Últimos días de agosto. Algunos apuran sus vacaciones, otros se aclimatan ya como pueden a la rutina, todavía escasa y de poca exigencia, que los postreros coletazos del verano nos brindan. Unos pocos (como servidor) esperan ansiosos la llegada de unos pocos días reservados para el final y así saborear la sensación de triunfo que se experimenta al marcharse cuando todos llegan. De repente la naturaleza de las horas se altera, los minutos son de otro modo, el discurrir del tiempo muta junto a nuestro estado de ánimo.
Muchos momentos para pensar, para hacerse preguntas, para llegar a conclusiones.
Sólo hay dos momentos en los que la gran mayoría de las personas se proponen retos de considerable importancia: el comienzo del año y después de las vacaciones de verano. Momentos cruciales en los que a veces el cuerpo pide cambios, aires nuevos a unas vidas que creemos estancadas. Pero, ¿cómo lograr ese cambio cuando a veces ni siquiera sabemos en qué debe consistir?
Necesitamos un cambio, parece que eso está claro. No se puede vivir siempre en una foto estática que siempre ofrece la misma panorámica. Hay que insuflar nuevas energías a nuestras ruedas de nuestro trayecto existencial, algo grasientas y a las que el paso de los días casi calcados atrofia. La confirmación del espectro de una rutina muy establecida en ocasiones puede ser peor que el desgaste inevitable del paso del tiempo. A veces queremos que pase muy rápido, otras veces queremos que se detenga, pero siempre está ahí; la rutina en cambio llega sin previo aviso e infrige heridas menos visibles pero más profundas. No todos estamos preparados para soportarlas. Más bien pocos son los elegidos.
Opciones para cambiar de rutina las hay a miles, a patadas; tantas que se os cansaría el dedo de hacer scroll hacia abajo. Son muchas. Algunas divertidas, otras no tanto; algunas extrañas, otras muy mainstream; para pensar, para sudar; para relajarse, para llevar al corazón al límite. Todo vale para sentir que algo cambia en nuestras vidas.
Es un tema que con el tiempo se ha ido haciendo más recurrente a mi alrededor. En mis círculos de amistades, conocidos y familia se palpa la sensación de ciclo consumado y que necesita una renovación. Lo habitual ya huele, no sirve o tiene visos de pudrirse. Personalmente y en lo que concierne a mis actividades diarias las disfruto plenamente y no tengo sensación alguna de estancamiento. Porque no olvidemos que una cosa es evolucionar, mejorar, y otra muy distinta es ir dando tumbos de un lado a otro sin saber bien qué hacer.
Y es que ese es el aspecto más importante de todo este asunto. Como siempre las confusiones andan liándolo todo. Muchas personas, entre las que se encuentran conocidos muy cercanos, no atinan a la hora de discernir la naturaleza de sus impulsos. Puede sonar conservador, pero el lema “disfruta de la vida” no significa que deambules por los sitios como un pollo sin cabeza. Para eso está la adolescencia.
Tal vez sea demasiado práctico, o quizás en el fondo lo que soy es un inconsciente; puede que sea una mezcla de ambas cosas (lo ideal). La vida se compone de estratos que algunos, más bien muchos, no consiguen diferenciar y viven en constante zozobra.
Regresemos a los propósitos, los cambios de rutina. La importancia de diferenciar un “ligero soplo de aire” a “un cambio de timón descontrolado” radica en la persistencia o no en el objetivo a largo plazo: si en 20 años quieres vivir en el campo no compres un piso en la ciudad porque te dé el barrunto tras unas vacaciones.
Dios me libre (por expresarme de alguna manera, teologías aparte) de querer sentar cátedra en tan personal asunto, pero a veces uno tiene la sensación de ser una rara avis por el simple hecho de sabe lo que quiere, de tener un plan a largo plazo. Dudo que eso me convierta en una persona demasiado plana, más bien al contrario. Me sorprende que mucha gente elogie mi manera de ser tan centrada («ojalá fuera como tú», «que suerte tener las cosas tan claras»…) y luego esas mismas personas no se esfuercen por tratar de buscar una meta a la que llegar. No es hipocresía, pero su parentesco es preocupante.
¿Cuál debe de ser esa meta? ¡¡La que se quiera!! ¿La vuelta al mundo? ¡Adelante, ánimo! ¿Aprender más de diez idiomas? Si lo logras tendrás mi más profunda admiración. Lo importante es subir los peldaños sin estar cambiando cada dos por tres de escalera. Sobre todo a medida que cumplimos años. Focalizar el esfuerzo en buscar bien antes de probar. Se puede y se tiene que intentar, pero tal vez falta un ejercicio más profundo de introspección en uno mismo. Un barco a la deriva y sin rumbo fijo termina por hundirse con el transcurrir del tiempo.
Fijarse una meta no es hacer lo que la sociedad espera de nosotros, que os veo venir. Se trata de buscar y encontrar nuestros anhelos, nuestros deseos. Nuestros sueños. La búsqueda de los sueños debe continuar siendo la finalidad más absoluta de nuestras vidas, pues ellos son los que nos pueden proporcionar mayor satisfacción. Unas veces lo conseguiremos y otras no, gestionar esos contratiempos también requiere de una fuerza enorme de voluntad (tal vez más que lograr llegar a la meta).
Mi artículo viene a ser una llamada a todos aquellos que se sienten perdidos para que se alejen del mundanal ruido y busquen en su interior, pues es el único sitio en el que realmente está la respuesta a nuestras más profundas preguntas.
La mejor brújula que tiene el ser humano es él mismo.