante de ganado. Su mecanismo es preciso en el corte. Su cuchilla de acero lamina nuestras esperanzas sin descanso. Sin tregua. Nos lonchea, pica o tritura al gusto del carnicero, que es un mero ejecutor de las necesidades de arriba. No hay debate moral posible. Toda la carne viene del mismo proveedor y el cliente final siempre queda satisfecho. Somos carne, ya sea de cañón o de labor, pero siempre al punto. Cartílago, hueso y vísceras se mezclan por igual en la casquería de la vida. Somos un todo homogéneo de reses camino al matadero. Cuando entras en él, sólo puedes aspirar a una muerte rápida, electrocutado por la primera descarga antes de enfilar el la picadora. Esa es la tristeza última, que no aspiremos más que a no sentir dolor, porque la felicidad queda al otro lado del muro. Siempre al otro lado: el lado de los comensales.

Al final de los días, cuando no seamos más que una porción de chopped envasada al vacío, nos preguntaremos si ese era nuestro destino. Si no aspirábamos a más que a ese hueco en el mostrador la vida. Triturados, empaquetados, etiquetados y embalado nos preguntaremos si todo se reducía a formar parte de un palé de sueños rotos o si era posible una vida al otro lado. Una vida a dieta de la explotación. Sin comernos los unos a los otros. Sin carniceros.

La ilustración que acompaña a este artículo es de Daniel Crespo.

bluebird Comunicación
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