Los otros de San Juan

El estruendo del primer petardazo marca el inicio de los peores días del año. Para mí y para muchas personas que no aguantamos una tradición que escapa a nuestra comprensión. Con la crisis el período de tortura se ha acortado, pero sigue ocurriendo año tras año.

Durante dos o tres días salir a la calle es un suplicio: comprar en el supermercado, ir a trabajar, tirar la basura… Cualquier salida al exterior supone una suerte de ruleta rusa en la que suplicamos no tener que contener nuestro corazón desbocado al escuchar una explosión cercana o, en el peor de los casos, a un crío mal nacido que se divierte intentando provocar quemaduras a la gente.

Cuando intentas explicar estas sensaciones, estos sufrimientos, la gente te mira con extrañeza y sonríen.

Somos unos incomprendidos. Te dicen que no es para tanto, que si vienes a mi casa ni lo notarás, que apenas se oye nada… pero no se molestan en empatizar con quien se ha cansado de explicar que no sólo es el ruido, sino también el silencio que lo precede, el total y desesperante azar de las explosiones. Vives en constante estrés.

Una aclaración: el que quiera tirar petardos está en libertad de hacerlo, faltaría más, yo lo que denuncio es el ostracismo al que nos someten a todos los que no disfrutamos de esta noche y somos obligados a buscarnos la vida lo mejor que podamos.

Hablo de mí porque yo soy uno de los “otros de San Juan”, de los que se encierran en casa porque no hay otro sitio al que poder ir por razones económicas (todos los sufridores nos iríamos al monte, o a pasar la noche en una ciudad extranjera… pero, por desgracia, no somos ricos). A veces he tenido la tentación de fundar una organización para los que odiamos San Juan, sus petardos y todo lo que lo rodea: alquilaríamos un pueblo alejado de todo en el que la noche sería una fiesta sin escuchar ni un solo estruendo, sólo el estallido de las carcajadas y el entrechocar de copas.

De momento eso es una utopía, así que cada uno nos apañamos como podemos. En mi caso la noche de la verbena se asemeja a una película de zombies: mi piso se blinda, hago acopio de provisiones para una larga noche y selecciono varias películas de guerra que disimulen el Apocalipsis de la calle. Cuando el sueño acude en mi ayuda no es suficiente y me ayudo de mi MP3 a niveles auditivos lacerantes que me permitan dormir dos o tres horas a lo sumo. Al día siguiente todavía resonarán los ecos de San Juan, puntuales estruendos que seguirán provocándome taquicardias.

Acaba de sonar un buen petardazo, me despido hasta dentro de varias horas. Como siempre sufriré, pero sobreviviré para volver a pasarlo mal dentro de un año.

Un abrazo a todos los “otros de San Juan”.

Fotografía: Premsa Ajuntament de Torrent ©

bluebird Comunicación
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