Por si no lo sabe, usted puede (y debe) ser feliz

feliz

Procrastinar: el verbo enemigo.

Imagínese que recibe un dólar por cada minuto que usted ha logrado gestionar de un modo inteligente y eficiente. A continuación, conteste con sinceridad a dos preguntas: ¿está leyendo estas líneas porque se fijó esta actividad como prioritaria en el día de hoy? ¿Cuánto tiempo dedica a sus “ladrones del tiempo” favoritos? Si le sorprenden los resultados, tal vez sea hora de empezar a ganar tiempo: después de todo, ¡es su mayor riqueza!

Lo que acabas de leer podría perfectamente ser el párrafo inicial de cualquier libro de autoayuda estándar (en este caso, bien podría titularse ‘Cómo ser una persona eficiente sin esfuerzo’). Si ese soniquete te suena de algo, probablemente estás demasiado familiarizado con la autoayuda. Plenitud, bienestar, optimismo, voluntad, decisión, cambio, solución, felicidad, crecimiento… son palabras que abundan en los mares de esta literatura inspiracional, y que el psicólogo Eparquio Delgado ha querido convertir en objeto de análisis en su primer libro, ‘Los libros de autoayuda, ¡vaya timo!’ (Laetoli), dentro de una considerable colección orientada a acabar con supersticiones y charlatanerías modernas, como los ovnis o la homeopatía.

Este pequeño manual describe de manera concisa de dónde surgen y en qué consisten los libros de autoayuda: obras elaboradas desde la sencillez (redactar la introducción ficticia no me ha llevado más de dos minutos), válidas para todos en general, que suelen incluir historias de personajes desdichados que anhelan un cambio o una vida mejor (lo cual facilita que los receptores se identifiquen con lo que leen), y sobre todo, incitan a la acción y están centrados en la premisa tú puedes. Para ello, tan sólo basta la predisposición a creer que con la actitud adecuada podemos afrontar cualquier situación: desde algo que percibamos como un problema que requiere solución (timidez, dificultades para relacionarnos con otras personas, desorganización) hasta… ¿una enfermedad? Sí, por qué no. De hecho, no faltan autores para los cuales determinadas dolencias están causadas por emociones, o que llegan a afirmar que la felicidad, la salud y el éxito están en el pensamiento positivo: simplemente atrayendo todo lo (bueno) que queramos con nuestra mente, acabaremos consiguiéndolo. Lógicamente, todo lo malo que nos suceda no tendrá otro origen ni responsable que nosotros mismos, y ahí es donde comienzan las arenas movedizas del riesgo y la absurdez.

Que quede claro que el objetivo de este volumen no es emprender una cruzada contra esta “raza” de libros, habitantes perennes de librerías, bibliotecas y estanterías domésticas, a modo de campaña que busca su extinción. ¿Pueden disfrutarse? Por supuesto, ya que el que nos ocupa no es un debate sobre calidad literaria. Lo que pretende es advertir críticamente sobre los peligros de identificar autoayuda con eficacia y efectividad. En algunos casos, este tipo de libros pueden ser un trampolín desde el que alcancemos nuevas y buenas ideas para mejorar nuestra situación actual; pueden aliviar, distraer, ayudar a tomar perspectiva… pero tras el riesgo de llegar ser considerados terapéuticos se esconde una gran industria, mucho dinero e ideologías más o menos invisibilizadas. Enfocados desde la óptica occidental, para la cual el sufrimiento es algo anormal que debe ser erradicado, vienen a demostrar que sentirse bien es hoy casi una obligación que deja a los sentimientos “malos”, como el miedo o la tristeza (que son exactamente igual de adaptativos y necesarios que los “buenos”) en un limbo emocional que debemos suprimir, o relegar al olvido.

Al pensar en un lector asiduo de estos libros podemos representarnos los casos típicos de un fumador desesperado por dejar su vicio o alguien que busca consuelo en la travesía de su duelo tras una ruptura sentimental, pero si los libros de autoayuda nos llegan desde un mercado más que consolidado y totalmente en auge es porque su público es numeroso; no los leen únicamente personas con criterio poco formado, poco inteligentes o con baja autoestima, y lo cierto es que todos somos susceptibles de ser persuadidos, lo busquemos o no. Y si desde el lado del lector encontramos incautos de lo más variopinto, en la otra orilla encontramos no sólo grandes expertos y profesionales  respetables, sino también todo tipo de autores sin formación que han sabido apuntarse a tiempo al negocio de la venta del bienestar. Desde la irritante moda del coaching, que se vende como basada en descubrimientos científicos y que cualquier personapuedeañadir a su currículum sin mucho esfuerzo, pasando por la aplastante religión moderna del buenrollismo (en palabras de Delgado, la “Santísima Trinidad” del pensamiento positivo, el optimismo y la felicidad), estamos bombardeados continuamente por mensajes de mejora y autosuperación, no sólo desde estos libros, sino también desde las redes sociales, la televisión, las revistas… La sonrisa parece haberse revalorizado desde que nos enseñan a marchas forzadas a descubrirle por decreto la cara amable y constructiva a experiencias devastadoras como las enfermedades mortales o las circunstancias adversas, pero, paradójicamente, existe un peligro en “abusar” de la alegría. Como explica Delgado, sentirse exultante a todas horas puede derivar en que nos volvamos menos críticos o caigamos víctimas de la ilusión de invulnerabilidad, que en términos informales se traduce como esa sensación de “yo nunca voy a sufrir un cáncer/accidente de tráfico/atraco: son cosas que siempre les pasan a los demás”. Y no se trata de defender el pesimismo, sino de defendernos a nosotros mismos sabiendo reconocer a vendehúmos y palabras vacías que prometen felicidad –aunque ni la misma psicología positiva o ciencia de la felicidad haya conseguido determinar qué es eso- y pueden suponer un peligro.

Por último, junto con la denuncia de la amenaza que supone aplicar placebos a casos que, contrariamente a la idea tú puedes, solito y por tu cuenta de la que parten estos libros, sí podrían requerir ayuda profesional (es un hecho que existen psicólogos que recomiendan libros de autoayuda basándose en sus gustos e impresiones) como la depresión o los trastornos alimentarios, el propósito de Delgado es tratar de arrojar luz sobre si estas obras funcionan o no. Que asociemos el hecho de leer un libro de autoayuda con la sensación de experimentar mejoría respecto a un problema determinado –del mismo modo que asociamos erróneamente tantos acontecimientos cotidianos de un modo ilusorio- no le atribuye a dicho libro ningún “poder curativo”. Y la experiencia personal, que no tiene por qué carecer de validez en otros contextos, no parece ser un criterio suficiente aquí; aun así, el boca a boca sigue obrando maravillas: desde las conversaciones de autobús hasta foros y webs de autores superventas repletas de testimonios de dudosa veracidad que cuentan la feria como les ha ido en ella. Con todo, no hay que abandonar la esperanza ni el propósito de poder llegar a una autoayuda seria, con textos que funcionen de verdad: con esta idea nos quedamos.

La viñeta que acompaña a este artículo es de Alberto Montt ©

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