
«Cuando un señor mayor se acerca al squat preguntando si puede dormir y le contestas que no, que estamos llenos y te comenta indignado que no sabe qué hacer, que está desesperado, que no tiene medicinas y no sabes qué responder, te das cuenta que hay miles de personas durmiendo en la calle, solo en Atenas, y cuál es la dimensión del problema»…
El pasado 25 de enero Jorge Peña, un joven burgalés, escribe esto en su muro de Facebook. Lleva más de un mes en Atenas, a donde ha viajado como voluntario independiente para colaborar en el squat Acharnon 22, una de las casas ocupadas por activistas y voluntarios en Grecia para intentar paliar la emergencia humanitaria de la que los europeos —políticos y ciudadanos— hace tiempo que nos hemos olvidado.
«Mis amigas Soraya y Lara tenían un proyecto de viajar a Grecia para realizar diferentes actividades en el campo de refugiados de Ritsona, visitar diferentes squats, así como grabar un documental sobre todo ello», nos explica. Jorge decide viajar con ellas. «Elijo el squat de Acharnon 22 por las múltiples carencias que veo a primera vista. Pienso que es el lugar donde más ayuda hace falta y donde más puedo aportar. También conozco a Joan y al grupo de voluntarios con el que trabaja y decido unirme como voluntario independiente». Se refiere a Joan Reverte, quien, tras estar en Idomeni con su ONG Provocando la paz, se trasladó a Atenas para colaborar en este espacio.
Aquí viven alrededor de 100 personas, 25 familias, principalmente kurdas, afganas y sirias, aunque también hay algunas de Yemen , Argelia, Iraq, Etiopía y Congo. Son «gente normal», dice Jorge, «con terribles historias». Nos explica que, de primeras, nunca te las cuentan, pero según vas conviviendo con ellos te las van relatando: «La violencia que han sufrido desde que deciden salir de su casa, probablemente porque la han bombardeado o porque si no te alistas al ejército (talibán, ISIS o el de diferentes dictadores ), te matan. Conozco casos en los que han tenido que luchar con diferentes bandos dependiendo del desarrollo de la guerra».
Después, el viaje, ese dejarlo todo atrás, con la certeza de que será para siempre y el miedo atenazando la garganta, durante el cual «pagan a mafias para llegar hasta Atenas sufriendo todo tipo de violencia, tanto sexual, física, por parte de la policía y otras personas, y psicólogica». Un viaje que, en ocasiones, tal y como nos explica Jorge, dispersa a la familia. La soledad de una barca desde Turquía a las Islas Griegas, el escondite en un camión, cruzando ríos fronterizos. Todo para morir congelados al cruzar alguna montaña, para yacer, olvidados, en esa fosa común en la que se ha convertido en el Mediterráneo, o en el mejor de los casos, recalar en una Europa desmemoriada que no ha sabido estar a la altura.

Afortunadamente, los voluntarios de estos espacios ocupados nos hacen recuperar la esperanza, con labores como la que está realizando Jorge: «Cada día es diferente y surgen múltiples problemas. Me he encargado de parte de la escolarizacion de los niños del squat y de buscarles clases de griego por las tardes. Me parece muy importante darles una oportunidad». Lo es.
Además, hay que ayudar en la cocina, jugar con los niños, acompañarles al médico o al psicólogo, ponerles las vacunas, repartir ropa, pañales, comida… En una casa en la que no hay electricidad. «Buscamos dónde pueden ir a ducharse y a lavar la ropa».
Por otra parte, «hay que organizar el papeleo para ver la situación específica de cada refugiado, si tiene alguna identificación como la White Card para que pueda tener acceso al sistema público griego, el AMKA, la seguridad social Griega) o todo lo necesario para reclamar una reunificación familiar, que puede tardar más de un año, si tienen familia en Alemania, por ejemplo».

Y todo ello con el hándicap de ser un edificio okupado ilegalmente, con todas las dificultades añadidas que eso supone. «Te pueden cortar la luz, el agua, desalojar… Si llamas a la policía no va a venir»…
Una dejadez por parte de las autoridades que es incomprensible, cuando en Atenas hay miles de personas viviendo en la calle, hay niños prostituyéndose para poder comer. «Es muy duro», confiesa Jorge. «De las autoridades españolas no he visto ayuda de ningún tipo y de las griegas depende de si tienes algún tipo de papel o no y aún así es un sistema muy saturado por el problema de los refugiados. Por ejemplo, hay refugiados de primera y de segunda dependiendo de su nacionalidad. Si eres sirio, tu país es considerado un país en guerra y todo será más sencillo. Si tienes otra nacionalidad y has sufrido cualquier tipo de violencia por la que has tenido que dejar tu país, te jodes, eres refugiado de segunda».
Su visión del mundo ha cambiado en estos casi dos meses: «Antes de venir me parecía una vergüenza, ahora conociendo un poco más el tema me parece peor: Cómo se juega en las guerras en nombre de la libertad y cómo se cierran fronteras contando con países como Turquía o Libia, en los que se están vendiendo refugiados en los mercados. Estamos en el Mediterráneo, una de las fronteras más peligrosas del mundo, y aquí se violan los derechos humanos tanto fuera como dentro de Europa ante la indiferencia de la mayoría de los europeos».
La historia de Musguin
Conocí a Musguin en el campo de refugiados de Ritsona. Sus padres me explicaron que necesita una operación de corazón. Musguin tiene sólo siete años y es siria. Hemos hablado con diferentes ONG del campo como ACNUR y OIM, pero ni caso, y con la Cruz Roja. La ha chequeado una pediatra pero el proceso sólo para que la visite un especialista cardiólogo para niños es muy lento y para operarla es muy costoso. Tiene número AMKA, por lo que lo estamos intentando por la seguridad social griega. He visitado en Atenas a Médicos sin Fronteras, nada, he visitado hospitales, es muy difícil. La fui a visitar con una pediatra catalana, Ana, y me hizo un pequeño informe en inglés, recomienda la operación porque ya tiene daños irreversibles y si no morirá. Lo cierto es que no sé que hacer, hablé con Ester, una española de Cruz Roja, y creo que si los padres quieren la van a chequear el 15 de febrero en un hospital en Atenas. Aun así es muy difícil que puedan llegar a intervenirla. Casi imposible».
Nos quedamos con la historia de Musguin añusgándonos la garganta y con el deseo de que el testimonio de Jorge, su valentía y sus palabras nos resuenen en la conciencia.
Para colaborar podemos hacerlo en el número de cuenta ES38 2100 3512 6522 0009 8686 de la Fundación Provocando la Paz. Toda la información está en www.provocandolapaz.com.
Máxima difusión, ésto es una vergUEnza