Si pudiéramos echar la vista atrás veríamos que nuestros abuelos tenían razón y «cualquier tiempo pasado fue mejor», ya sea por culpa de la tendencia de nuestro cerebro a optimizar nuestros recuerdos o porque realmente antes se vivía mejor. Probablemente sea una mezcla de ambos.
Sin embargo eso no tiene por qué ser algo malo.
Si algo se aprende de la experiencia es que madurar no es nada más que tomar una posición vital a medida que se nos muestra ante los ojos todas las miserias del mundo. Podrá gustar o no pero la propia existencia es por naturaleza hostil y siempre busca complicarnos nuestro paso por este universo. A todas horas. Sin descanso ni excepción.
Adoptar esa posición no debe ser tomado como algo negativo, pese a que actualmente parece haberse convertido en poco más que “la última decisión antes de ser una persona mayor”. Exagerado y falso. Nos han convencido que madurar es dejar de ser divertido, atrevido; madurar nos impide disfrutar de la vida, nos aparca del mundo para esperar a la muerte. Veo esos mensajes a todas horas en televisión, en la radio. Hasta en YouTube. Menuda sarta de mentiras. Madurar, repito, es sólo una decisión más en nuestra vida; no será la primera ni la última, debe tomarse sin miedo a equivocarse porque para eso tenemos la capacidad de rectificar. Tampoco es una decisión taxativa o definitiva, sino simplemente escoger una estrategia que creamos que está más acorde con nuestra manera de ser, nuestras metas y nuestra naturaleza.
Algunas personas cuando se dan cuenta de que los años pasan —sin que por ello sea bueno o malo, simplemente ES— se vuelven locas, se paralizan de terror y creen ver ya las garras de la muerte cerniéndose sobre su cuello. La histeria no lleva a ninguna parte. ¿Por qué no respiras hondo y piensas? Sí, pensar sin más, preguntarte a ti mismo —o misma— qué quieres hacer a partir de ahora. Es una decisión importante, pero no definitiva, recordad que siempre se puede trazar de nuevo otra ruta.
Pero hay que escoger una. Ante semejante presión existencial las reacciones son varias: hay personas que se vuelven quejumbrosas, otras se resignan, o enloquecen. También las hay que fuerzan una despreocupación juvenil sin pensar en el mundo real, o se vuelven seres grises que acatan las reglas y hasta las potencian creyendo que así no se verán afectados. Todos reaccionamos de un modo u otro ante lo que se suele llamar “madurez”. ¿Es necesario tomar partido ante eso? Tal vez sí, aunque creo que siempre con ciertos matices.
Una vez escuché, no recuerdo de boca de quién, que para ser una persona madura y feliz hay que soltar el lastre del pasado. No podría estar más en desacuerdo. Renegar de nuestro pasado es olvidar que una vez fuimos niños —siempre defenderé que mantener parte de nuestro yo infantil es imprescindible para saber quiénes somos—, olvidar nuestros aciertos y errores, guardar bajo llave aquellas cosas que nos llevaron hasta este punto en el que estáis leyendo estas líneas. ¿Puede cambiar una persona a lo largo de su vida? El agua puede estar más sucia, más limpia, caliente, fría o templada… pero siempre es agua. Este símil —vago y simple— puede aplicarse a cualquiera de nosotros, a cualquier persona que puebla y ha poblado este planeta. Hay excepciones, y muchas son conocidas, pero por regla general el ser humano no varía en su esencia a lo largo de su vida.
Eso es lo que la vida me ha enseñado hasta día de hoy. Tal vez mañana cambie de parecer. Dicen que todavía soy un chaval, que los 30 de hoy son los 20 de ayer; no creo en esos dichos depresivos —como si tener una edad tuviera que condicionar cómo de bien nos hemos de sentir, tanto físicamente como mentalmente—, más bien soy de los que opina que ser joven o no es más que una palabra para contar años. Sin más. Se puede ser divertido sin ser joven, vital sin ser joven, aventurera sin ser joven, hiperactivo sin ser joven… se puede ser todo lo que se es de joven sin ser joven. Y se puede ser al mismo tiempo una persona madura. Desterremos los adjetivos de una determinada edad, compartámosla a lo largo de toda una vida.
La fruta está madura cuando se encuentra en su mejor momento, con su mejor sabor y en plenitud de aportes energéticos. Imaginad si lográsemos ser maduros durante el mayor tiempo posible de nuestras vidas.
Pues sí, el mundo obliga a tomar esa posición y nos olvidamos de, como tú defiendes, que podemos rectificar, cambiar de vía y de destino.
En lo que no estoy muy de acuerdo, es solo un matiz, es en lo de que no hay que soltar lastre del pasado. Claro que no debemos olvidar quiénes fuimos, lo que nos apasiona desde que tenemos nuestros primeros recuerdos. Pero ese lastre tiene mucho que ver con la actitud de la que hablaba en el primer párrafo, con esa rigidez que esgrimimos para autoengañarnos y hacernos pasar por seres íntegros y comprometidos con una idea. Como si cualquier idea no muriera al dejarla colgada como un chorizo en el hueco en el que tenía que estar nuestro corazón.
En fin, que me ha gustado mucho tu texto, yo creo que madurar es aprender que las decisiones que sí o sí has de tomar no te hacen ser mejor o peor persona, la menos no tomadas una a una. Lo importante es quién eres hoy y qué harás para ser mejor mañana, siendo mejor más cercano a lo esencial (y aquí ya nos paramos a discutir qué es lo esencial para cada uno).
Un saludo.