Los niveles de aburrimiento vespertinos son directamente proporcionales con las ganas que tenga uno de levantarse cuando el cuerpo te pide más almohada.
Ese simple acto, salir del cálido abrigo de la manta o no, divide a las personas entre “madrugadores” y “dormilones”. Porque me veo afectado por ello hablaremos de los primeros. Porque somos minoría, somos incomprendidos; el reverso menos divertido de los animales nocturnos —nuestros antagonistas, que no enemigos— que viven el privilegio de ser los más admirados. Ellos son los que duermen hasta bien entrado el día; dejemos que descansen y acompañemos a los que ya están despiertos.
Decía Hesíodo que «desdichado el que duerme en la mañana». Muchos fiesteros no opinarían lo mismo, por supuesto —y no pienso meterme en ese tema, en parte porque estoy alejado del circuito nocturno y también porque me da pereza—, pero al poeta de la antigua Grecia no le falta razón. Por ejemplo, si no madrugas te pierdes los amaneceres; es más, puede que llegues a creer que el Sol está ahí arriba de manera permanente, como si estuviera anclado al cielo por mediación de una chincheta cósmica. Si estás dormido por la mañana tampoco sientes en tu piel el frío del día que nace, ese que te eriza el vello y anuncia la llegada de una nueva jornada. Por un momento te sientes transportado al mismo momento de tu nacimiento: porque seguro que un neonato se sumerge repentinamente en la piscina helada del mundo exterior. Dejar atrás el calor humano del útero materno, como ese frío vespertino que desconocen los dormilones. Madrugar es, pues, renacer. Todo vuelve a la vida. Un reset existencial.
Pero como todo en la vida, madrugar tiene sus pros y sus contras. Y es en este punto en el que desgranaremos el significado del título.
El madrugador, esa persona admirada por muchos y defenestrada por otros, es una persona que cree firmemente que dormir —de manera habitual— hasta más allá de las 11 a.m. es perder la mañana entera. Los fines de semana son más bonitos durante las primeras horas del día, hasta uno se siente más enérgico. Las tostadas saben mejor aunque se quemen, el café puede saber a rayos que al madrugador le parece gloria bendita; el aire es más limpio hasta en la ciudad más contaminante. Incluso la gente parece estar de mejor humor.
Todo el mundo menos los vecinos, claro está. Ellos son el único elemento discordante, la nota que desafina y rompe la armonía del entorno. Puede que haya otros factores, pero al madrugador le fastidia por encima de todo la acción de otro ser humano que perturba su paz.
Porque resulta que los vecindarios conforman una especie de red personal que va más allá de la neuronal, convirtiéndose en un espejo de nuestras manías y temores. ¿No te gustan los niños? Toma pareja de críos que desde las ocho de la mañana dan por culo con sus cánticos de Mordor. ¿Te gusta leer mientras escuchas algo de música? Toma a la vecina que pone reggaeton para que lo escuchen hasta sus abuelos enterrados bajo tierra. Y así con todas y cada una de las pequeñas imperfecciones que podamos tener, amplificadas por esa gente que vive sus vidas al otro lado de nuestras paredes.
Puede parecer algo frívolo, y sin duda lo es, pero no puedo dejar de pensar lo injusto que resulta que el madrugador no les joda la vida a ellos; porque por suerte suele ser una persona que disfruta de sus placeres enfrascado en su propia privacidad, sin aspavientos ni escandaleras. No conozco a un madrugador que despierte con ganas de armar jaleo o con prisas.
Sí, vale, en el caso de los niños puedo llegar a entender la falta de intención pero no por ello el madrugador no puede sentir menos fastidio cuando empieza a escuchar sus gruñidos histéricos y carreras de un lado al otro del piso de arriba.
En el fondo, el único consuelo que ha encontrado el madrugador ha sido forjar en mi interior la estúpida pero válida idea de que es un peaje que debemos pagar por poder ser testigos de excepción del renacer cíclico de la existencia. Las mañanas son hermosas, pero como si de los ojos de la mitológica Medusa se tratara, contemplar su belleza exige una contrapartida.
Si madrugáis el próximo fin de semana, comprad tapones para los oídos.
Sólo un apunte… Cuando salimos de marcha y «nos recorremos» toda la noche también podemos llegar a ver salir el sol o notar el frío matutino 😉