Soy un olivo, soy un olivo, soy un olivo… Imagino que lo soy. Imagino no pasar frío, miedo ni hambre… Tampoco sentir la soledad calándome los huesos hasta hacerme tiritar.
Y recuerdo que un día fui libre… Libre para defender las ideas más justas, para hacer realidad las utopías más hermosas.
Libre para hacer de mi tierra —porque es mía de tanto trabajarla y sentirla entre las grietas de mis manos cansadas— un lugar mejor para mi pequeña… Ella que a su corta edad ya ha saboreado el éxtasis de la justicia y la amargura de la guerra.
Y en ella pienso cada día cuando me levanto en medio de jaras, lentiscos y romeros, con el estómago vacío y el alma encogida.
Ella es el futuro. Por ella bien vale la pena resistir. Su voz y su recuerdo nos prometen la inmortalidad.
Me tengo que marchar… Se oyen perros que rastrean sedientos de sangre la voz del pueblo vivo, perseguido por su empeño en restaurar el equilibrio natural… Porque la tierra es nuestra y de ella nos alimentamos.
Nos dan caza, nos secuestran y nos encierran. Nos torturan, nos humillan, nos despojan de humanidad e identidad. Pero no nos vencen…
Nuestra alma sedienta de justicia sigue viva… Viva porque asumimos la responsabilidad de guiar nuestro espíritu libre para hacer de nuestra tierra un lugar mejor.
Y en ella estamos, a cinco metros bajo nuestra tierra, con un tiro de gracia que retumba en la esperanza colectiva de volver a nuestras raíces, de sentir que somos algo más que abono para estas encinas milenarias que ahora nos dan sombra.
Encuéntrame, pequeña, busca bajo las piedras de paredes y tapias, entre chaparros y olivos.
Y escucha mi voz que ansía gritar que fuimos lucha, valentía y fuerza para decir y hacer que la tierra es nuestra porque nosotros pertenecemos a ella. Que da igual cuántas alambradas, mordazas o tumbas se caben. La tierra no tiene dueño.
No se puede poner cadenas al campo. No se pueden cercar los corazones que ansían hacer naturalmente iguales y libres a los retoños que crecen fuertes y firmes bajo el sol de Sierra Morena… A la sombra de las encinas que aún hoy llevan nuestro sudor impregnado en su corteza.