Como recitaba Soziedad Alcoholika, «otra vez llega la Navidad». Otra vez zombis en los centros comerciales. Otra vez machacones memes de WhatsApp. Otra vez comprar regalos. No es que esté en contra de hacer regalos pero, si no los has comprado ya, lo más probable es que pilles cualquier cosa para salir del paso que caerá indiferente a los ojos del obsequiado.
¿Qué regalo hacer a tu cuñado con el que solo sabes discutir en Navidad sobre Podemos? Únicamente coincidís en estas fechas. Quizá le guste leer. Dicen que el de James Rhodes está guay. ¡Qué más da si no es su estilo! Es un libro. Si no es de su rollo, decorará la estantería.
Y, así, una docena de sorpresas que no utilizarías tú ni ellos. Pero es como funciona la economía. Y el mundo funciona con economía. No rompamos el sistema. Es el que conocemos.
No voy a recomendarte que evites regalar mascotas, como exhortaba Pérez Reverte hace unos años. No voy a decirte que las cajas de experiencias caducan en una sociedad gobernada por horarios. Tampoco diré que dar dinero en efectivo está muy mal visto. No regales mi libro. Esta Navidad, no regales ‘Sal de mi vida‘.
Vale, lo he escrito yo y lo tendré en mayor o menor estima, pero soy un autor auto-publicado. Ninguna editorial ha arriesgado un céntimo por mi. ¿Vas a hacerlo tú? Las editoriales tienen que sobrevivir y no publican a nadie sin un respaldo. Es normal, tienen que mantener a toda una plantilla que no debe acabar en el paro. Ya es bastante complicado el sistema editorial como para arriesgar por autores nóveles de los que no han intentado leerse sus libros. Daría lo mismo. No pueden abarcar el mercado de nuevos escritores y ya tienen bastante competencia, además de plataformas como Bubok, Lulú o el mismo Amazon. Los autores independientes tienen todo un universo de auto-edición por el que vagar a sus anchas, en el completo anonimato.
Las editoriales promocionan, colocan sus libros en las zonas de venta, se preocupan por ediciones más o menos cuidadas. En definitiva, hacen su trabajo. Nada fácil, por cierto. Cada día hay menos mercado y dicen sufrir mucho por la piratería. Según los supuestamente meticulosos datos de CEDRO en 2016, sin piratería, la industria literaria podría haber generado 21.697 puestos de trabajo directos. ¡Malditos libros electrónicos! Aunque se venden muchos libros en formato electrónico, y es bueno saber que, al menos, los piratas leen.
Mientras tanto se siguen vendiendo los títulos de siempre pero más baratos que nunca. Por dos euros, en una librería de segunda mano, puedes hacerte con ‘El lobo estepario’ de Herman Hesse, ‘Rayuela’ de Cortázar o aquella graciosa novela de Eduardo Mendoza.
Puede que no hagan falta más libros. O quizás que solo merezcan la pena los autores avalados por editoriales. Es posible que no se lea lo suficiente para mantener la actual industria literaria. O, incluso, que la misión de ayudar a auto-editar y promocionar a los pequeños autores sea un negocio más lucrativo que conseguir que la población los lea.
En definitiva, no regaléis mi libro estas Navidades. Nadie me conoce. Podría ser el nuevo Cervantes, tener la imaginación de Michael Ende o la impecable redacción de… Leticia Sabater, Julián Contreras Ordóñez, Mario Vaquerizo o Belén Esteban. Sí, están publicados por editoriales que, en casi todos los casos, compensaron con creces el gasto de la tirada. Así ha sido siempre la sociedad. O te conviertes en marca o te desmarcas del negocio. Hay que ser un influencer. Además, es muy probable que mi novela sea un completo desastre.
Y es que ser independiente no es fácil. Si no, preguntadle a Puigdemont. Aunque él, al menos, tiene visibilidad. Todos los informativos hablando de independencia y, mientras tanto, políticos imputados, autónomos con tasas imposibles, recortes en investigación, educación y sanidad, refugiados sin rescate, disparos en Venezuela, represión en Arabia Saudi, terrorismo desde Irak… Curioso que los tres estén entre los cuatro países con más petróleo del planeta. El otro es Canadá, pero quizá tengan un carácter más frío. Y, de la Corea de arriba, ya ni hablo. ¿Quién sabe si se sienten más a gusto sin nosotros? Pero ¡basta de cuñadismos!
No regales ‘Sal de mi vida‘ porque no lo has leído tú. No has tenido tiempo. Se publicó el pasado 22 de noviembre y dudo que fueses el primero en comprarlo. Siquiera sabías que existía. No digo que te hayas probado la ropa interior que regalarás a tu pareja. Al menos la has visto. O que escuchases ese disco que te han pedido. Ya te han confirmado que les interesa. Pero, un libro… Regala literatura que te guste y que puedas compartir con esa persona. Ya que a veces no hay tiempo de estar con ella, al menos, compartid lecturas.
Esta Navidad no regaléis mi libro. Puede que resulte deprimente. Narra la historia de un tipo recluido en el purgatorio que tiene que revolver en su pasado para solventar sus pecados. Hoy en día, recordar el pasado no mola. Recordar que los sueldos anteriores a la crisis eran, al menos, el doble que los actuales y los pisos valían la mitad no mola nada. Recordar que las palabras “contrato indefinido” sonaban a futuro y seguridad, es una mierda. Recordar que hace años las campanadas de Nochevieja las daban Martes y Trece y ahora las dan los colaboradores de Sálvame…
Claro que también es posible que leer la historia de un personaje que lo pasa peor que tú, pueda animar. Mal de muchos, consuelo de tontos. Aunque sea ficción. Pues está claro que ver las noticias que, en teoría, no son ficción, tampoco ayuda demasiado.
No regaléis mi novela estas Navidades. Pensad en el pequeño comercio. Mi novela está en Amazon y lucra, principalmente, a Jeff Bezos, uno de los más ricos del mundo según Forbes. Una gran multinacional que está acabando con los pequeños negocios. Las tiendas de barrio no pueden competir contra las grandes empresas y acaban dejando aceras solitarias por las que pasear es bastante aburrido. Al final todos tendremos que vivir en calles donde los únicos y escasos establecimientos comerciales sean chinos y, a juzgar por los vídeos que observan en sus portátiles, es posible que no sea fácil mantener una conversación con ellos.
No, no regaléis mi libro. Primero leedlo vosotros.
Si yo fuera un escritor contemporáneo y quisiera promocionar mi nuevo libro, no diría «malditos libros digitales». Es mi humilde opinión. Lo demás del artículo está bastante bien. Probablemente es un sarcasmo y lo he malinterpretado.
De hecho tengo mucho que agradecer a los libros digitales en la difusión de «Sal de mi vida». El único punto negativo es que no se pueden subrayar con lapicero.
Muchas gracias por tu comentario, Paco. Me alegro de que te guste.
Lo romántico del libro de papel, ese olor es algo muy especial y no se compara…pero cuando haces una mudanza las cajas con los libros son las que más pesan. Mejor dejarse de romanticismos y ser práctico, es el futuro que ya tenemos encima.
Te cuento una angdota, el fin de semana pasado mi sobrino Iván me preguntó que si le recomendaba la lectura de un libro de Carl Sagan «El cerebro de broca», le dije que hacia muchos yo leí ese libro y le comenté un poco sobre el autor, de pronto comenzó a reírse, algo que me dejo un tanto confuso y me contesto, Tío Paco, el libro que estoy leyendo es el mismo que tu leíste, en cuanto vi lo subrayado y las anotaciones con lápiz supe que ya lo habías leido, solamente te estaba probando…
Fe de erratas…anécdota, jajajaja, da Juan Eladio
Para muchos es un completo pecado subrayar, anotar, doblar, abrir las páginas de par en par hasta las costuras,… A mi me gusta darles mala vida y disfruto de leer libros vividos. Los libros manoseados y ajados tienen más historia que la que albergan sus letras y, aunque parezca una mamarrachada, a veces se tiene la sensación de que ellos también te están leyendo a ti, comparándote con anteriores lectores, probando tus habilidades a la hora de sujetar sus cubiertas despegadas,…
Por cierto, siempre es muy recomendable Carl Sagan. 😉
Fe de erratas…anécdota, jajajaja, da Juan Eladio.
Fe de erratas…anécdota, jajajaja, da Juan Eladio