¡Hola, muchachada! Segunda entrega de nuestro consultorio científico, donde tenéis carta blanca para preguntar a discreción y sin piedad lo primero que os venga a esas cabecitas pensantes. Esperando vuestras preguntas me pongo más nervioso que Cristina Cifuentes entrando a un Sephora. ¡¡Aiiinssss!! ¡Vamos, al lío!
¿Por qué lloramos al pelar cebollas?
Buena pregunta, aunque me vas a permitir matizar: no es al pelarlas, sino al cortarlas. Se pueden pelar tranquilamente a mano sin soltar ni una lágrima, pero ojo al empezar a cortar: lloras más que Puigdemont enseñando el pasaporte. Alguna vez he leído en algún recetario que las personas con gafas se libran de las lágrimas porque no les saltan “jugos” al cortarlas. Nada más lejos de la realidad, ya que el desencadenante del drama cebollero es un gas. Así que llevar gafas para no llorar cortando cebollas es como tener tos y rascarse el culo: no sirve de nada.
Metiéndonos en materia un poco más técnica, el culpable es un gas llamado “factor lacrimógeno” (como verás, los científicos nos partimos la cabeza en esto de buscar nombres). En las células de la cebolla, mientras se encuentran intactas, existe un compuesto que tiene un nombre más largo que Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón, que es un sulfóxido (el compuesto, no Froilán), y que al romperse las células a consecuencia de un corte, un mordisco, etc…, entra en contacto con una enzima almacenada en las vacuolas celulares (llamada alinasa), que transforma el sulfóxido en nuesto famoso gas lacrimógeno.
Toda esta reacción es una respuesta evolutiva de defensa ante ataques de microbios o animales como nosotros, por ejemplo. Como añadido, aquí te dejo un artículo publicado hace un par de años en la revista Nature, en que un grupo de investigadores japoneses desarrollaron una cebolla en la que alteraron este mecanismo de defensa. Ventajas: con esta cebolla no lloras. Inconvenientes: no sabe a cebolla.
¿Es cierto que el universo es infinito?
Bueno, pasamos de las cebollas al universo. ¡Menudo salto! A ver, una pregunta curiosa, sinceramente. Siempre me ha resultado interesante, cuando nos contaban en el cole o incluso ya en el instituto, que el universo es infinito y está en constante expansión… Vamos a ver: si está en expansión, habrá un frente de avance, ¿no? Entonces, ¿cómo leches puede ser infinito? La pescadilla que se muerde la cola, paradoja entre paradojas. Es como renunciar a un máster que no quieres, pero que no has hecho, pero que has aprobado sin hacer ningún examen, pero las notas te las ponen antes de que se celebren los exámenes. Pero, oye, todo en orden.
En fin, que no siendo yo físico y teniendo conocimientos limitados del tema, te puedo responder que la paradoja del universo infinito en expansión se explicaba de modo que que expande más rápido de lo que podemos llegar a observarlo, por tanto a nuestros “ojos” es infinito (a mí no me termina de convencer mucho, la verdad…). La última tendencia se inclinaba hacia un enfriamiento progresivo del universo, que haría que la velocidad de expansión fuese decreciendo hasta que, llegado un punto, se empezase a contraer hasta el denominado Big Crunch, un momento en que toda la materia y energía del universo se volviese a concentrar en un punto y… —¡bimba!— originando otro Big Bang, y así sucesivamente.
Precisamente hace unas semanas, se publicaba un artículo póstumo de Stephen Hawking en el que el profesor teorizaba sobre un universo finito. Evidentemente, si lo dice Hawking, eso va a misa. Y punto. Solamente alguien del intelecto supremo de Salvador Sostres sería capaz de rebatirlo. Sospecho que el bueno de Sostres esperaba escuchar que el universo no es finito, sino gordito (y calvo). Y no se lo tomó a bien, el angelito.
¿Es cierto que hay una isla de plástico en medio del océano del tamaño de Perú?
La respuesta corta sería que sí, y posiblemente de superficie mayor, pero lo de “isla” habría que matizarlo. El tema de la polución de los océanos con plástico es, por desgracia, un tema bastante candente por su magnitud y su impacto negativo para los ecosistemas acuáticos y, en general, para el medio ambiente. Por desgracia, ni siquiera esto se libra de la manipulación mediática, y a menudo se acompaña la noticia con imágenes de un pequeño barquito pesquero rodeado de un mar de mierda hasta las trancas, haciendo pensar que esa es la famosa isla de plástico oceánica.
Nada más lejos de la realidad, aunque la llamada isla existe: se encuentra al norte del océano Pacífico y se estima que tiene una extensión de 1,6 millones de kilómetros cuadrados.
La mancha, como habría que llamarla y no isla, se compone de residuos de plástico de un tamaño medio de 0,5 centímetros, que, generalmente, se encuentran en suspensión a pocos centímetros por debajo de la superficie del agua, por lo que es imposible captar imágenes de satélite o incluso verla a simple vista. La estimación se realiza por muestreos, y en las zonas centrales más densas (donde hay más mierda) hay unos 100 kilos de plástico por kilómetro cuadrado. Pero lo dicho, no esperes ver cafeteras flotando ni balones de Nivea.
Bromas aparte (y para que yo no haga bromas, el tema ya tiene que ser bastante serio), para poner números al problema mundial de acumulación de plástico, se estima que desde los años 50 se han producido en el mundo un total de 9.000 millones de toneladas de plástico, de las cuales 7.000 millones se estima que ya no están en uso. Menos de un diez por ciento de esa cantidad se ha reciclado o incinerado, lo cual nos deja un planeta con mierda para alicatar tres millones cuartos de baño. Y seguimos acumulando…