Caída, pero libre

«Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario». Sí señores, eso es el miedo. Una definición que se traduce, por ejemplo, en no poder dormir con la luz apagada. Una sensación que sale a flote en momentos delicados de salud o cuando no encuentras esa mano que suele sujetarte para que no te estampes contra el suelo.

Pero a él no le asustaban los extremos. Era de los que pensaba que el ser humano demuestra realmente cómo es en los momentos límite. Le había costado varios años de estudio e investigación, muchas horas observando y tomando notas en su cuaderno de papel reciclado, pero ya era un auténtico experto en localizar ese tipo de situaciones.

En los últimos cinco años había sido testigo de distintos comportamientos en estaciones de metro, casas de apuestas, colas del INEM, patios de colegio o salas de espera de diferentes médicos con sus respectivas especialidades. Demasiado drama. Él prefería los parques de atracciones, con su musiquita en bucle y ese olor embriagador que proviene de los puestos de algodón de azúcar.

Sin embargo, no todos los parques de atracciones servían. Nadie siente miedo al subirse a un tiovivo o al molestar al vecino en los coches de choque. El toro mecánico es demasiado divertido y la noria está repleta de parejas que se juran amor eterno —por tercera o cuarta vez— mientras miran a la ciudad desde las alturas y por décimas de segundo se llegan a sentir importantes.

Él buscaba parques que contaran con esas atracciones en cuyas colas nunca hay que esperar. Esas atracciones que te obligan a pensártelo dos —o tres— veces antes de decidirte a subir. Esas atracciones de las que te quieres bajar cuando te das cuenta que el sistema de seguridad está activado y ya no hay vuelta a atrás. Tú, pequeño e indefenso, vas a ser lanzado al vacío y tu vida depende de que el señor de mantenimiento haya hecho bien su trabajo dando el visto bueno al funcionamiento de una barra metálica o un cinturón de seguridad.

Es curioso. No depender de nosotros mismos nos aterra, pero aceptamos jugar la partida de forma voluntaria. Quiero decir, nadie se sube a una atracción en contra de su voluntad. Ya sea por no ser el único del grupo de amigos en quedarse fuera o por impresionar a la chica o el chico que estás intentando ligarte durante meses, si finalmente te subes al carro es porque quieres.

Pero la cuestión era ir siempre un paso más allá. Él no se quedaba en los más valientes de un grupo de amigos o en el padre o la madre que deciden soltarse la melena delante de sus hijos.

Subirse a una atracción repleta de loopings es un acto de valentía, pero, ¿qué me decís de aquellos que deciden subirse solos?

Esa gente sí que tiene narices. Más solos que la una, esperan en la casi inexistente cola a que les toque su turno y tengan la oportunidad de enfrentarse a sus miedos. Por eso, él los elegía a ellos. Su objetivo era este reducido grupo de valientes y no tú, que has decidido subirte con tu hermano pequeño en las sillas voladoras y no dejas de dar vueltas como un tonto mientras notas que el perrito caliente se te remueve en el estómago.

«Hola, ¿qué tal?… Guau, está alto, ¡menuda caída! Por cierto, ¿va solo?». Ese era su ritual de captación una vez localizada su diana. Normalmente, a los solitarios valientes no les importaba en absoluto que él les acompañara en su viaje y accedían de buena gana a compartir vagón o fila de asientos con ese desconocido.

Una vez conseguido su asiento en preferente, el resto era observar. Es verdaderamente interesante ver cómo las personas se enfrentan cara a cara con el miedo. Hacemos gestos, afloran sentimientos, suspiramos, miramos al cielo y más de un ateo se santigua. Cuando tienes miedo y parece que el mundo se va a acabar, adoras a aquellas personas a las que les tienes algo de cariño, tu jefe deja de ser un capullo y tu apartamento ya no es tan pequeño.

Y ahí, sentado junto a ese desconocido que te observa fijamente mientras la atracción arranca y comenzáis a subir, el miedo deja paso a la satisfacción. Te sientes bien contigo mismo, has tomado tus propias decisiones. El primer looping se acerca y ya estás deseando que llegue el segundo. Y él, que está a tu lado, sonríe y apunta tu reacción en su libreta.

Al fin y al cabo, si todos vamos a caer, al menos que sea libremente.

bluebird Comunicación
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