Os prometo que mi café es mucho más apetecible con un filtro de VSCO Cam. También lo es mi ropa tendida. Hace ya tiempo, hablando de esto, subí una foto a instagram de los sostenes de mis vecinas que podría haber sido perfectamente ganadora de un premio de fotografía de «vida salvaje» por el print de estos. Está comprobado.
Luego está la comida. ¡Oh! La comida en Instagram. Eso sí que te apetece. Para dar ideas, patentaría un restaurante donde se pagara con la mejor fotografía. Imaginad llegar a un restaurante, de esos mil millones que hay ahora con mesas de madera, velas y macetas, donde te pusieran delante una ensalada, con un poco de carne —ahora se lleva lo verde— y le hicieras una foto. Y entraras directamente a concurso ¡y la comida te saliera gratis! A ver, habría un pequeño problema por el hecho de que los filtros están limitados, pero en un restaurante pequeñito yo creo que se puede, os dejo la idea y ya vosotros os buscáis la vida.
El caso es que a todos nos gusta publicar nuestra vida en Instragram como si fuera maravillosa, para que parezca que damos envidia a todo el mundo que nos sigue. Pero no, resulta que estamos solos con nuestros likes y nuestros hashtags. Tardamos más en hacer checking, en hacer la foto, en escoger el filtro, en subir la imagen y en consultar el engagement que hemos tenido, que en comer. Llamémoslo «solo ante el like«.
Y esto lo escribe una que subió, tentada por la madera rústica de la mesa y el blanco de la taza, una foto de un café. Un café que se heló después de los siete filtros, los cinco marcos blancos y la lentitud del 3G.