El factor mofeta

Es un hedor que pocas personas soportan. Tuercen el gesto, arrugan la nariz. Después vienen las arcadas, aumentan las posibilidades de vomitar, y como acto final deciden alejarse lo máximo posible de aquella horrible peste.

El factor mofeta es desconocido para la mayoría de las personas, aunque de manera inconsciente lo interpretan y actúan en función de su intensidad. En el transporte público suele darse mucho una versión suave del factor: ¿cuántas veces hemos visto a los pasajeros huir disimuladamente (o no) de sus asientos cuando ha hecho acto de presencia una persona maloliente? Lo entiendo, a veces puede ser desagradable, sobre todo si estamos recién levantados camino de nuestros trabajos, con el estómago todavía revuelto por las cervezas de la noche anterior. O del Prozac, Valium, o esa raya que nos metimos por aburrimiento y no nos sentó demasiado bien. Ante una resaca, el olor a sobaco o mugre no resulta agradable, es verdad.

Hay otros tipos de factores mofetas, camuflados en la sociedad bajo unas capas que difícilmente son observables, insertadas en la gente bajo otra apariencia que desdibuja la maldad de tal factor.  Entre unos que no quieren ser conscientes de ello y otros que se esfuerzan en realizar números de prestidigitador nos hemos convertido en ciegos que no quieren ver. Narcotizados por Youtube, el porno en cantidades innecesarias, una sociedad de la información que en realidad quiere “formar”, una inversión de la escala de valores esenciales… son tantos los factores que parece un vómito en el que se han mezclado todas las comidas de una semana. Y nosotros nadamos en ese vómito, aceptando la bilis y los jugos gástricos corrosivos. Nos corroen y no nos damos cuenta.

Vivimos más conectados que nunca, pero más aislados también. Es un tópico a estas alturas, pero no por ello deja de ser tan real que asusta. De hecho asusta más la reacción ante tal gigantesco efecto mofeta. Internet ha dado alas a todo tipo de avances, pero también ha echado una escalera que desciende a lo más profundo de la ruindad humana, unos escalones que cualquier persona puede bajar, descendiendo a una oscuridad que abraza como quien se ampara en la más fuerte de las esperanzas. De esa oscuridad surgen los efectos mofeta, que siempre han existido pero que tal vez hoy en día están alcanzando un status de aceptación social. Si no practicas el mofetismo eres un pringado. Ahora lo que esta de moda es el sexismo extremo a ambos lados, ir contra corriente de todo el mundo de un modo chabacano e irrespetuoso (confundimos espíritu crítico con actitudes barriobajeras y excluyentes). Tendemos puentes para una globalización cada vez más intrincada, pero nos sentimos solos en un frío cosmos de impersonalidad. El efecto mofeta es una de sus consecuencias, pero también uno de sus principales acicates, un alimento que engrandece cada día más la deshumanización de la Humanidad. Para la inmensa mayoría es un mecanismo de protección: si te aíslo, si me río de ti o te ataco me siento menos solo. Craso error.

El odio al diferente, el bullying, la marginación por opciones sexuales, por ideología o por cualquier otro tema; todos llevamos encima el factor mofeta, listo para expulsar una buena cantidad de hedor venenoso que nos aísle del resto de nuestros vecinos, amigos, familia. ¿Cuántas veces discutís a lo largo de la semana?  ¿Por qué? ¿Era evitable? ¿Cómo os sentís tras gritar por, tal vez, estupideces? Si echáis la vista atrás veréis que cada fotograma de vuestras vidas ha sido corrompido por esa mofeta hija de puta, que aparece en las esquinas de las fotografías cual fantasma venido desde el Más Allá. Puede que no hayamos sufrido sus consecuencias (y de ser así hemos de sentirnos muy afortunados), pero si miramos a nuestro alrededor no podremos evitar arrugar la nariz.

Huir o no es decisión vuestra.

bluebird Comunicación
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