Y fueron viajeros para siempre (II): La belleza lo inunda todo

FELICES

Antes que nada, queremos dejar claro que no queremos hacer una guía de viajes al uso (para eso está la ‘Lonely Planet’). Queremos  que, usando nuestros ingredientes, podáis crear vuestra propia receta de viaje. Por eso, los detalles sobre precios, distancias, etc., siempre serán orientativos.

Empieza el viaje

Viajamos a Indonesia, el cuarto país más poblado del mundo y el primero en población musulmana. Viajamos al «tercer mundo», pero nos duele usar este término tan peyorativo. Indonesia es un país con una riqueza enorme en recursos, naturaleza, gastronomía y cultura… Basta cruzar el estrecho que separa una isla de otra para toparte con un nuevo idioma, una nueva religión, una cultura totalmente diferente, pero la misma gente maravillosa.

Dos consejos fundamentales aquí:

1. Fuera de ruta siempre es mejor. La belleza lo inunda todo. Todo está rodeado de selva y el amor de los indonesios por las plantas y las flores se aprecia en cada esquina. Salid de los caminos trillados y explorar… vais a encontrar sorpresas, vais a evitar las insoportables lenguas de tráfico y sólo así lograreis que no se os trate como a un turista.

2. Hay que abrirse a los indonesios. Son increíblemente amables y extrovertidos y tienen una riqueza cultural digna de envidia. Aprended unas cuantas palabras en bahasa, es fácil y ellos lo agradecen. La conversación será más o menos la siguiente:

—Ah, ¡spanoles! ¿Barcelona o Madrid? (Ellos son siempre del Barça y adoran a Messi)

Y luego:

—DES – PA – SI – TO… Very good song!!! (Sí. Ni siquiera aquí vais a libraros).

Isla de Java

Yakarta, a donde llegamos, es una jungla de motos, coches, puestos callejeros y contaminación. Una jungla que no quisimos explorar, veníamos de hacer 18 horas de vuelo así que nos quedamos en el hotel al llegar desde Madrid. Hay que prever el cansancio de un viaje así, cogimos un hotel con SPA y acertamos  A la mañana siguiente, un poco de natación en la piscina del hotel para empezar el día con energía, y vuelta al aeropuerto para coger el avión que nos llevaría a Yogyakarta.

Yogya, como la llaman los locales, es la capital cultural de la isla de Java. Amada por toda indonesia, residencia del sultán y reserva de las tradiciones. Universitaria y dinámica, sus más de tres millones de habitantes hacen que el tráfico por toda la ciudad reste un punto a su belleza.

Allí nos trataron como reyes. Teníamos un contacto local, José Mario Rodríguez, que nos atendió en todo momento, nos organizó los transportes y hasta nos hizo de guía. Todo lo que podamos decir aquí es poco para agradecer la cálida acogida que nos brindaron él y Elena.

Mario y Elena trabajan para una congregación local de la orden de los Escolapios. El centro en el que Mario desempeña su labor se dedica a dar alojamiento y ayuda a chicos que vienen a Yogya desde otras partes del sudeste asiático para estudiar en las prestigiosas universidades de la ciudad. Tenemos por delante un mes de viaje y este suave desembarco nos vino genial.

Os acabaréis alojando en Sosrowijayan o Prawirotaman. Es donde se encuentran los alojamientos en el núcleo urbano y las dos zonas más interesantes. Nosotros escogimos Sosrowijayan, un barrio próximo a la estación del tren y con mil callejones gangs repletos de música y ricos restaurantes. Lo elegimos a través de Airbnb. Era una casa sucia, en la que cohabitamos junto a unos simpáticos ratones que eran los dueños y señores de la cocina, y su primo mutante que vivía en el falso techo y que, a juzgar por los arañazos y carreras que se daba cada noche, tenía que medir al menos un metro. Una de las noches, al llegar tarde de un concierto, debimos despertarle y la lió tremenda dándose golpes contra todo lo que había en el falso techo. Olga le oyó aletear, y no nos extrañaría que hubiese sido un murciélago, que aquí parecen zorros con alas

Apuntad esto: Gojek. Se trata de una versión de Uber a la indonesia. Se pueden cerrar transportes en coche, en moto, comida a domicilio, masajes, limpieza y hasta tratamiento de belleza. Todo el mundo la usa y os ahorrará un dineral en taxis. 

En Yogya lo mismo te encuentras un motero con freidoras por alforjas en su moto, haciendo media ración de ayam goreng sobre la marcha, que un restaurante con los pollos vivos correteando entre las mesas, o un alto ejecutivo esperando a su chófer en la puerta del hotel.

Los olores y colores entran por los cinco sentidos y no siempre es agradable, como ocurre en el mercado junto al kraton, donde se pasa de un hedor a podredumbre que pone a prueba los estómagos en la parte de la carne, a los olores embriagadores de las especias y frutas tropicales de la segunda planta.

Visita obligada: Prambanan y Borobudur 

Son los dos conjuntos de templos más importantes del país. Hay que verlos y, si puede ser, al amanecer.

Recomendamos que se hagan los dos en un día con entrada conjunta y empezando en Prambanan y terminando con el atardecer en Borobudur.

A ambos los rodea una explanada de árboles tropicales y parterres de flores imposibles, con el inevitable mercadillo a la salida, donde los javaneses hacen su vida, crían sus niños y te ofrecen de todo pero, eso sí, de forma educada y sin agobiar. Nosotros nos hemos llevado algunas de las estampas más bonitas en las memorias y en las cámaras del viaje hasta ese momento.

Como os hemos dicho antes, para nosotros lo mejor siempre está fuera del camino trillado. Borobudur está en un valle enorme, con forma de caldera. Como los pueblos que veíamos desde lo alto del templo nos parecían maravillosos, colgados en las laderas cuajadas de cocoteros, decidimos ir. Tomamos el camino a Nglipoh, una aldea alfarera y justo antes de llegar paramos en Karang un pequeño pueblecito en la espesura donde se fabrica de manera artesanal el tofu o tahu, como se dice aquí.

Los tipos de la fábrica son geniales. Cuando les dijimos que queríamos comprar sólo un poco nos dieron a probar unos bocados del tahu con sal y nos invitaron a un café. No querían que nos fuésemos sin cantar en el karaoke. Hasta Buddy, indonesio de pura cepa, flipaba. En Nglipoh más del mismo exquisito trato. Es gente desprendida y generosa, nos dejaron probar el torno y descubrimos que nuestro futuro no está en la alfarería. Compramos porque quisimos y nos invitaron a comer tempe, una variedad de tofu, y kipan con té. El valle fértil de Borobudur produce  cuatro cosechas anuales de arroz, más que ninguna parte del planeta, y está lleno de plantaciones de cacahuete, kipan, maíz y otras mil delicias.

Tras una ducha y con el alma llena por las experiencias vividas con esta maravillosa gente, nos dispusimos a saborear la noche. Junto a la casa, encontramos un bar con cena y música en directo. Mientras tomábamos una ensalada griega —para compensar las comidas fritas tan abundantes aquí—, nos sorpendió el acústico de guitarra de un maestro que no tendría más de 20 años. Vais a ver gente tocando por todas partes, hay locales con música en directo por todos los gangs.

En la mañana que nos quedaba antes de coger el avión hacia Bali, visitamos el Kraton, residencia actual del sultán, un lugar insulso y que deja indiferente al visitante. Vuelta a la mansión ratonera a por las maletas y rumbo a Bali.

La encantadora Bali

Antes de ir, pensábamos de Bali que sería una isla abarrotada, hecha por y para el turismo, con poca personalidad. Por supuesto, si se quiere, se puede encontrar esta cara de la isla, pero Bali es mucho más. Es un paisaje verde, son infinidad de templos hinduístas que suponen todo un regalo para la vista, es una variedad de flores que va más allá de la imaginación de cualquier occidental, es una gente cálida y abierta. Es, en definitiva, una variedad de opciones para todos los gustos.

Hay que evitar el sur de Bali, una Ibiza asiatica. Como el aeropuerto está al sur, pasamos la primera noche allí, elegimos Jimbarán para dormir, que tiene fama de ser la mejor playa de Bali. Temprano por la mañana lucía así de bonita.

En cuanto pudimos nos fuimos a  Ubud. Nos hospedamos en un bungaló situado en la parcela de una familia que nos llevamos en el corazón. Gracias a Nyoman y Wayan pudimos acercarnos a su cultura, a su religión y a su forma de vida.

Nosotros alquilamos una moto. Es necesario para poder abarcar lo más posible y poder moverse con libertad. Pero no lo podemos recomendar a nadie, a no ser que seáis expertos pilotos o tengais nervios de acero. Acojona. Las reglas básicas: se conduce por la izquierda, se pita cuando se va a adelantar y ante un atasco las motos pueden navegar, adelantando entre los coches. A partir de ahí, ancha es Castilla. El aforo mínimo de una moto son tres personas y el máximo depende de las leyes básicas de la física. Veréis todo lo imaginable en lo alto de una moto: Una madre, un bebé de dos meses, tres niños y una jaula con un loro. Dos hombres conduciendo desde dentro de un cesto de mimbre o tres niños que vuelven del cole y que juntos no suman los 17 años obligatorios para conducir una Scooter.

Aventuras moteras aparte, gracias a la moto pudimos llegar a puntos costeros de Bali que de otra forma habría sido imposible de hacer en una mañana y vimos surfear enormes olas en una playa negra de arena volcánica.

Ubud es el centro cultural de Bali, es la referencia de la danza balinesa, las artes plásticas y la gastronomía. La mañana del segundo día, fuimos a hacer un curso de cocina a la escuela de Janet Deneefe, Casa Luna. Janet llegó en los 80 a Bali desde Melbourne y se quedó maravillada por Ubud. Junto a su marido inició el festival de Yoga de Ubud, referencia mundial y fundó lo que hoy es Casa Luna Restaurante y Honey Moon Hotel. Al principio de la clase nos dio las nociones básicas de las especias fundamentales de la cocina balinesa. Nos iban pasando granos de cilantro, raíz de cúrcuma, una especie de albahaca con aroma a limón, tres clases fundamentales de jengibre… Para acabar, cocinamos juntos seis platos a cual más rico, todo a mano y desde cero.

Janet es una de las mayores expertas en cocina balinesa, son tres los libros que ya tiene publicados sobre su experiencia en Bali y sobre su gastronomía. Pudimos hacerle una pequeña entrevista al terminar la clase y se mostró en todo momento encantadora y amable.

Nos contó que los balineses no hacen separación entre comida y medicina y todos sus platos sostienen un delicado balance que los equilibra y que sirven para dar paz al que los come. En Occidente todo se cura con medicamentos, pero aquí todo los sagrado proviene de la naturaleza y la curación no es una excepción. De ahí que se incluya la gastronomía en todas las ceremonias. De la misma forma, la preparación de tónicos, remedios naturales y caseros son una constante que se recoge en las disciplinas Jamu.

Al preguntarle por lo mejor y lo peor de Bali nos respondió que emprender un negocio es un reto. Los tiempos funcionan de otra manera en estas tropicales latitudes. Para ellos lo más importante es la familia y la comunidad, cualquier tarea o trabajo va siempre detrás de estas prioridades.

Janet irradia belleza y templanza y es una fuente de inspiración. Y nos dio varios trucos de belleza que seguiremos a rajatabla, a vista de los resultados que a ella le dan.

  1. Come bien y no tengas prisa. Bebe toda el agua de coco y toma toda la cúrcuma que puedas.
  2. Haz yoga. El deporte nos recarga de estamina para poder hacer más de lo que imaginamos.
  3. Don’t overreact. Al contrario, intenta reaccionar con templanza ante todo lo que te pase, por difícil que sea y en especial cuando sea difícil.

Hemos pasado cuatro maravillosos días aquí, haciendo todo lo que supone que hay que hacer, con excursiones y templos, viendo bailes y comiendo rica cocina local. Lo mejor de todo siempre fue lo compartido con los balineses a los que llegamos a entender lo suficiente para maravillarnos con su cultura.

Pero nada nos había preparado para lo que nos quedaba por ver el último día.

Cada cinco años los balineses celebran la ceremonia de la cremación. Es uno de los ritos más importantes para los hinduístas y constituye un acontecimiento que involucra a toda la comunidad. Justo al lado de nuestra casa se celebra uno. Nyoman y Wayan participaban activamente en las ceremonias. En todo momento se nos invitó a presenciarlas, hacer fotos y preguntar todo lo que quisiésemos.

El Banjir, centro de reunión y el templo acogen los ritos. Junto a él está el cementerio de donde toda la comunidad exhuma los cadáveres de sus familiares que han muerto en los últimos cinco años. Les prenden fuego con lanzallamas y recogen sus cenizas para continuar con la parte simbólica del rito. Es sobrecogedor. Hay que acercarse y verlo desde su punto de vista. Un pueblo que, a diferencia de nosostros, no limita su espiritualidad a una semana al año, viven cada día dentro de su cultura y teniéndola muy en cuenta. Es una riqueza que si una vez tuvimos, hemos perdido y es inevitable que nos produzca un shock al presenciarlo.

Podéis leer aquí la primera entrega de ‘Y fueron viajeros para siempre’. 

bluebird Comunicación
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