Ciencia y azar

Voy a empezar el artículo de esta semana con una cita de un científico húngaro, que posiblemente por su nombre no os suene de nada, aunque sí que estéis familiarizados con su aportación a la ciencia: la vitamina C. Su nombre era Albert Szent-Györgyi (no, no es el de la gomina) y la cita la siguiente: “Investigar es ver lo que todo el mundo ha visto, y pensar lo que nadie más ha pensado”.

Y es que la frase me viene al pelo para el tema del que quiero hablar hoy: descubrimientos científicos accidentales. No son pocos los ejemplos de los que puedo hablar en este apartado. Algunos son leyendas, no contrastadas con lo que seguramente será pura rumorología. Un ejemplo de este tipo sería el caso de Arquímedes y su famoso principio. Cuentan las malas lenguas que al buen hombre le dio un día por asearse un poco (llevaba túnica de franela y era verano, no te digo más…), y al meterse en la bañera vio cómo al entrar su cuerpo el nivel del agua iba subiendo, y viceversa. Normal. Como diría el gran José Mota: te has dado cuenta tú también, ¿verdad? Pues sí, seguro que Arquímedes no fue el primero en bañarse en la antigua Grecia (aunque quién sabe, con esa manía de ir todo el día medio en pelotas y en chanclas…), lo mismo que Isaac Newton no fue el primero en ver caer una manzana de un árbol (dicen que le cayó en la cabeza, oyoyoyyy…), sin embargo ambos contribuyeron notablemente a la ciencia a raíz de estos hechos “fortuitos” (Newton formuló la Teoría de la gravitación universal, que sé que lo sabías, pero por si acaso).

Otro caso gracioso, es la invención del estetoscopio. No fue un accidente, pero digamos que no estaba “programado”. Resulta que un día llegó a la consulta del doctor Renné Laënnec, que así se llamaba el inventor, una señorita muy guapa. Al pobre señor le dio tanto pudor tener que auscultarla que enrolló un fajo de papeles y se lo acercó al pecho a la paciente. Sorprendiéndose de la amplificación del latido del corazón que escuchaba comparado con el método tradicional (o sea, poner la oreja directamente sobre el pecho del paciente), comenzó a trabajar en la idea y creó un rutinario cilindro de cartón que a la postre evolucionaría hasta los estetoscopios actuales.

Pero posiblemente, los casos más sonados y los que han pasado a la historia por ser dos de los descubrimientos que han contribuido a salvar más vidas, y que son totalmente fruto del azar, son el descubrimento de las vacunas y el de la penicilina. El primero se lo debemos a Edward Jenner (erróneamente, muchas veces se atribuye la invención de la vacuna a Louis Pasteur, típica pregunta trampa del Trivial, ¡cuidado!), un médico rural que observó durante una fuerte epidemia de viruela que la mayoría de granjeros que ordeñaban vacas quedaban infectados de manera más leve (más tarde se daría cuenta de que se trataba de la “viruela vacuna”, de ahí el término) y no morían. No sólo eso, si no que tras pasar esa “viruela benigna”, eran inmunes al virus humano (que sí podía ser letal). Así surgió la idea de la primera vacuna: mirando vacas. Y al buen hombre no se le ocurre otra cosa que probar lo que se le acababa de ocurrir inyectando el virus de la viruela vacuna a un niño sano, para ver si luego era inmune a la humana: James Phipps. Acertó. Y el acierto salvó muchas vidas a posteriori (aún a día de hoy, como ya imaginas). Aunque siempre recordaré las palabras de uno de mis profesores de Microbiología cuando nos hablaba de Jenner: “Dicen que era un genio, y no digo que no… Pero yo lo que creo es que era un hijo de puta, porque si no le sale bien mata al pobre niño el muy cabrón”. ¿A ti qué te parece?

Por último, el caso de la penicilina es el del típico científico loco y despistado, que se iba y se dejaba las cosas por medio y todo hecho un asco. Un día de pura casualidad, tras irse de vacaciones unas semanas, resulta que varias de las placas con las bacterias que estudiaba Alexander Fleming se le habían olvidado abiertas, y se habían contaminado con un hongo (otras versiones dicen que se contaminaron porque estornudó sobre una de las placas). ¿Qué haría cualquier otro? Tirar las placas, cagarse en todo lo que se menea por tener que repetir otra vez todo, y andando. ¿Qué hizo él? Pues se fija en que en la zona donde está el hongo no hay bacterias, y donde sí hay crecen a cierta distancia del borde del hongo. Resulta que el hongo expulsaba una sustancia que evitaba el crecimiento de las bacterias. ¡Tachaaaaan! Penicilina descubierta. El primer antibiótico. Premio Nobel, toma ya. Moraleja: tú que eres estudiante y compartes piso, y os vais de vacaciones sin lavar los platos (so guarros), no los tiréis al volver, esas cosas asquerosas que crecen en los restos de comida os pueden llevar a la fama (o a una intoxicación… ¡fregad los platos leches!).

Para terminar, un caso más reciente de algo que acabó utilizándose para algo muy diferente a para lo que fue creado: la viagra, se desarrolló inicialmente por científicos de Pfizer como un medicamento para prevenir infartos. Las pruebas con pacientes “control” hicieron cambiar de idea a la compañía farmaceútica, ya os podréis imaginar por qué (guiño guiño).

La próxima semana, prometo más y mejor.

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