¿Qué se siente siendo un murciélago?

Feliz domingo ciruelos y ciruelas, como diría el gran Miliki. Hoy traigo un tema a medio camino entre lo filosófico y lo científico, para darte un poco que pensar y ayudar a sobrellevar mejor la resaca de los “zumitos” de anoche.

Todos nos hemos preguntado alguna vez de pequeños cómo es posible que los murciélagos, siendo ciegos, no se estén dando trompazos unos con otros y contra las paredes (y si nunca te lo has preguntado, es que has tenido una infancia muy triste, que lo sepas). Yo llegué a pensar que me estaban tomando el pelo. ¿Cómo van a ser ciegos? ¡No puede ser! Algo verán, aunque sea un poquillo… Y es que no es fácil para un ser humano entender capacidades para las que nuestro cerebro no ha sido diseñado. Si no, que le pregunten a los Chunguitos…

Pero sí, los murciélagos no ven un pimiento. ¿Y entonces? Bueno, pues para orientarse usan una técnica denominada ecolocalización. ¿Ecolocué? Ecolocalización. Para que te hagas una idea, es algo parecido a una torre de control en un aeropuerto. Los murciélagos emiten sonidos a una determinada longitud de onda, que rebotan en los objetos de alrededor y vuelven al murciélago, que al escucharlos los procesa y genera una “imagen” en su cerebro que le permite saber qué tiene en su entorno. Así es como no se piñan unos con otros.

Pero entonces… ¿La ecolocalización es como la visión en humanos? ¿Entonces los murciélagos no se comunican unos con otros mediante el sonido? ¿O también esos sonidos son el equivalente a hablar y escucharse como hacemos los humanos? Ya ves que nos empezamos a meter en temas filosóficos, porque tendemos a equiparar siempre las cualidades que no comprendemos con algo que sí podemos hacer. Y es que nuestro cerebro, como ya he mencionado antes, está diseñado para procesar un determinado tipo de estímulos y no otros (en nuestro caso, los estímulos visuales son los que nos dan la información para interpretar nuestro entorno a modo de imágenes). ¿O sí que puede?

Y aquí es cuando te voy a dejar ya con el culo torcío. ¿Qué ocurre si te digo, que hay una señora inglesa que es capaz de “ver” como un murciélago? Pues sí. Se llama Fiona Gameson (y no es la mujer de Shrek) y es capaz de ecolocalizar, emitiendo chasquidos con la lengua. De pequeñita, vivía en una casa en cuyos alrededores había una colonia de murciélagos y parece ser que siempre había tenido mucha curiosidad por ellos, le gustaba escucharlos y jugaba a imitar sus característicos chasquidos. Lamentablemente, siendo pequeña desarrolló un retinoblastoma, y cáncer ocular muy agresivo, y le tuvieron que extirpar los ojos para poder salvarle la vida.

Curiosamente, Fiona empezó a desarrollar la habilidad de orientarse mediante los chasquidos, lo que ella llama su “sentido murciélago”, de manera que es capaz de orientarse perfectamente tanto en el interior como en los exteriores de su casa. No sólo eso, sino que cuando va a casa de algún amigo, es capaz en pocos minutos de usar su capacidad de ecolocalización para tener una idea del espacio, la posición de las paredes, las distancias, la posición de las puertas… ¡¿No es acojonante?! A la pregunta de que si es capaz de “oír” las paredes, Fiona contesta: «No exactamente, sé que es difícil de entender, pero “siento” las paredes, siento dónde están y a qué distancia».

Neurocientíficos de todo el mundo están impresionados con esta capacidad de Fiona, aunque no les resulta nada extraño. El cerebro humano, cuando pierde una de sus fuentes de estímulos, como por ejemplo la vista, es capaz de utilizar las áreas receptoras de esos estímulos y readaptarla para responder a otros, un fenómeno conocido como plasticidad neuronal. Y lo más asombroso de todo, es que esta reprogramación cerebral ante la pérdida de un sentido, ocurre increíblemente rápido, en cuestión de días.

Amigos, amigas, el cerebro humano es maravilloso y nunca va a dejar de sorprendernos. No lo maltratéis, cuidadlo como merece y alimentadlo con buena literatura y buena música. Aprended idiomas, estudiad cosas nuevas… y quitadle las pilas al mando de la tele ya de una vez, ¡leches!

bluebird Comunicación
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