God save the queen

Las chicas tristes comen solas en los McDonald’s. Los taxis palpitan aire viciado y vicioso pintado de gris niebla. Y un puto Starbucks cada tres pasos. Quizá dos. Historia de ganadores sin empatía. Museos robados que demuestran quién manda. Arte expoliado sin derecho a réplica. Y, sin embargo, poesía. William Blake nacido en un bloque anodino. Shakespeare reconstruido al lado de un puto Starbucks. «La despedida es un dolor tan dulce»… Y Charles Dickens, que volvería a escribir ‘Historia de dos ciudades’. Coronas de flores secas que recuerdan que fue 7 de julio. Sangre en una ciudad que llora de todo menos de sol. No hay perros. Sólo borregos tomando cervezas hacinados after work. Hay patos en los parques que utilizan los niños muy rubios y oh, qué ojitos tan azules, para ponerse la cara negra apache. Los besos robados, que no son los de Truffaut, corren por las escaleras mecánicas y se pierden en el metro. Náuseas en el cuarto de baño de Harrod’s. Tanta ostentación para acabar de cuclillas en el mismo retrete que tú y que yo. Y salir oliendo a chanel número cinco. Como el mambo. La posmodernidad en galerías con extractores de humos. Y, al lado, un puto Starbucks, o dos. Desayunos de legumbres con tomate. «No, no es eso, es que no me gusta la textura», mienten. El punk murió el día que en Camden abrieron un puto Starbucks cada tres pasos. O dos. God save the queen. Amén.

La imagen es de AlexVan ©

 

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