El efecto Dunning-Kruger, una explicación al ‘cuñadismo’ español

Hoy, haciendo honor al estudio que da nombre al artículo, me voy a meter en terreno pantanoso saliendo de mi zona de confort para adentrarme en un estudio psicológico. Ojo, que la Psicología sigue siendo ciencia, no te confundas que si no mal vamos a empezar y vas a acabar siendo uno de los sujetos a los que describe el estudio.

¿Pero de qué demonios estoy hablando, amigos y amigas? ¿Acaso el tal Kruger no era aquel personajillo de las garras en las manos y la cara regulera que aparecía en las pesadillas de la gente de los 80? Pues no. Dunning y Kruger son dos científicos de la Universidad de Cornell (en Nueva York), que a finales de los 90 (concretamente en 1999, fíjate si era el final ya) publicaron un estudio en la revista Journal of Personality and Social Psicology donde describen un patrón de conducta que da nombre al famoso efecto del que te hablo hoy.

En resumidas cuentas, el estudio viene a decir que los individuos con escaso conocimiento o habilidad tienden a sobreestimarse de tal manera que tienen una imagen de superioridad de ellos mismos que es ilusoria y completamente infundada. Por el contrario, aquellas personas que presentan un nivel mayor de habilidad o conocimientos, tienen una opinión de sí mismos muy por debajo de la realidad, con lo que subestiman por completo sus capacidades. Esto te suena familiar, ¿verdad? Es lo que aquí conocemos vulgarmente como “el efecto cuñao”.

En el artículo, ambos científicos explican una serie de experimentos con grupos de individuos que implicaban ciertos cuestionarios y test que abarcaban diferentes áreas cognitivas, como la comprensión lectora, razonamiento lógico, incluso el humor. Como colofón, se pidió a los sujetos que pronosticaran ellos mismos cuál sería el resultado de su evaluación. Las conclusiones son las que ya te he contado, y como muestra un dato curioso: aquellos con peor resultado global de todas las pruebas tenían clarísimo que ellos seguro iban a estar entre el 10% de individuos con mejores resultados en el test.

Acojonante, ¿o qué? La discusión que ofrecen Dunning y Kruger para explicar eso es, ni más ni menos, que por regla general los individuos con un menor nivel de conocimientos sobre un tema son incapaces de darse cuenta de su propia ignorancia, por mero desconocimiento del tema en cuestión. Un ejemplo que usaban ambos científicos para argumentarlo es el siguiente: alguien que no conoce las normas básicas de gramática y escribe con faltas de ortografía, es incapaz de saber que está escribiendo mal, porque, de hecho, desconoce la mayoría de las normas, por tanto piensa que su modo de escribir es el adecuado. Tan simple como eso.

Por el contrario, las personas con un nivel mayor de conocimientos sobre un área determinada tienden a pensar que saben poco, o menos que la media del resto de individuos. ¿Por qué? Según Dunning y Kruger, porque precisamente al tener mayor información sobre dicho área, entienden su complejidad, y son conscientes de que su nivel de conocimientos podría ser aún mayor y que queda mucho por aprender. Es más, tienden a pensar (erróneamente) que el resto de individuos son igual de conscientes de sus limitados conocimientos, con lo cual piensan que todos saben al menos tanto como ellos, o incluso más.

Cuenta la leyenda que la idea de llevar a cabo el estudio le sobrevino a Kruger tras ver en las noticias la captura de un tipo que entró a robar en un banco, a plena luz del día y con la cara descubierta, y salió como si nada. Al interrogar al tipo, éste contó que no entendía cómo es posible que lo hubiesen visto, si se había untado toda la cara con zumo de limón, lo que lo haría invisible. Los agentes, sin salir de su asombro le dijeron, con más o menos tacto supongo, que si era imbécil o qué. Él, con una confianza inusual, dijo que había leído que en la antigüedad el zumo de limón se usaba para escribir mensajes ocultos en papel, que sólo serían visibles al aplicar calor. Así que se embadurnó la cara de limón. Con dos cojones. Lo más curioso es que el tipo confesó cuál había sido su fallo: no contaba con que la calefacción del banco estaría tan alta, debe ser que el calor acabó por revelar su rostro.

Ahora, por favor, un aplauso para éste mi nuevo ídolo. Bien. No he podido confirmar que la historia sea cierta al 100%, parece que sí, por lo que cuenta el propio Kruger, pero no pongo la mano en el fuego (entre otras cosas porque no tengo zumo de limón para protegerme).

Como colofón al artículo de hoy, decirte que Dunning y Kruger recibieron el IgNobel en el año 2.000 por este estudio. ¿Quizá algún miembro del comité de selección se sintió identificado? Suena más que probable. Así que, amigos y amigas, mi consejo de la semana: si no sabéis de algo, mejor no decir nada y parecer imbécil, que abrir la boca y confirmarlo.

 

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