Chuminadas y mamandurrias

Desde tiempos inmemoriales el ser humano vive en un constante absurdo, ya sea en el día a día de un humilde ciudadano o en las reuniones de más alta alcurnia en despachos secretos de edificios imponentes. La Humanidad surgió de la evolución de los primates, esos animales que nos parecen tan graciosos: los que se huelen el dedo después de metérselo por el culo o lanzan mierda a cualquier ser extraño que se le acerca.

Nosotros somos sus primos lejanos, así que imaginad.

Ser payaso tiene diversos prismas, acepciones que sobrevuelan el espectro entero de los comportamientos humanos: desde lo divertido, pasando por lo vergonzoso y terminando en lo peligroso. Es tan amplio el sentido de la palabra que se debería crear una subcategoría, algo así como “payaso Alfa”, “payaso Beta”, y etcétera…

Cuando hablo de payasos me refiero a personas que no ejercitan esa profesión, a la cual le profeso el mayor de los respetos y que no tiene nada que ver con la intención del artículo. Su único pecado es compartir la palabra para definir su profesión y también el comportamiento de las personas.

Durante nuestro día a día vemos a innumerables payasos. Están en todas partes, doblando cada esquina, cogiendo el metro, cruzando las calles… son una plaga que pocos alcanzan a ver, y si lo hacen gesticulan con los hombros en un gesto de resignación. Como si fuera ‘Walking Dead’, caminan entre nosotros buscando presas de las que alimentarse sea como sea, sin importar nada más. Y hay pocas víctimas para tantos verdugos.

¿Quiénes son esos payasos? Pues pueden ser todos y ninguno, muchos y pocos al mismo tiempo. Anónimos para la gran mayoría, son como los Hobbits: si no quieren ser vistos no conseguiréis dar con ellos. Porque son ellos los que deciden cuando mostrarse. Y tranquilos, entonces se hacen notar. Son desconocidos para las masas pero al mismo tiempo todos tenemos alguno en nuestras vidas: un jefe, un hermano, un cuñado, un amigo, un vecino… las posibilidades son infinitas. 

Porque son actores principales de pequeñas tragedias domésticas. Aunque algunos traspasan las fronteras del anonimato y se convierten en personajes públicos… pero eso ya lo veremos más adelante.

Hay payasos que son inofensivos; son los graciosos, los que siempre tiene un comentario gracioso en la boca o una ocurrencia rápida en la cabeza. Tal vez pueden ser algo cargantes pero más allá del hastío de quienes los soportamos el asunto no va más allá: es tan sencillo como intentar evitar el contacto con ellos para no sufrir sus cansinas consecuencias. Vamos a usar la idea expuesta en el artículo y los llamaremos “payasos Alfa”. Los benignos, los que son necesarios en un mundo que tiende demasiadas veces al pesimismo. Confieso que en ocasiones resultan algo pesados, cargantes en exceso, pero tampoco es culpa suya en muchas ocasiones: a veces simplemente no se dan cuenta. Son como niños pequeños que sólo tratan de hacerse ver, buscando la aprobación de los demás. Su única manera de hacerlo es a través de chuminadas y mamandurrias. Pero también hay que admitir que muchos de ellos tienen cierto encanto, un “no se qué que qué se yo”. Estos payasos hacen mucha falta.

Vayamos al siguiente escalón de los payasos: los que pretenden caer en gracia pero no lo consiguen, o se quedan a medio camino. Los “payasos Beta”: son personas que de vez en cuando aciertan con un comentario sarcástico, gracioso u ocurrente. Hasta ahí bien. El problema llega cuando no saben parar, intentan perpetuar su momento de gloria estirando la gracia hasta convertirla en otra cosa: una mezcla de lástima y vergüenza ajena, esa que te obliga a alejarte de un modo instintivo. Tierra trágame, yo no conozco a esa persona, sonríes con la boca más forzada que tratando de disimular el dolor más extremo.

Y llegamos al meollo de la cuestión. La diáfisis del hueso más robusto, la raíz de este artículo/monólogo: los “payasos Gamma”.

Son, sin lugar a duda, los más peligrosos y que más problemas dan a la sociedad. Los que más atención atraen, aquellos de cuyos actos dependen buena parte de nuestras vidas cotidianas. Resulta aterrador llegar a ciertas conclusiones. Ellos y ellas, los “payasos Gamma”, lo son por comportamiento y retórica, sus palabras en muchas ocasiones pueden ser interpretadas al pie de la letra por quienes escuchan cual rebaño de devotos creyentes lobotomizados. Los payasos hablan y el vulgo ejecuta, se somete y traga. Sí, los “gamma” son los políticos, líderes de opinión o una parte de la prensa más sectaria.

Y es que no hay peor payaso que el que actúa de modo premeditado, sin importar por supuesto lo que se opine de él o ella, siendo inevitablemente calificado como “payaso/a” sólo por lo ridículo de sus ideas. Ideas que sin embargo son tan reales como el pan que comemos todos los días, frases e ideología que calan en la gente más maleable: por desgracia la gran mayoría. Así pues nos podemos encontrar con la peligrosa situación de estar siendo gobernados por una panda de “payasos Gamma”, a los que muchos hacen caso al pie de la letra sin importar lo estúpido, maligno o injusto de sus planteamientos. Somos las mascotas del circo, los osos subidos a las bicicletas, los leones recibiendo latigazos y maullando en lugar de rugir.

Me gustan los payasos, pero sólo los de nariz rojiza y esférica. Tampoco me molestan los “Alfa” o “Beta”. Pero a los “Gamma” hay que echarlos de la arena del circo cuanto antes mejor, porque de otro modo terminaremos convirtiéndonos en el payaso triste que aparece en todas las comedias.

Y nuestra comedia, amigos y amigas, no tiene de momento ninguna gracia.

bluebird Comunicación
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