Odio el mundo del toro

En este mundo se puede ser de todo, desde egoísta o egocéntrico a pesimista o alegre, se pueden perder los papeles, con o sin ayuda de sustancias, bebidas y otros tipos de escondites del ser. E incluso se pueden tener dos vidas, dos vidas en uno mismo o dos vidas una de ellas en lo ajeno,  por múltiples circunstancias, trabajo, amor, amistad…

Se puede ser tolerante o intolerante, fiel e infiel, aventurero o estático, abierto o terco, de ideas progresistas o gilipollas (de derechas), pero hay cosas que se me escapan a la compresión, hay cosas que me cuesta digerir en mi yo más tolerante. Y si hay una que me hace preguntarme hasta dónde hay que respetar o por qué no he de bajarme hasta sus bajeza moral donde yo puede que en un mano a mano, sea más duro, más cruel y menos respetuoso, donde quizá mi lado sediento de cruel venganza me llevara a cometer lo que algunos juzgarían como una locura…

Y si hay algo que me lleva a tener unas ganas casi invencibles de convertirme en un justiciero, es el maltrato animal.

No termino de entenderlo, y no, no voy a entrar en un debate tonto sobre granjas de pollos, de porcinos, mataderos y demás sitios de tortura animal. Primero porque soy famélico hasta no poder mas y quizá cada día al comer no quiera pensar en ello, pero en ese sitio, donde uno encuentra excusas para los errores propios, —mi excusa, seguramente vaga o insulsa si hablo con un vegetariano o vegano—, sí se calma el sentimiento de culpa al caer en la idiotez de que hay que matar para comer, que la naturaleza está llena de asesinos, que desde tiempos inmemorables ha sido así y así fue construido todo este mundo perverso.

Pero el maltrato animal al que me refiero, es al del cazador de licencia (o sin ella), al que «usa» la muerte de un animal para «su» diversión, para matar el tiempo, para llenar un vacío espiritual que lleva no ver más allá de su espantoso y cobarde punto de mira.

Y de entre todas esas repugnantes formas de maltrato animal están las corridas de toros.

Qué asco, qué patético, qué triste.

Dejando a un lado todas esas connotaciones políticas, españolas o españolistas, tradiciones o festivas. Lo ridículo del ritual en sí, con esos trajes espantosos, esas reglas tan desiguales. Esa forma de entender o hacernos creer que eso es arte.

Me da igual. Simplemente no lo entiendo.

Todos hemos visto alguna vez una corrida de toros, no sé si entera porque hay que tener ganas para hacerlo, pero todos hemos podido ver de qué manera más funesta hacen sufrir al toro hasta darle la más cruel forma de muerte posible.

Y tanta crueldad, y tanta sed de sangre, me llevan a plantearme si hay un pequeño resquicio para mi parte de venganza.

Es tal el odio que la gente «aficionada» me despierta que me dan unas ganas casi incontrolables de vengarme en formas tan crueles como la tortura que los toros sufren.

Lo peor es que encima suele pasar que este tipo de gente comparten entre sí muchas otras formas de pensar que me repugnan: religión, ideas políticas, machismo y otras aberraciones del ser humano.

Y mi yo sanguinario, que no pide sangre pero sí venganza es casi insaciable, y mi bajeza moral, o mi lado vengativo y destructor, está a la altura de su inhumanidad.

No solo no me vale el inmenso disfrute de la muerte de un torero, no me calmo con la casi testimonial y rara vez que el animal se lleva por delante a unos de esos payasos de trajes con paquetes falsos, aclamados (que es sin duda lo peor) por su valentía de asesinar a un animal diezmado, reducido, dolorosamente humillado y mutilado para no poder defenderse de igual a igual.

No, lo siento, aunque lo disfrute a más no poder, no me vale.

Quiero más, yo también tengo una parte funesta en mí, una parte irracional con sed de risa, de ridiculizar a todos estos hijos de puta que se divierten haciendo estas cosas. Un día tras otro planeo las formas de venganza más crueles que las leyes (casi todas redactadas por gentes horribles, con esta y mil bajezas más) me permiten.

Y si hoy voy y le cuento a tu mujer tu afición a las putas, y si le cuento que aquel día que te estaba esperando, tú estabas borracho mintiéndola en un puticlub haciendo una oda a la caspa. O si le cuento a tu hijo quién eres realmente, a qué te dedicas cuando le dices que no le puedes llevar al cine, o en qué te has gastado el dinero que le niegas para comprarse unas zapatillas molonas bajo el chantaje del que ha de hacer las cosas con esfuerzo o pamplinas de este calibre. O incluso puedo usar las armas que gentuza así ha diseñado para controlarnos y convertirnos en un rebaño… Armas como los impuestos, como Hacienda, quieres que les diga a los de Hacienda tus trapicheos, quieres ver hasta dónde puede llegar mi asco hacia gente como tú.

Me encantaría reventarte a hostias, pero algún poli tonto o un juez listo podrían joderme, pero nada me impide arruinar  tu puta vida, nada me impide joderte desde tu propia barrera.

Cuidadito, amigo, aquí abajo no me ganas, ya no. No tengo mucho que perder, aquí abajo soy mucho más inhumano que tú, aquí tengo yo más sed, aquí disfruto yo del mal mucho más que tú. Aquí tus lagrimas y tu dolor me dan mucho más igual que a ti la sangre del pobre toro.

Es simple, no confundas mi tolerancia con aceptación, y ten cuidado que cada día me queda menos de vida y mi ansia por igualarme en tu bajeza son más grandes.

Habrá un momento en el que el dolor de tu mujer, o tu hijo, o tu amigo, no importen, y entonces…

Vete rezando a tu puta virgen.

La imagen es de Ekinez Sortu ©

bluebird Comunicación
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2 Comentarios

  1. Me encanta el espíritu volteriano de algunos colaboradores de MurrayMag. Esta frase es impagable: «Se puede ser tolerante o intolerante, fiel e infiel, aventurero o estático, abierto o terco, de ideas progresistas o gilipollas (de derechas)».

    ¡Cuánto respeto! ¡Qué enormidad de tolerancia! ¡Qué océanos de análisis y síntesis! ¡Qué universo de inteligencia!

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