«Si obligamos a los niños a comer más, les enseñamos a ser sumisos»

Julio Basulto es uno de los nutricionistas más conocidos, sobre todo, entre los padres a los que tantos desvelos les produce la alimentación de sus hijos. Es miembro de la junta directiva de la SEIAHS (Sociedad para el Estudio Interdisciplinar de la Alimentación y los Hábitos Sociales), colabora con varios medios y es autor de diversas publicaciones científicas y divulgativas. Suyos son los títulos ‘No más dieta’, ‘Secretos de la gente sana’ (escrito junto a la periodista Mª José Mateo), ‘Comer y correr’ (junto al Dr. Juanjo Cáceres) y ‘Se me hace bola’ (en solitario). El 5 de marzo sale a la venta su nuevo libro, titulado ‘Mamá come sano, centrado en la alimentación en el embarazo y la lactancia.

Me preocupa mucho nuestra alimentación, y soy firme defensora del “come rico, come sano”. Por esto, nada mejor que hablar con él para saber más sobre nuestra alimentación porque… ¿Comemos bien?

Para empezar, queremos saber si crees que, en general, comemos bien  o es necesaria una “reeducación” en nuestros hábitos alimentarios.

No nos alimentamos saludablemente. Pero no tanto por falta de alimentos sanos en nuestra dieta, sino más bien por un exceso de alimentos superfluos. Debemos tener presente que una zanahoria no compensa una Coca-Cola, ni un plato de lentejas compensa una horchata.

¿Por qué hay que comer bien?

Conviene no comer mal si queremos conservar o mejorar la salud. También para prevenir una larga lista de enfermedades tan poco glamurosas como el cáncer o la diabetes. Incluso para contribuir a la conservación del medio ambiente, para disminuir el sufrimiento animal y hasta para influir en el estado de países empobrecidos. Por último, y no menos importante, vale la pena comer saludablemente para mostrar a los que nos rodean (sean hermanos, hijos, padres, compañeros de trabajo o amigos), que es posible alimentarse de forma saludable sin renunciar al placer de disfrutar de la comida.

¿Crees que los medios de comunicación, los sanitarios y las autoridades deberían hacer una labor mucho más informativa con respecto a la nutrición?

Antes de responder, permitidme que ponga un par de datos “sobre la mesa”. La campaña ‘5 al día’ de Estados Unidos invierte anualmente entre tres y cinco millones de dólares al año en campañas para conseguir que la población tome un mínimo de cinco raciones diarias de frutas y hortalizas. Pues bien, resulta que también invierte cinco millones la industria del fast food de dicho país en promover sus “alimentos” a niños y adolescentes. Pero no invierte esa cifra al año, sino cada día. ¿Quién “ganará”? Es fácil saberlo. En España, desde luego, la situación no es muy distinta (sí en cifras de inversión, pero no en porcentajes destinados a una u otra “causa”). Explico esto (que amplié aquí) porque antes que informar sobre qué es una dieta sana conviene dejar de desinformar. Cuando se frenen los mensajes dirigidos para que comamos más de lo que necesitamos y peor de lo que deberíamos, empezarán a surtir efecto las campañas informativas…siempre que estén bien diseñadas. Lo digo porque un estudio llevado a cabo en el Reino Unido, y publicado en agosto de 2012 en la revista Public understanding of science, reveló que la mayoría de los consejos dietéticos publicados en los periódicos de dicho país no tienen un buen sustento científico. Hablé de esta problemática, y de posibles soluciones en este texto y en este otro.

En casa, ¿de verdad somos conscientes de la importancia de transmitir a nuestros hijos la importancia de una alimentación sana y equilibrada? ¿Damos ejemplo?

Cuantos menos sermones demos a nuestros hijos, mejor. Debemos transmitirles el placer de compartir la comida en familia, para lo cual lo único que tenemos que hacer es encontrar platos saludables que les gusten, y respetar sus preferencias, como lo hacemos con un invitado. ¿Damos ejemplo? Pues, en general, no mucho. La proporción de adultos españoles que fuma, bebe alcohol en exceso, no practica ejercicio y sigue una dieta insana es alarmante, como amplié en este artículo.

¿Es posible comer bien o te conviertes en un bicho raro cuando se te caen las lágrimas por unas buenas alcachofas rehogadas o una rica merienda de frutas de temporada?

¿Quién quiere parecerse a la mayoría? Yo no, desde luego. Cada vez que miro los programas más vistos (‘Gran Hermano’) o los libros más vendidos (‘¿Cómo follar con todas’ —sic— o ‘El método para que tu hijo te haga caso a la primera’) me entran los siete males. Es decir, si te señalan con el dedo por disfrutar con la comida sana (¡yo también toco el cielo con esas alcachofas!), pues que vivan los bichos raros, oye.

La publicidad nos muestra lo normal que es tomar determinados alimentos (lácteos  milagrosos para hacer crecer nuestras defensas, arroz con leche, natillas, cacao soluble en cantidades ingentes, galletas industriales, refrescos…). En tu libro ‘Se me hace bola’ incluyes un listado de “sustancias comestibles” que nos hacen creer que son comida cuando no lo son. ¿Se debería regular (más) la publicidad de esos “alimentos” de alguna forma?

Sin duda. Los gobiernos deben poner freno a las falsas declaraciones de salud que acompañan a infinidad de alimentos, complementos alimenticios o “plantas medicinales”. Deben impedir que los mensajes dietético-nutricionales estén, como están hoy en día, manipulados por intereses de la industria alimentaria. Y deben prohibir la publicidad de comida malsana en horario infantil. Esto último no soy el único que lo cree imprescindible. La Academia Americana de Pediatría, por ejemplo, indica que «está justificado prohibir la publicidad de comida basura y de comida rápida en la programación televisiva dirigida a niños y adolescentes», como se puede comprobar en este enlace.

Siguiendo en este tema, ¿comemos peor de lo que presumimos debido a esta “normalización” de productos prescindibles? ¿Afecta la publicidad a nuestra percepción de lo que realmente comemos?

Yo no lo podría haber dicho mejor, así que respondo con tus palabras: «comemos peor de lo que presumimos debido a la “normalización” de productos prescindibles». Y ya puestos a citar, nada mejor que recurrir a Bertolt Brecht: «No encontréis natural lo que ocurre siempre». La frase aparece en su obra ‘La excepción y la regla’, escrita hace más de un siglo, pero que, como se puede comprobar, sigue siendo de plena actualidad. Esa “normalización” de productos prescindibles es lo que persigue la industria alimentaria, por eso sus mensajes “educativos” insisten en que no hay alimentos buenos o malos (cuando sí los hay), y en que debemos variar mucho nuestra dieta (cuando a más variedad, más posibilidades de meter en el carro “sustancias comestibles” sin valor nutricional).

Sobre cómo afecta la publicidad a la percepción de lo que comemos, entre otras muchas cosas, nada mejor que leer el libro ‘Consumo inteligente’, del Dr. Juanjo Cáceres. Altamente recomendable.

¿Nos obsesionamos los padres con cuánto comen nuestros hijos? ¿Tienen los dichosos percentiles algo que ver en este miedo irracional?

Diversos estudios muestran que un amplio porcentaje de padres están sobrepreocupados con respecto a la alimentación de sus hijos, hasta el punto de que la Academia Americana de Pediatría indica que la estrategia más comúnmente utilizada para alimentar a los niños es el chantaje. Desolador. Curiosamente, el porcentaje de padres que cree que fumar delante de los niños no es nocivo para los pequeños también es alarmantemente alto. Algo no cuadra.

En cuanto a los percentiles, pues sí, tienen que ver con ese miedo irracional, dado que muchos profesionales sanitarios no explican bien a los padres que «los niños que están por debajo de la media son tan normales como los que están por encima», como explica el pediatra Carlos González en su obra (de arte) ‘Un regalo para toda la vida’. Sigamos leyendo a Carlos, que no tiene desperdicio: «De hecho, si todos los niños estuvieran por encima de la media, el Ministerio de Sanidad declararía la alerta sanitaria: sería la mayor epidemia de obesidad infantil de la historia». Genial. En las carreras sanitarias debería ser obligatorio leer todos los libros de Carlos González. Del primero al último.

Y por último, hemos leído que aconsejas no obligar a los niños a comer más, pero ¿cómo le explicarías a un padre o a una madre por qué es importante no hacerlo? Y, sobre todo, ¿cómo podemos convencer a las abuelas?

Si obligamos a los niños a comer más, les enseñamos a ser sumisos. Los niños aprenden que sus deseos y preferencias no tienen valor para nosotros, así que entienden que los minusvaloramos.  También les enseñamos que es normal obligar a los demás a hacer algo que no quieren, así que aprenden a ser autoritarios. Entienden que no son capaces de controlar su propio apetito, por lo que les enseñamos que no tienen poder de decisión sobre lo que comen. Alguien se aprovechará de mil amores de esto último mediante órdenes claras y taxativas (Por ejemplo: Beba Coca-Cola). Por último, obligar a los niños a comer, además de ser denigrante y antiético, incrementa su riesgo de que padezcan obesidad o trastornos de la conducta alimentaria.

¿Cómo convencer a las abuelas? Pues supongo que habrá abuelas susceptibles de ser convencidas… Pero yo no las conozco. Es curioso que muchos adultos con hijos sigan haciendo caso a sus padres (los abuelos), incluso sabiendo que no tienen razón. Y más curioso aún es que dichos adultos no se den cuenta de que si enseñan a sus hijos a ser sumisos (por ejemplo, obligándoles a comer) perpetúan una situación de injusticia.

bluebird Comunicación
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5 Comentarios

  1. A ver, en general veo un artículo interesante, pero en el último párrafo, lo siento pero creo que es un tanto temerario en cuanto al: – «Si obligamos a los niños a comer más, les enseñamos a ser sumisos». No creo que sea así…, para obligar a un niño a comer algo, entran varios motivos; desde que el niño realmente no tiene más hambre, a que se ha cansado de estar sentado en la mesa y quiere irse a jugar o simplemente que la comida del plato no le gusta y se esperará a la merienda o cena a ver qué hay. Ahí es donde creo que no hay que ser tan drástico y decir que los volvemos sumisos. Hay que enseñarles que en la vida habrán cosas que aunque no sean muy de su agrado, tendrán que hacerlas y «sacrificarse», de lo contrario tenemos a los niños caprichosos y nada generosos, pues se acostumbran a hacer solo lo que a ellos les es de agrado. Y ojo, no estoy diciendo obligarlos si o si, hay que tener vista y según las circunstancias llegar a un acuerdo, como sería el: _ te comes hasta la mitad del plato o para esta noche tienes que acabarte lo que te queda o realmente ese día no tiene más hambre. Ya comerá más otro. Un saludo

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