Es genial, esa sensación en el pecho cuando te enamoras a primera vista, o esa otra, muy parecida, de creer que has encontrado el tótem de Indiana Jones cuando empiezas a hablar con alguien y notas que encajáis en la perfección. Algunos lo llaman mariposas en el estómago, los más escépticos preferimos pensar que nuestro interior es una probeta en la que ha empezado a burbujear la mezcla de químicos perfecta para crear ese elixir —o ese veneno— que, ahora sí, todos llamamos amor.
Los meses o años sucesivos que dura ésta mágica poción suelen ser muy felices, todo nos parecen nimiedades en comparación, tenemos a alguien a nuestro lado que daría todo por nosotros y viceversa, y eso es insuperable. Las burbujas de la probeta se desbordan por nuestra boca y las palabras «te quiero» no tardan mucho en salir. Es cierto que hoy en día nos atrevemos mucho menos a decirlas, pero cuando los elementos son los indicados, nos sale como los buenos días.
Sí, «te quiero» son dos palabras que todos deseamos oír y decir, su quimera, el «ya no te quiero» es un trago por el que no deseamos pasar en ningún caso, pero que es más necesario si cabe que la primera combinación.
La pócima del amor se puede agotar por muchas razones: la otra persona no es lo que queríamos pasado un tiempo o ha tomado un camino que no podemos seguir, nuestro trabajo nos impide llevar una relación formal o, por qué no, aparece alguien más indicado. No pasa nada, es algo normal, somos miles de millones de humanos, y al igual que puede parecer alguien más indicado para nosotros, también la puede encontrar nuestra pareja. Pero, en cualquier de los anteriores casos, hay que armarse de valentía y saber decir «ya no te quiero».
Desenamorarnos de nuestra pareja es algo que desearíamos que nunca pasara, pero pasa, igual que la gente se sigue muriendo o matando tanto cerca de nosotros como a miles de kilómetros. Normalmente desenamorarnos no depende de nosotros, simplemente pasa, pero lo que sí depende de nosotros es hacer el menor daño a la otra persona, a ese otro ser humano que ha sido nuestro apoyo durante una parte de nuestra vida lo que menos le debemos es sinceridad.
No nos engañemos, a la otra persona, si le importamos, le vamos a hacer daño de cualquier manera si la dejamos, por lo que la excusa de «no quiero hacerle daño» no es válida de ninguna manera. Si no dejamos a una persona cuando notamos que ya no la queremos, la antes mencionada pócima del amor se va a convertir en poco tiempo en un cóctel molotov que, si explota, probablemente salpique a todo lo que haya a nuestro alrededor.
Desenamorarte de tu actual pareja y pensar «ya se me pasará» probablemente facilite que, tarde o temprano, nos guste otra persona, y que la figura de la infidelidad aparezca inevitablemente. Este es sólo un ejemplo de una posible consecuencia, que hará que la relación termine de la peor forma posible y que, aparte de afectar a nuestra pareja, se vean involucradas también amistades y familiares. Curiosamente, las heridas que no se ven son las que más tardan en sanar, y tenemos en nuestra mano el hilo y la aguja para que esa herida cierre cuanto antes:
La sinceridad.