Los pueblos que quieren vivir se despiertan hoy perplejos… No salen de su asombro… Sus retoños han vuelto a brotar con fuerza en sus viejos bancales y prometen una buena montanera.
Los pueblos… Los mismos que un día fueron cortijos habitados por jornaleros y siembras de trigo, de candelas y ferias, de sabores y costumbres sentidas. Los que quedaron relegados al olvido, escondidos tras las luces de autovías y los grandes centros comerciales.
Esos que ahora siembran de nuevo sus tradiciones y memorias no escritas con el año agrícola, como siempre se ha hecho. De semillas curtidas en ciudades mezcladas, que buscan un surco donde plantar ilusiones jóvenes, bajo el sol de Sierra Morena.
Hoy, las manos suaves de estudiantes y artistas buscan las grietas llenas de conocimiento vivido, las escuchan y las devuelven a la tierra. Pero no a una tierra expoliada y controlada por caciques, por empresas de espectáculos y por políticas hechas en Bruselas, donde las encinas son un cuento de niños.
Hoy, nosotras hacemos nuestra una tierra donde la ciencia, la imaginación, la ilusión y la ayuda mutua se sientan juntas a dialogar tomando el fresco en una noche de verano.
Hoy decidimos volver para plantar un nuevo encinar, una nueva Casa del Pueblo donde decidir cómo trabajar, cómo alimentarnos, como saborear los días y despertar las noches, cómo educarnos y educar, cómo valorar y hacer valer los frutos de ganaderos curtidos por el sudor y las lluvias esperadas, por las manos de curanderas y artesanas sabias, por las cercas milenarias hechas de granito que hablan mudas de identidad y memoria colectiva.
Hoy soñamos despiertos con casas de arriates y campos sedientos de labranza. Hacemos un agujero en la tierra, nos levantamos, respiramos y seguimos sembrando ideas vivas bajo la sombra de una parra sin podar… Sentados en el banco del parque que nos ha visto crecer.